(Mi PETiT) HOMENAJE A…
FRANCiS BACON
(Mi PETiT) HOMENAJE A…
FRANCiS BACON
Reflejó como nadie la más cruda, feroz y violenta condición del ser humano. Sin filtros ni censuras, el pintor anglo-irlandés gritó con sus pinceladas su obsesión por la innata tendencia a lo brutal del hombre, una lucha salvaje plagada de dolor, terror, muerte, asco, sexo, deterioro, soledad, obscenidad y pornografía que despertó por igual admiración y odio. Denostado en sus comienzos en Inglaterra y Estados Unidos, pero adorado en Francia, Francis Bacon (1909-1992) fue el mejor exponente del estilo figurativo de la posguerra, cuyos seres vulnerables, mutilados y masoquistas plasmaron su propia vida autodestructiva en la que desmontó los cánones de belleza establecidos y aniquiló tanta obra como creó. Prolífico como pocos, durante años se dijo sin embargo que Bacon no dibujaba y que su obra partía directamente del pincel, de hecho nunca expuso ni quiso vender sus dibujos, pero con su muerte salieron a la luz cientos de ellos tan excesivos como él. Con motivo de la inauguración hoy, Lunes 13 de febrero de 2017, de la exposición “Francis Bacon. La cuestión del dibujo” en el Círculo de Bellas Artes, que reúne medio centenar de estos increíbles bocetos, he aquí (Petit) Homenaje al artista de la deformidad.
Francis Bacon nació en Lower Baggot Street en Dublín el 28 de octubre de 1909. Fue el segundo de los 5 hijos de una pareja de ingleses, establecidos en la Irlanda revolucionaria del Sinn Féin, con la violencia como algo cotidiano. Su padre, Anthony Edward Mortimer Bacon, un comandante del Ejército inglés retirado, cambió el uniforme por la cría y entrenamiento de caballos de carreras, y eligió Dublín como sede de su nuevo negocio para abaratar costes. Toda la familia se mudó allí a pesar de las reservas de la madre, Christina Winifred Loxley, mucho más rica que su marido y heredera de una familia de empresarios del acero. Y así, entre Dublín y Londres se crió el pequeño Bacon con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo y un asma crónica que obstaculizó su escolaridad, le impidió hacer amigos, y sobre todo, tensó la relación con un padre que vio en él a un disminuido antes de rechazarle por completo al conocer su condición sexual.
Siendo un adolescente, Bacon fue descubierto por su hermano mayor usando la ropa interior de su madre. Este hecho sacó a la luz su homosexualidad, lo que provocó su desterramiento familiar. Así con 16 años Bacon fue enviado a Londres, donde malvivió con el poco dinero que le mandaba su madre y con algún extra que conseguía a base de encuentros furtivos con hombres mucho más mayores que él. Poco después, y en un intento desesperado del padre de “enderezar” a su hijo, Bacon viajó a Berlín a la casa de un amigo del progenitor, pero aquella convivencia lejos de conseguir su propósito, terminó en una relación con su tutor y en una apuesta absoluta de Bacon por la libertad, el alcohol y la prostitución a caballo entre Berlín y París.
Fueron años de bohemia en los que el joven Bacon sintió la llamada del arte gracias a obras como la película “El acorazado Potemkin” (1925), de Sergei Eisenstein, el cuadro “La masacre de los inocentes” (1628), del pintor clasicista francés Nicolas Poussin, pero sobre todo y en especial, la obra de Pablo Picasso, la razón por la que empezó a pintar. Fue tras visitar en 1927 la exposición “Cent dessins par Picasso” de la galería Paul Rosenberg de París, en la que algunas piezas, como “La bañista”, cambiaron la vida de Bacon, al ver en él al primer pintor figurativo, alejado de la rigurosa verdad de las formas, y descubrir un mundo infinito por explorar. Impregnado de Picasso, pero también de las obras de Manet, Van Gogh, Matisse o Gaughin, y de las lecturas de Balzac, Baudelaire o Proust, Francia se convirtió en su lugar de creación.
