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GREGUERíAS Y OTROS –iSMOS
DE RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

GREGUERíAS Y OTROS –iSMOS
DE RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

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   “Nací o me nacieron –que no sé cómo hay que decirlo– el día 3 de julio de 1888 en Madrid”. Así describe Ramón Gómez de la Serna su alumbramiento en su autobiografía Automoribundia (1948). El escritor, periodista y miembro de la Generación del 14 fue sobre todo padre de las Greguerías -esas frases ingeniosas, esos juegos de palabras choque entre realidad e imaginación-, que él mismo definía con una simple fórmula, “humor + metáfora”- con las que marcó a los creadores de su tiempo. Un nuevo género que abrió paso al surrealismo de la mano de un incansable autor, conferenciante, tertuliano e introductor de las vanguardias de Europa en España, que supo mirar la vida con otros ojos, los del certero humor de un estilo que cambió la literatura.


   Hijo de Javier Gómez de la Serna y Laguna -un abogado liberal que ejerció una importante influencia en su hijo como progenitor y político-, y de Josefa Puig Coronado -emparentada con la escritora Carolina Coronado, de las pocas de la familia que le animaría a probar suerte con la escritura-, la infancia de Ramón transcurrió en el centro de Madrid. Desde sus primeros juegos en la Plaza de Oriente al barrio de Malasaña donde se mudó con la familia cerca de un Teatro Lara recién inaugurado o la calle Velázquez donde comenzaría su vida de emancipado.


   Su interés por la escritura le llegó por su tío Andrés García, un año mayor que él y que, con tan sólo 17 años, ya había publicado un libreto sobre la adolescencia. De la Serna quiso imitarle y su padre, entonces Director General de Registros y Notariado, se convirtió en su mecenas y le financió su primera obra, titulada Entrando en fuego, que publicó con 16 años. Era el año 1905 y Ramón estudiaba Derecho sin convencimiento. Pero, poco después, en 1908, editó su segundo libro, Morbideces, en el que se retrataba a sí mismo con su ya inconfundible estilo.


   Como muchos escritores, empezó a escribir en calidad de periodista, la mejor manera de ganarse la vida haciendo lo que le gustaba. Enseguida, destacó por su imaginación desbordante e ingenio sin límites que levantaba rojeces y escozor en una sociedad burguesa, estrecha de mente y sin intereses. Autor de un centenar de obras (entre ensayos, teatro y biografías), Ramón Gómez de la Serna, siempre en busca de nuevas fórmulas de expresión, fue también director de la revista Prometeo en la que escribía bajo el pseudónimo de Tristán. Por difundir los primeros manifiestos vanguardistas en España en su publicación, fue tachado de anarquista de las letras y blasfemo. ¡Todo un honor! sabiendo de quienes venían las críticas. El mismo afán innovador le hizo traducir y publicar el Manifiesto futurista de Marinetti y colaborar en La Tribuna, El Liberal, El Sol y La voz, así como en innumerables revistas como La Gaceta Literaria o La Revista de Occidente.


   En 1914, su deseo de agitar la cultura mediante la creación así como de oficializar sus charlas infinitas con otros novelistas y poetas como Azorín, Tomás Borrás o Paco Vighi, llevó a Ramón Gómez de la Serna a fundar otra de sus grandes obras: la tertulia del Café Pombo. Cada sábado, durante 2 décadas, se celebraron en “La Sagrada Cripta del Pombo” del número 4 de la calle Carretas, en pleno centro de Madrid, unas tertulias en las que De la Serna aprovechó para difundir sus queridas vanguardias y que traspasaron fronteras, llegando incluso a oídos de los intelectuales de París que fue precisamente otra de sus grandes ciudades


   Después de un primer viaje, en 1903, al acabar el bachillerato como regalo de su padre por su éxito académico, Ramón regresaría a la capital francesa cuando, también su progenitor, le consiguió un trabajo en un intento de acabar con la relación que mantenía con Carmen de Burgos, conocida como Colombine, su primera pasión. Con sólo 21 años, Ramón se enamoró de una mujer 2 décadas mayor que él, madre soltera y escritora, a la que muchos consideran madrina de sus Greguerías. Luego, volvería en 1914, de nuevo de manos de su padre, para escribir El doctor inverosímil -que terminó el día en que comenzó la Primera Guerra Mundial; y, después, en 1929, ya con la carga y madurez de la fama para refugiarse del fracaso teatral de su obra Los medios seres sin dejar de celebrar su particular tertulia, en el Café de la Consigne de la ciudad de Las Luces.


