EL CAFÉ DEL JARDíN,
UN REMANSO DE PAZ ROMÁNTiCO
EL CAFÉ DEL JARDíN,
UN REMANSO DE PAZ ROMÁNTiCO
En pleno barrio de Malasaña, en una de sus míticas calles, se esconde un jardín de otra época. El que fuera a finales del siglo XVIII parque privado del marqués de Matallana, pasó en 1924 a formar parte del Museo del Romanticismo y desde 2011, está abierto al público como café. Más allá de su oferta de exquisitas tartas y del entorno privilegiado, este oasis, aislado del estrés y del ruido del centro, permite disfrutar de tesoros con historia, como del magnolio centenario que da su nombre de pila al Jardín o de la mesa presidencial de la famosa tertulia del Café Pombo, que inauguró en 1914 Ramón Gómez de la Serna, uno de los muchos visitantes ilustres de un jardín que respira calma en pleno corazón de la Villa.
Nació con el edificio que lo alberga en 1776. Su estilo sigue el modelo francés, impuesto a mediados del siglo XVII, con el reinado de Luis XIV. Al Rey Sol le gustaba hacer ostentación de su poder mandando construir espacios naturales tan impresionantes como el jardín del Palacio de Versalles y, por lo que se ve, a su nieto Felipe V también. El digno heredero de sangre azul difundió esta tendencia en los vergeles de los palacios de La Granja o Aranjuez que rápidamente se puso de moda en las casas aristócratas. El Jardín del entonces marqués confirma la regla, en una versión reducida de ese prototipo, caracterizado por la geometría y la obsesión por las proporciones, fruto del pensamiento cartesiano que dominaba en las matemáticas y en la filosofía de la época.
En este espacio, centro y pulmón de la casa que construyó el arquitecto Manuel Rodríguez, sólo habitaron dos familias antes de convertirse en museo: la del marqués de Matallana y la de los condes de la Puebla Maestre. En 1924, el inmueble pasó a ser sede del Museo del Romanticismo y el jardín, aunque sufrió varias remodelaciones, logró mantener su esencia gracias, en particular, a uno de sus directores.
Mariano Rodríguez de Rivas, que estuvo al frente del centro entre 1945 y 1958, fue sin duda el que más vida le dio al jardín. Su intención era que todos pudieran disfrutar de aquel espacio como de cualquier otra estancia del Museo. Llenó su fuente de peces japoneses y nenúfares, la remató con la figura de un amorcillo realizado por Antonio Oliver y ordenó que diariamente se echaran migas de pan para atraer a los pájaros. Pero, además, buscó captar a figuras de la cultura celebrando fiestas, reuniones y homenajes, como el encuentro decimonónico en honor a Ramón Gómez de la Serna con motivo de su vuelta a España, en mayo de 1949. Rodríguez Rivas convocó, para la ocasión, a intelectuales y personalidades madrileñas que acudieron ataviados con trajes de la época romántica para rememorar el “Banquete de Fisonomías y trajes de época” que De la Serna había realizado en el Café Pombo, en 1923, en recuerdo a Mariano José de Larra. Cuentan que, ante las palabras de bienvenida, el escritor contestó con su peculiar estilo: “Vamos a tomar el chocolate que usted nos ha ofrecido, que será seguro el barniz ganado a los cuadros del Museo durante estos últimos lustros”. De esa fiesta, ha quedado el recuerdo de una foto que preside hoy en día la entrada del jardín. Una imagen que pone cara a los que, antes, se pasearon por sus alamedas y que presenciaron momentos únicos
Otro de los grandes tesoros que encierra el jardín también se debe al director Rodríguez de Rivas. Asiduo a las tertulias de moda en el Madrid de los años 20, tuvo la genial idea de rescatar la mesa de mármol blanco, alrededor de la cual se habían sentado poetas, novelistas, políticos e intelectuales, en el Café Pombo. La compró en la almoneda que se organizó antes del cierre definitivo del local de la calle Carretas, en 1950, y la ubicó en el jardín como fiel testigo de los recuerdos mágicos de las discusiones literarias, palabras e ideas que se derramaron sobre ella.
Finalmente, desde 2011, reconvertido en salón de té, el ahora denominado Café del Jardín invita a sus comensales a relajarse y a poner todos sus sentidos en alerta. Sentarse en una de sus mesas es respirar cultura. Escuchar el agua de su fuente central y admirar su estatua de mármol al estilo clásico de Diana recostada -realizada por el escultor José Álvarez Pereira y Cubero (1768-1827)-, ayudan a olvidar el bullicio de la ciudad. Mirar alrededor es emprender un enriquecedor viaje en el tiempo. Como la magdalena de Proust, cada sorbo o bocado nos teletransporta hasta las fiestas de época, los homenajes y encuentros que sucedieron a la vida familiar del Marqués de Matallana, un hombre que dejó en herencia mucho más que un jardín, un espacio lleno de historia, ahora al alcance de todos.
PD nº1: El próximo Sábado 17 de mayo, coincidiendo con La Noche de los Museos, el Café del Jardín estará abierto hasta medianoche. Una ocasión única para ver este lugar bajo las estrellas. Además, el Club Fin de Siglo, una asociación de recreaciones históricas, recreará ambientes de época en las diferentes salas, incluyendo -si el tiempo lo permite-, una escena con trajes de paseo en el jardín del museo.
PD nº2: Los camareros hablan de dos clásicos del Café del Jardín: las caras de sorpresa de los clientes nuevos al ver el espacio, y la tarta estrella, la Red Velvet, hecha de frutos rojos y vainilla.