En 1929, Bacon regresó a Londres y, mientras encontraba su camino pictórico a base de dibujos y acuarelas, el joven artista empezó a ganarse la vida como interiorista y diseñador de muebles en su estudio de South Kensington ya que, aunque consiguió vender alguna que otra obra, no era lo suficiente para poder vivir. Pero no se rindió. Sin ir a ninguna escuela de arte o pintura -hecho del que Bacon se jactaba-, acumuló toda su inspiración en un desordenado taller plagado de recortes de prensa, películas mudas y fotografías, en especial las del investigador británico Eadweard Muybridge, conocido como el fotógrafo del movimiento del siglo XIX, cuyas secuencias de acciones humanas marcarían la anatomía de los desnudos de Bacon.
Como sus primeras obras no fueron bien acogidas, el artista se empeñó en un círculo vicioso de creación-destrucción recurrente a lo largo de toda su vida. Con la llegada de los años 40 y el terrible panorama de la Segunda Guerra Mundial, Bacon encontró sin embargo su auténtica vocación: al ser declarado no apto para el servicio militar por su asma crónica, tomó la pintura como un oficio formal. Con 35 años y su obra “Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión” (1944), el propio Bacon consideró que había arrancado oficial y profesionalmente su carrera. Su tríptico tétrico, plagado de monstruos, que dejaban entrever hombres poseídos, levantó ampollas y admiración por igual, pero su obra entonces incomprendida y polémica, constituye hoy un punto de inflexión en el arte del siglo XX, como supo verlo el MoMa de Nueva York al adquirir su obra “Pintura” en 1946, de nuevo con la vida y la muerte como tema principal, entrando así Bacon en el circuito más exigente y logrando la reputación que le faltaba. De hecho, se dice, se comenta, se rumorea que poco después el pintor británico Lucian Freud preguntó por el mejor pintor de Inglaterra y la respuesta de los expertos fue inequívoca: Francis Bacon.
Tan tormentosa como su obra fue su vida. De carácter destructivo, dicen que su primer amor fue Eric Hall, un hombre de negocios, banquero y juez de paz, casado y con hijos con el que estuvo casi 15 años. Le siguió el piloto Peter Lacy, ante el que dicen Bacon cayó presa de un sadismo neurótico, y con el que a pesar de los excesos, el alcohol y las discusiones, Bacon se mudó a Tánger a mediados de los 50 entablando amistad entre otros con el poeta Allen Ginsberg y el novelista William Burroughs, principales representantes de la Generación Beat. Pero su relación acabó y 2 años después, en 1962, Lacy se suicidó. Aquella inquietante relación quedó plasmada para siempre en la obra de un Bacon más distorsionado, violento e hiriente que nunca.
Igual suerte corrió su siguiente conquista, un ladrón, llamado George Dyer, al que -dicen- después de sorprenderle robando en su taller en 1963, Bacon le convirtió no solo en su principal modelo sino también en su amante durante casi una década, hasta que la depresión llevó a George al suicidio (con una sobredosis de pastillas para dormir). Un terrible suceso que Bacon volvió a llevar a su obra, con un Dyer imponente agonizando en el baño de su hotel.
Tiempo después, cuando Bacon cumplió 66 años, arrancó su relación más estable. Fue con John Edwards, un joven londinense, que apenas sabía leer y escribir, al que sacaba 30 años y al que -dicen- conoció en su garito favorito del Soho, The Colony Room, donde acudía puntualmente para alternar copas y conquistas. Cuando Bacon murió, su amante heredó de toda la fortuna del pintor: dinero, inmuebles -incluido su estudio de South Kensington- y cuadros valorados en más de 16 millones de euros que con el tiempo donaría a la Galería Municipal de Arte Moderno de Dublín.