   Entre todas las charlas que ofreció el escritor, periodista pero también reportero de radio, cronista de circo y actor, la más popular fue sin duda alguna la de la maleta. En aquella conferencia, provocaba un fallo eléctrico para continuar hablando bajo la luz de una vela, y, al regresar la electricidad, se la comía dejando atónitos a todos los espectadores. La vela, claro, era de confitura, una de sus greguerías llevada a la práctica como cuando que dio una conferencia subido a lomos de un elefante en el Cirque d’Hiver de París, o aquella otra ,sentado en el trapecio en el Circo Americano. Porque de él hablaban sus palabras y sus actos. Como su respuesta al homenaje que le dieron, en 1923, sus amigos con una cena en Lhardy a la que Ramón reaccionó con una celebración paralela y asequible para todos los bolsillos. Una manera de ser y un humor ininterrumpido que le valieron ser uno de los 3 miembros extranjeros de la (hoy desaparecida) Academia Francesa del Humor junto a Charles Chaplin y Pitigrilli.


   Con sus continuas conferencias, en 1930, cruzó el charco para acudir a Buenos Aires, una ciudad que sin saberlo, le cambiaría la vida. Fue su tercer hogar. Allí conoció a Luisa Sofovich, (a la que llamaría cariñosamente Luisita), que en apenas unos días lo dejaría todo para regresar con él a Madrid donde les esperaban una época difícil. Con la Segunda República, la Revolución de enero de 1933 y el asesinato de Calvo Sotelo como telón de fondo, la tensión se instaló definitivamente dentro de su querida tertulia -dividida desde hacía tiempo- y provocó que, en 1936, Ramón Gómez de la Serna clausurara la sagrada cripta. Es más, el año de la Guerra Civil marcaría su regreso a la capital bonaerense. Luisita movió los hilos para sacar a De la Serna y a su familia de España y encontró la manera a través del PEN Club de Buenos Aires, la sede de la asociación mundial de escritores, de la que De la Serna y Azorín habían inaugurado su entidad en España.


   El auto exilio no fue fácil pero poco a poco el escritor se fue haciendo con la ciudad y con sus gentes. En 1944, empezó a colaborar con el diario oficialista español Arriba, cuyo director, el falangista Javier Echarri era uno de sus grandes admiradores. En ese periódico, De la Serna leería que su tertulia había resucitado al dejarse politizar, algo que él había querido evitar a toda costa.


   Años más tarde, al ser invitado por el Ateneo, decidió regresar a Madrid tras 13 años de exilio durante los cuales había escrito su autobiografía Automoribundia que publicó, en 1948, a sus 60 años de edad. En 1949, comunicó a los “pombianos” el regreso de La Sagrada Cripta y consiguió celebrar 3 nuevas sesiones mientras estuvo en Madrid. Pero, como su estilo y sus greguerías, insólitas y sorprendentes, Ramón Gómez de la Serna volvió a Argentina sin avisar, dejando conferencias sin celebrar y amigos sin despedir y, poco después, El Café de Carretas, sede de sus imprescindibles tertulias, cerraría sus puertas definitivamente. En 1962, le diagnosticaron un cáncer y, el 12 de enero de 1963, Ramón Gómez de la Serna moría en Buenos Aires. Sus restos emprendieron un último viaje hasta Madrid donde descansan en paz en el Panteón de los Hombres Ilustres junto a las tumbas de Larra, Espronceda o Marquina. Sin duda una de sus muchas greguerías podría haber sido su epitafio, como aquella en la que decía: “Lo más importante de la vida es no haber muerto”.


PD nº1: De sus numerosas obras, destacamos El Incongruente (1922) que él mismo declaró como su novela predilecta y que la crítica vio como un libro revolucionariamente moderno; así como las obras que dedicó al estudio de las nuevas vanguardias o Ismos: El cubismo y todos los ismos(1931) e Ismos (1943).


PD nº2: Su mezcla de realidad e invención llegó también a otro género que le gustaba cultivar: la biografía. Los escritores Sidonie Colette, Guillaume Apollinaire o Remy de Gourmont, su tía Carolina Coronado, el novelista Azorín, la pintora Maruja Mallo o Valle Inclán, inspiraron a De la Serna obras donde el personaje era en realidad una excusa para dar rienda suelta a su querida divagación.


