Los genios no precisan estar vivos para cumplir cien años. 

   26 de agosto. 100 años ya desde que vino al mundo Julio Florencio Cortázar. Su retrato se  multiplica en los periódicos, los expertos rebuscan en los diccionarios el encomio no escrito todavía, y suenan en su honor palabras de elogio para un escritor que también fue un gran hombre. 

   Miramos sus célebres daguerrotipos. Cualquiera de sus gestos tiene algo que enamora. Esos ojos enormes, bien separados por una nariz rotunda, sobre la que descansa, en curva, un entrecejo tan poblado como la barba que lucía en ocasiones. Una frente atestada de ideas que fue traduciendo en únicos relatos. Una boca seria, ocupada casi siempre por el extremo de un pitillo apagado, el humo del cigarro en combustión, o la elegancia de una pipa. Citar por último la fotografía en la que el escritor juega con el aumento desmesurado de su ojo izquierdo, utilizando una lupa. ¿Qué estaría buscando? 

   Julio Cortázar nació con la Gran Guerra (Bruselas, 1914), y a los 3 años se instaló con su familia en Buenos Aires. En casa, siendo niño, le llamaban Coco. Creció flojo de salud y ávido de lecturas, como suele ocurrirles a muchos pequeños genios enfermizos, que amenizan con libros los largos reposos, maldurmiendo a menudo por las pesadillas que le provocaba su devoción por Edgar Allan Poe (cuya obra traduciría más tarde), y escribiendo tan bien siendo tan joven que hasta su propia madre dudaba de que el muchacho pudiera jugar así con las palabras y la imaginación, levantando escasos palmos del suelo.

   Así lo dejó explicado: “A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra “madre” era la palabra “madre” y ahí se acaba todo… En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”.

   Cuando decimos Cortázar, nos vienen a la mente, Borges, García Márquez, Carlos Fuentes, Rulfo o Mario Vargas Llosa. Parte del “boom latinoamericano”, al que Cortázar entró por la puerta grande gracias a “su” ponderadísima Rayuela, calificada justamente de obra maestra, de “contranovela”, de “llamada al desorden necesario”, de “balbuceo”, entre muchas más cosas, en 1963, año de su publicación. Con Rayuela, viajamos a bordo del amor de su alter ego, Horacio Oliveira y la eterna Maga.

   En el mundo de acá, tres fueron las mujeres de su vida: Aurora Bernárdez, que hoy tiene 94 años; la lituana Ugné Karrelis, que politizó bastante al escritor amigo de la Revolución Cubana, de Salvador Allende y de la Nicaragua Sandinista; y Carol Dunlop, de la que enviudó tres años antes de morir, destrozado por su ausencia, y bajo los cuidados de la generosa Aurora, su primera esposa, que se encargó de cerrar el círculo.

   Cortázar murió el 12 de febrero de 1984, en París donde descansa en el Camposanto de Montparnasse. Desde entonces, cada año, se espera un desfile de guijarros en su lápida y de sobres con cartas, monedas, lápices, y flores secas. Fetiches de homenaje que vigila sin descanso el cronopio inmortal, colocado en la cabecera de su sepultura. 

   Cortázar siempre iniciático, sigue enredando desde cada rincón, con sus Bestiario (1951), Historias de Cronopios y de Famas (1962), Todos los fuegos, el fuego (1966), Un tal Lucas (1979), Diario para un cuento (1982), Los autonautas de la cosmopista (1982), Imagen de John Keats (1952, póstuma)… Y, siempre, escuchando jazz.

   Cortázar nos enseñó que lo más cotidiano puede ser fantástico. Una casa tomada, un amor de carretera, un sueño dentro del sueño… La magia nuestra de cada día.  

                                          (De Sol Alonso, el 26 de agosto de 2014)

PD nº1: La relación de Cortázar con Madrid se estrechó en abril de 1993, cuando Aurora Bernárdez, su primera mujer, decidió donar a la Fundación Juan March (Calle de Castelló, 77; M Núñez de Balboa), la biblioteca  personal del escritor, en la que “se encuentran muchos de los libros que le acompañaron desde muy joven, algunos traídos desde Buenos Aires, y aquellos que incorporó en París, fruto de paseos por las librerías de la ribera del Sena, regalados y dedicados por sus autores (Alberti, Neruda, Onetti, Lezama Lima, Octavio Paz, Carlos Fuentes), ediciones artísticas, ilustrados, anotados, algunos con papeles sueltos en su interior, como recordatorio de una circunstancia, de un instante, compañeros del escritor”.

PD nº2: Sobre la historia de la biblioteca de Julio Cortázar, Fórcola Ediciones editó, en 2011, Cortázar y los libros de Jesús Marchamalo.

PD nº3: Para saberlo todo sobre las celebraciones y homenajes a Julio Cortázar, conéctate al Facebook de Julio Cortázar (administrado por PantheonBooks), Homenaje a Julio Cortázar – 100 años y Centenario Julio Cortázar CLH.

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