En sus últimos 4 años de vida y a pesar de que su salud estaba cada vez más tocada, Bacon visitó a menudo Madrid de la mano de José Capelo, un cultivado y joven empresario español, aficionado al arte, 43 años menor que él, del que se enamoró (de hecho hay un tríptico con su nombre en el MoMa de Nueva York) y al que el pintor regaló numerosas obras (que fue noticia tiempo después). Cuentan que se conocieron en 1988 en una fiesta en Madrid dedicada al bailarín y coreógrafo Frederick Asthon y desde aquel día, dicen que se hicieron inseparables.
Alojado siempre en el Palace o en el Ritz, Bacon frecuentaba el Cock de la calle Reina y visitaba religiosamente el Prado, donde Goya y Velázquez seguían despertando la admiración de sus primeros años como pintor, con especial atención a la obra “Retrato de Inocencio X” de la que hizo más de 50 versiones. Capelo era un chico de buena familia que le dejó por miedo a confesar su homosexualidad, y aquí, persiguiéndole, Bacon murió, a pesar de las recomendaciones de su médico de no volar una vez más, por el cáncer de riñón que le habían extirpado en 1989, pero que le había dejado tocado. En abril de 1992, pocos días después de aterrizar Bacon sufrió un ataque al corazón y falleció en la Clínica Ruber Internacional con la única compañía de una monja, algo inaudito para sus allegados, pues Bacon siempre renegó de la religión y confesó no imaginar peor muerte que una lenta y rodeado de hermanas.
Bacon fue incinerado, y tal y como manifestó en vida, no hubo servicio alguno por su pérdida. Sus cenizas regresaron a Inglaterra, donde fueron esparcidas en un acto privado. Tras su fallecimiento aparecieron infinidad de trabajos desconocidos, y en julio de 2015 Bacon volvió a las portadas de los periódicos cuando unos ladrones entraron en la casa de José Capelo y robaron 5 de sus cuadros, valorados en casi 30 millones de euros. Un año después Bacon volvió a la prensa al ser detenidas 7 personas sin rastro alguno de una obra de la que él mismo dijo: “Si alguien piensa que mis cuadros son violentos es porque no ha pensado previamente en la vida. Yo nunca llegaré a ser tan violento como ella”.
PD (nº1) cinematográfica: En 1998 se estrenó “Love is the devil”, del británico John Maybury, una película sobre la vida y obra del pintor, interpretado por el actor Derek Jacobi, y su amante George Dyer, por Daniel Craig, más conocido por su papel de James Bond...
PD (nº2) astronómica: El valor astronómico, que hoy alcanzan las obras de Bacon, no llegó hasta después de su muerte. Sirva como ejemplo, una de las obra de Bacon que podemos ver en nuestra capital, “Desnudo tumbado” en el Reina Sofía, que se compró antes del boom por 60 millones de pesetas (unos 360.000 euros), y según las últimas estimaciones hoy superaría los 25 millones de euros. Más aún, en 2013 el tríptico “Tres estudios de Lucien Freud”, la obra que Bacon pintó en 1969 inspirado en su amigo, se subastó en la casa Christie’s de Nueva York por 95 millones de euros, convirtiendo esta pieza en el récord de artista y en una de las 10 obras más caras de la historia.
(De Lidia Martín, el 13 de febrero de 2017)
Referencias útiles:
FRANCiS BACON. LA CUESTiÓN DEL DiBUJO
¿CUÁNDO? El Lunes 13 de febrero de 2017, (1) a las 19h y (2) a las 20h (hasta el Domingo 21 de mayo de 2017).
¿QUÉ? (1) Charla abierta al público con Umberto Guerini, Presidente de la Francis Bacon Collection of the drawings donated to Cristiano Lovatelli Ravarino, y Fernando Castro, filósofo español especialista en estética, crítico de arte y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, antes la (2) inauguración de la exposición "Francis Bacon. La cuestión del dibujo", que ha comisariado.
¿CUÁNTO? En el Círculo de Bellas Artes (ver la ilustración)
Calle de Alcalá, 42
28014 Madrid
913 892 500
M Sevilla / Banco de España
¿CUÁNTO? 4 euros.