(De Lidia Martín, el 10 de mayo de 2014)
Referencias útiles
CAFÉ DEL JARDíN del Museo del Romanticismo
Calle San Mateo, 13
28004 Madrid
914 481 045
914 483 647 (reservas entrada al museo)
M Tribunal / Alonso Martínez
Horario:
- de verano (de mayo a octubre): de Martes a Sábado de 9h30 a 20h30; y los Domingos y festivos, de 10h a 15h.
- de invierno (de noviembre a abril): de Martes a Sábado de 9h30 a 18h30; y los Domingos y festivos, de 10h a 15h.
Para seguir los pasos gastronómicos del CAFÉ DEL JARDíN, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Gourmet, Callejero o Blogosfera]
En pleno barrio de Malasaña, en una de sus míticas calles, se esconde un jardín de otra época. El que fuera a finales del siglo XVIII parque privado del marqués de Matallana, pasó en 1924 a formar parte del Museo del Romanticismo y desde 2011, está abierto al público como café. Más allá de su oferta de exquisitas tartas y del entorno privilegiado, este oasis, aislado del estrés y del ruido del centro, permite disfrutar de tesoros con historia, como del magnolio centenario que da su nombre de pila al Jardín o de la mesa presidencial de la famosa tertulia del Café Pombo, que inauguró en 1914 Ramón Gómez de la Serna, uno de los muchos visitantes ilustres de un jardín que respira calma en pleno corazón de la Villa.
Nació con el edificio que lo alberga en 1776. Su estilo sigue el modelo francés, impuesto a mediados del siglo XVII, con el reinado de Luis XIV. Al Rey Sol le gustaba hacer ostentación de su poder mandando construir espacios naturales tan impresionantes como el jardín del Palacio de Versalles y, por lo que se ve, a su nieto Felipe V también. El digno heredero de sangre azul difundió esta tendencia en los vergeles de los palacios de La Granja o Aranjuez que rápidamente se puso de moda en las casas aristócratas. El Jardín del entonces marqués confirma la regla, en una versión reducida de ese prototipo, caracterizado por la geometría y la obsesión por las proporciones, fruto del pensamiento cartesiano que dominaba en las matemáticas y en la filosofía de la época.
En este espacio, centro y pulmón de la casa que construyó el arquitecto Manuel Rodríguez, sólo habitaron dos familias antes de convertirse en museo: la del marqués de Matallana y la de los condes de la Puebla Maestre. En 1924, el inmueble pasó a ser sede del Museo del Romanticismo y el jardín, aunque sufrió varias remodelaciones, logró mantener su esencia gracias, en particular, a uno de sus directores.
Mariano Rodríguez de Rivas, que estuvo al frente del centro entre 1945 y 1958, fue sin duda el que más vida le dio al jardín. Su intención era que todos pudieran disfrutar de aquel espacio como de cualquier otra estancia del Museo. Llenó su fuente de peces japoneses y nenúfares, la remató con la figura de un amorcillo realizado por Antonio Oliver y ordenó que diariamente se echaran migas de pan para atraer a los pájaros. Pero, además, buscó captar a figuras de la cultura celebrando fiestas, reuniones y homenajes, como el encuentro decimonónico en honor a Ramón Gómez de la Serna con motivo de su vuelta a España, en mayo de 1949. Rodríguez Rivas convocó, para la ocasión, a intelectuales y personalidades madrileñas que acudieron ataviados con trajes de la época romántica para rememorar el “Banquete de Fisonomías y trajes de época” que De la Serna había realizado en el Café Pombo, en 1923, en recuerdo a Mariano José de Larra. Cuentan que, ante las palabras de bienvenida, el escritor contestó con su peculiar estilo: “Vamos a tomar el chocolate que usted nos ha ofrecido, que será seguro el barniz ganado a los cuadros del Museo durante estos últimos lustros”. De esa fiesta, ha quedado el recuerdo de una foto que preside hoy en día la entrada del jardín. Una imagen que pone cara a los que, antes, se pasearon por sus alamedas y que presenciaron momentos únicos
Otro de los grandes tesoros que encierra el jardín también se debe al director Rodríguez de Rivas. Asiduo a las tertulias de moda en el Madrid de los años 20, tuvo la genial idea de rescatar la mesa de mármol blanco, alrededor de la cual se habían sentado poetas, novelistas, políticos e intelectuales, en el Café Pombo. La compró en la almoneda que se organizó antes del cierre definitivo del local de la calle Carretas, en 1950, y la ubicó en el jardín como fiel testigo de los recuerdos mágicos de las discusiones literarias, palabras e ideas que se derramaron sobre ella.
Finalmente, desde 2011, reconvertido en salón de té, el ahora denominado Café del Jardín invita a sus comensales a relajarse y a poner todos sus sentidos en alerta. Sentarse en una de sus mesas es respirar cultura. Escuchar el agua de su fuente central y admirar su estatua de mármol al estilo clásico de Diana recostada -realizada por el escultor José Álvarez Pereira y Cubero (1768-1827)-, ayudan a olvidar el bullicio de la ciudad. Mirar alrededor es emprender un enriquecedor viaje en el tiempo. Como la magdalena de Proust, cada sorbo o bocado nos teletransporta hasta las fiestas de época, los homenajes y encuentros que sucedieron a la vida familiar del Marqués de Matallana, un hombre que dejó en herencia mucho más que un jardín, un espacio lleno de historia, ahora al alcance de todos.
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PD nº2: Los camareros hablan de dos clásicos del Café del Jardín: las caras de sorpresa de los clientes nuevos al ver el espacio, y la tarta estrella, la Red Velvet, hecha de frutos rojos y vainilla.
(De Lidia Martín, el 10 de mayo de 2014)
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- de invierno (de noviembre a abril): de Martes a Sábado de 9h30 a 18h30; y los Domingos y festivos, de 10h a 15h.
Para seguir los pasos gastronómicos del CAFÉ DEL JARDíN, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.
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