                                                                  (De Lidia Martín, el 30 de abril de 2014)


Referencias útiles:
PANTEÓN DE HOMBRES iLUSTRES

Calle de Julián Gayarre, 3
28014 Madrid
915 420 059
M Menéndez Pelayo


Horario:
De Martes a Sábado: de 10h a 14h y de 16h a 18h30.
Los Domingos y Festivos: de 10h a 15h.


Precio: Entrada gratuita.


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   “Nací o me nacieron –que no sé cómo hay que decirlo– el día 3 de julio de 1888 en Madrid”. Así describe Ramón Gómez de la Serna su alumbramiento en su autobiografía Automoribundia (1948). El escritor, periodista y miembro de la Generación del 14 fue sobre todo padre de las Greguerías -esas frases ingeniosas, esos juegos de palabras choque entre realidad e imaginación-, que él mismo definía con una simple fórmula, “humor + metáfora”- con las que marcó a los creadores de su tiempo. Un nuevo género que abrió paso al surrealismo de la mano de un incansable autor, conferenciante, tertuliano e introductor de las vanguardias de Europa en España, que supo mirar la vida con otros ojos, los del certero humor de un estilo que cambió la literatura.


   Hijo de Javier Gómez de la Serna y Laguna -un abogado liberal que ejerció una importante influencia en su hijo como progenitor y político-, y de Josefa Puig Coronado -emparentada con la escritora Carolina Coronado, de las pocas de la familia que le animaría a probar suerte con la escritura-, la infancia de Ramón transcurrió en el centro de Madrid. Desde sus primeros juegos en la Plaza de Oriente al barrio de Malasaña donde se mudó con la familia cerca de un Teatro Lara recién inaugurado o la calle Velázquez donde comenzaría su vida de emancipado.


   Su interés por la escritura le llegó por su tío Andrés García, un año mayor que él y que, con tan sólo 17 años, ya había publicado un libreto sobre la adolescencia. De la Serna quiso imitarle y su padre, entonces Director General de Registros y Notariado, se convirtió en su mecenas y le financió su primera obra, titulada Entrando en fuego, que publicó con 16 años. Era el año 1905 y Ramón estudiaba Derecho sin convencimiento. Pero, poco después, en 1908, editó su segundo libro, Morbideces, en el que se retrataba a sí mismo con su ya inconfundible estilo.


   Como muchos escritores, empezó a escribir en calidad de periodista, la mejor manera de ganarse la vida haciendo lo que le gustaba. Enseguida, destacó por su imaginación desbordante e ingenio sin límites que levantaba rojeces y escozor en una sociedad burguesa, estrecha de mente y sin intereses. Autor de un centenar de obras (entre ensayos, teatro y biografías), Ramón Gómez de la Serna, siempre en busca de nuevas fórmulas de expresión, fue también director de la revista Prometeo en la que escribía bajo el pseudónimo de Tristán. Por difundir los primeros manifiestos vanguardistas en España en su publicación, fue tachado de anarquista de las letras y blasfemo. ¡Todo un honor! sabiendo de quienes venían las críticas. El mismo afán innovador le hizo traducir y publicar el Manifiesto futurista de Marinetti y colaborar en La Tribuna, El Liberal, El Sol y La voz, así como en innumerables revistas como La Gaceta Literaria o La Revista de Occidente.


   En 1914, su deseo de agitar la cultura mediante la creación así como de oficializar sus charlas infinitas con otros novelistas y poetas como Azorín, Tomás Borrás o Paco Vighi, llevó a Ramón Gómez de la Serna a fundar otra de sus grandes obras: la tertulia del Café Pombo. Cada sábado, durante 2 décadas, se celebraron en “La Sagrada Cripta del Pombo” del número 4 de la calle Carretas, en pleno centro de Madrid, unas tertulias en las que De la Serna aprovechó para difundir sus queridas vanguardias y que traspasaron fronteras, llegando incluso a oídos de los intelectuales de París que fue precisamente otra de sus grandes ciudades


   Después de un primer viaje, en 1903, al acabar el bachillerato como regalo de su padre por su éxito académico, Ramón regresaría a la capital francesa cuando, también su progenitor, le consiguió un trabajo en un intento de acabar con la relación que mantenía con Carmen de Burgos, conocida como Colombine, su primera pasión. Con sólo 21 años, Ramón se enamoró de una mujer 2 décadas mayor que él, madre soltera y escritora, a la que muchos consideran madrina de sus Greguerías. Luego, volvería en 1914, de nuevo de manos de su padre, para escribir El doctor inverosímil -que terminó el día en que comenzó la Primera Guerra Mundial; y, después, en 1929, ya con la carga y madurez de la fama para refugiarse del fracaso teatral de su obra Los medios seres sin dejar de celebrar su particular tertulia, en el Café de la Consigne de la ciudad de Las Luces.