Para saberlo todo de la muestra, conéctate a la web del CBA (también en Facebook y Twitter); y para seguir los pasos póstumos de FRANCiS BACON, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Homenaje, Pinacoteca, Callejero o Blogosfera]
Reflejó como nadie la más cruda, feroz y violenta condición del ser humano. Sin filtros ni censuras, el pintor anglo-irlandés gritó con sus pinceladas su obsesión por la innata tendencia a lo brutal del hombre, una lucha salvaje plagada de dolor, terror, muerte, asco, sexo, deterioro, soledad, obscenidad y pornografía que despertó por igual admiración y odio. Denostado en sus comienzos en Inglaterra y Estados Unidos, pero adorado en Francia, Francis Bacon (1909-1992) fue el mejor exponente del estilo figurativo de la posguerra, cuyos seres vulnerables, mutilados y masoquistas plasmaron su propia vida autodestructiva en la que desmontó los cánones de belleza establecidos y aniquiló tanta obra como creó. Prolífico como pocos, durante años se dijo sin embargo que Bacon no dibujaba y que su obra partía directamente del pincel, de hecho nunca expuso ni quiso vender sus dibujos, pero con su muerte salieron a la luz cientos de ellos tan excesivos como él. Con motivo de la inauguración hoy, Lunes 13 de febrero de 2017, de la exposición “Francis Bacon. La cuestión del dibujo” en el Círculo de Bellas Artes, que reúne medio centenar de estos increíbles bocetos, he aquí (Petit) Homenaje al artista de la deformidad.
Francis Bacon nació en Lower Baggot Street en Dublín el 28 de octubre de 1909. Fue el segundo de los 5 hijos de una pareja de ingleses, establecidos en la Irlanda revolucionaria del Sinn Féin, con la violencia como algo cotidiano. Su padre, Anthony Edward Mortimer Bacon, un comandante del Ejército inglés retirado, cambió el uniforme por la cría y entrenamiento de caballos de carreras, y eligió Dublín como sede de su nuevo negocio para abaratar costes. Toda la familia se mudó allí a pesar de las reservas de la madre, Christina Winifred Loxley, mucho más rica que su marido y heredera de una familia de empresarios del acero. Y así, entre Dublín y Londres se crió el pequeño Bacon con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo y un asma crónica que obstaculizó su escolaridad, le impidió hacer amigos, y sobre todo, tensó la relación con un padre que vio en él a un disminuido antes de rechazarle por completo al conocer su condición sexual.
Siendo un adolescente, Bacon fue descubierto por su hermano mayor usando la ropa interior de su madre. Este hecho sacó a la luz su homosexualidad, lo que provocó su desterramiento familiar. Así con 16 años Bacon fue enviado a Londres, donde malvivió con el poco dinero que le mandaba su madre y con algún extra que conseguía a base de encuentros furtivos con hombres mucho más mayores que él. Poco después, y en un intento desesperado del padre de “enderezar” a su hijo, Bacon viajó a Berlín a la casa de un amigo del progenitor, pero aquella convivencia lejos de conseguir su propósito, terminó en una relación con su tutor y en una apuesta absoluta de Bacon por la libertad, el alcohol y la prostitución a caballo entre Berlín y París.
Fueron años de bohemia en los que el joven Bacon sintió la llamada del arte gracias a obras como la película “El acorazado Potemkin” (1925), de Sergei Eisenstein, el cuadro “La masacre de los inocentes” (1628), del pintor clasicista francés Nicolas Poussin, pero sobre todo y en especial, la obra de Pablo Picasso, la razón por la que empezó a pintar. Fue tras visitar en 1927 la exposición “Cent dessins par Picasso” de la galería Paul Rosenberg de París, en la que algunas piezas, como “La bañista”, cambiaron la vida de Bacon, al ver en él al primer pintor figurativo, alejado de la rigurosa verdad de las formas, y descubrir un mundo infinito por explorar. Impregnado de Picasso, pero también de las obras de Manet, Van Gogh, Matisse o Gaughin, y de las lecturas de Balzac, Baudelaire o Proust, Francia se convirtió en su lugar de creación.
En 1929, Bacon regresó a Londres y, mientras encontraba su camino pictórico a base de dibujos y acuarelas, el joven artista empezó a ganarse la vida como interiorista y diseñador de muebles en su estudio de South Kensington ya que, aunque consiguió vender alguna que otra obra, no era lo suficiente para poder vivir. Pero no se rindió. Sin ir a ninguna escuela de arte o pintura -hecho del que Bacon se jactaba-, acumuló toda su inspiración en un desordenado taller plagado de recortes de prensa, películas mudas y fotografías, en especial las del investigador británico Eadweard Muybridge, conocido como el fotógrafo del movimiento del siglo XIX, cuyas secuencias de acciones humanas marcarían la anatomía de los desnudos de Bacon.
Como sus primeras obras no fueron bien acogidas, el artista se empeñó en un círculo vicioso de creación-destrucción recurrente a lo largo de toda su vida. Con la llegada de los años 40 y el terrible panorama de la Segunda Guerra Mundial, Bacon encontró sin embargo su auténtica vocación: al ser declarado no apto para el servicio militar por su asma crónica, tomó la pintura como un oficio formal. Con 35 años y su obra “Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión” (1944), el propio Bacon consideró que había arrancado oficial y profesionalmente su carrera. Su tríptico tétrico, plagado de monstruos, que dejaban entrever hombres poseídos, levantó ampollas y admiración por igual, pero su obra entonces incomprendida y polémica, constituye hoy un punto de inflexión en el arte del siglo XX, como supo verlo el MoMa de Nueva York al adquirir su obra “Pintura” en 1946, de nuevo con la vida y la muerte como tema principal, entrando así Bacon en el circuito más exigente y logrando la reputación que le faltaba. De hecho, se dice, se comenta, se rumorea que poco después el pintor británico Lucian Freud preguntó por el mejor pintor de Inglaterra y la respuesta de los expertos fue inequívoca: Francis Bacon.
Tan tormentosa como su obra fue su vida. De carácter destructivo, dicen que su primer amor fue Eric Hall, un hombre de negocios, banquero y juez de paz, casado y con hijos con el que estuvo casi 15 años. Le siguió el piloto Peter Lacy, ante el que dicen Bacon cayó presa de un sadismo neurótico, y con el que a pesar de los excesos, el alcohol y las discusiones, Bacon se mudó a Tánger a mediados de los 50 entablando amistad entre otros con el poeta Allen Ginsberg y el novelista William Burroughs, principales representantes de la Generación Beat. Pero su relación acabó y 2 años después, en 1962, Lacy se suicidó. Aquella inquietante relación quedó plasmada para siempre en la obra de un Bacon más distorsionado, violento e hiriente que nunca.
Igual suerte corrió su siguiente conquista, un ladrón, llamado George Dyer, al que -dicen- después de sorprenderle robando en su taller en 1963, Bacon le convirtió no solo en su principal modelo sino también en su amante durante casi una década, hasta que la depresión llevó a George al suicidio (con una sobredosis de pastillas para dormir). Un terrible suceso que Bacon volvió a llevar a su obra, con un Dyer imponente agonizando en el baño de su hotel.
Tiempo después, cuando Bacon cumplió 66 años, arrancó su relación más estable. Fue con John Edwards, un joven londinense, que apenas sabía leer y escribir, al que sacaba 30 años y al que -dicen- conoció en su garito favorito del Soho, The Colony Room, donde acudía puntualmente para alternar copas y conquistas. Cuando Bacon murió, su amante heredó de toda la fortuna del pintor: dinero, inmuebles -incluido su estudio de South Kensington- y cuadros valorados en más de 16 millones de euros que con el tiempo donaría a la Galería Municipal de Arte Moderno de Dublín.