   Entre todas las charlas que ofreció el escritor, periodista pero también reportero de radio, cronista de circo y actor, la más popular fue sin duda alguna la de la maleta. En aquella conferencia, provocaba un fallo eléctrico para continuar hablando bajo la luz de una vela, y, al regresar la electricidad, se la comía dejando atónitos a todos los espectadores. La vela, claro, era de confitura, una de sus greguerías llevada a la práctica como cuando que dio una conferencia subido a lomos de un elefante en el Cirque d’Hiver de París, o aquella otra ,sentado en el trapecio en el Circo Americano. Porque de él hablaban sus palabras y sus actos. Como su respuesta al homenaje que le dieron, en 1923, sus amigos con una cena en Lhardy a la que Ramón reaccionó con una celebración paralela y asequible para todos los bolsillos. Una manera de ser y un humor ininterrumpido que le valieron ser uno de los 3 miembros extranjeros de la (hoy desaparecida) Academia Francesa del Humor junto a Charles Chaplin y Pitigrilli.


   Con sus continuas conferencias, en 1930, cruzó el charco para acudir a Buenos Aires, una ciudad que sin saberlo, le cambiaría la vida. Fue su tercer hogar. Allí conoció a Luisa Sofovich, (a la que llamaría cariñosamente Luisita), que en apenas unos días lo dejaría todo para regresar con él a Madrid donde les esperaban una época difícil. Con la Segunda República, la Revolución de enero de 1933 y el asesinato de Calvo Sotelo como telón de fondo, la tensión se instaló definitivamente dentro de su querida tertulia -dividida desde hacía tiempo- y provocó que, en 1936, Ramón Gómez de la Serna clausurara la sagrada cripta. Es más, el año de la Guerra Civil marcaría su regreso a la capital bonaerense. Luisita movió los hilos para sacar a De la Serna y a su familia de España y encontró la manera a través del PEN Club de Buenos Aires, la sede de la asociación mundial de escritores, de la que De la Serna y Azorín habían inaugurado su entidad en España.


   El auto exilio no fue fácil pero poco a poco el escritor se fue haciendo con la ciudad y con sus gentes. En 1944, empezó a colaborar con el diario oficialista español Arriba, cuyo director, el falangista Javier Echarri era uno de sus grandes admiradores. En ese periódico, De la Serna leería que su tertulia había resucitado al dejarse politizar, algo que él había querido evitar a toda costa.


   Años más tarde, al ser invitado por el Ateneo, decidió regresar a Madrid tras 13 años de exilio durante los cuales había escrito su autobiografía Automoribundia que publicó, en 1948, a sus 60 años de edad. En 1949, comunicó a los “pombianos” el regreso de La Sagrada Cripta y consiguió celebrar 3 nuevas sesiones mientras estuvo en Madrid. Pero, como su estilo y sus greguerías, insólitas y sorprendentes, Ramón Gómez de la Serna volvió a Argentina sin avisar, dejando conferencias sin celebrar y amigos sin despedir y, poco después, El Café de Carretas, sede de sus imprescindibles tertulias, cerraría sus puertas definitivamente. En 1962, le diagnosticaron un cáncer y, el 12 de enero de 1963, Ramón Gómez de la Serna moría en Buenos Aires. Sus restos emprendieron un último viaje hasta Madrid donde descansan en paz en el Panteón de los Hombres Ilustres junto a las tumbas de Larra, Espronceda o Marquina. Sin duda una de sus muchas greguerías podría haber sido su epitafio, como aquella en la que decía: “Lo más importante de la vida es no haber muerto”.


PD nº1: De sus numerosas obras, destacamos El Incongruente (1922) que él mismo declaró como su novela predilecta y que la crítica vio como un libro revolucionariamente moderno; así como las obras que dedicó al estudio de las nuevas vanguardias o Ismos: El cubismo y todos los ismos(1931) e Ismos (1943).


PD nº2: Su mezcla de realidad e invención llegó también a otro género que le gustaba cultivar: la biografía. Los escritores Sidonie Colette, Guillaume Apollinaire o Remy de Gourmont, su tía Carolina Coronado, el novelista Azorín, la pintora Maruja Mallo o Valle Inclán, inspiraron a De la Serna obras donde el personaje era en realidad una excusa para dar rienda suelta a su querida divagación.


                                                                  (De Lidia Martín, el 30 de abril de 2014)


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