En sus últimos 4 años de vida y a pesar de que su salud estaba cada vez más tocada, Bacon visitó a menudo Madrid de la mano de José Capelo, un cultivado y joven empresario español, aficionado al arte, 43 años menor que él, del que se enamoró (de hecho hay un tríptico con su nombre en el MoMa de Nueva York) y al que el pintor regaló numerosas obras (que fue noticia tiempo después). Cuentan que se conocieron en 1988 en una fiesta en Madrid dedicada al bailarín y coreógrafo Frederick Asthon y desde aquel día, dicen que se hicieron inseparables.
Alojado siempre en el Palace o en el Ritz, Bacon frecuentaba el Cock de la calle Reina y visitaba religiosamente el Prado, donde Goya y Velázquez seguían despertando la admiración de sus primeros años como pintor, con especial atención a la obra “Retrato de Inocencio X” de la que hizo más de 50 versiones. Capelo era un chico de buena familia que le dejó por miedo a confesar su homosexualidad, y aquí, persiguiéndole, Bacon murió, a pesar de las recomendaciones de su médico de no volar una vez más, por el cáncer de riñón que le habían extirpado en 1989, pero que le había dejado tocado. En abril de 1992, pocos días después de aterrizar Bacon sufrió un ataque al corazón y falleció en la Clínica Ruber Internacional con la única compañía de una monja, algo inaudito para sus allegados, pues Bacon siempre renegó de la religión y confesó no imaginar peor muerte que una lenta y rodeado de hermanas.
Bacon fue incinerado, y tal y como manifestó en vida, no hubo servicio alguno por su pérdida. Sus cenizas regresaron a Inglaterra, donde fueron esparcidas en un acto privado. Tras su fallecimiento aparecieron infinidad de trabajos desconocidos, y en julio de 2015 Bacon volvió a las portadas de los periódicos cuando unos ladrones entraron en la casa de José Capelo y robaron 5 de sus cuadros, valorados en casi 30 millones de euros. Un año después Bacon volvió a la prensa al ser detenidas 7 personas sin rastro alguno de una obra de la que él mismo dijo: “Si alguien piensa que mis cuadros son violentos es porque no ha pensado previamente en la vida. Yo nunca llegaré a ser tan violento como ella”.
PD (nº1) cinematográfica: En 1998 se estrenó “Love is the devil”, del británico John Maybury, una película sobre la vida y obra del pintor, interpretado por el actor Derek Jacobi, y su amante George Dyer, por Daniel Craig, más conocido por su papel de James Bond...
PD (nº2) astronómica: El valor astronómico, que hoy alcanzan las obras de Bacon, no llegó hasta después de su muerte. Sirva como ejemplo, una de las obra de Bacon que podemos ver en nuestra capital, “Desnudo tumbado” en el Reina Sofía, que se compró antes del boom por 60 millones de pesetas (unos 360.000 euros), y según las últimas estimaciones hoy superaría los 25 millones de euros. Más aún, en 2013 el tríptico “Tres estudios de Lucien Freud”, la obra que Bacon pintó en 1969 inspirado en su amigo, se subastó en la casa Christie’s de Nueva York por 95 millones de euros, convirtiendo esta pieza en el récord de artista y en una de las 10 obras más caras de la historia.
(De Lidia Martín, el 13 de febrero de 2017)
Referencias útiles:
FRANCiS BACON. LA CUESTiÓN DEL DiBUJO
¿CUÁNDO? El Lunes 13 de febrero de 2017, (1) a las 19h y (2) a las 20h (hasta el Domingo 21 de mayo de 2017).
¿QUÉ? (1) Charla abierta al público con Umberto Guerini, Presidente de la Francis Bacon Collection of the drawings donated to Cristiano Lovatelli Ravarino, y Fernando Castro, filósofo español especialista en estética, crítico de arte y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, antes la (2) inauguración de la exposición "Francis Bacon. La cuestión del dibujo", que ha comisariado.
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