Olvidado durante siglos en España, no fue hasta 1902 que se realizó la primera exposición dedicada a El Greco (1541-1614) como consecuencia del movimiento de reivindicación de su figura, protagonizado por intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza y literatos de la Generación del 98, como Zuloaga y Rusiñol, Manuel Bartolomé Cossío, Giner de los Ríos, Pío Baroja, Azorín, Miguel de Unamuno, Mauricio Barrés, Rilke o el marqués de la Vega Inclán… quien financió la construcción del primer Museo de “El Griego”, en la Judería de Toledo, que abrió sus puertas al público en 1911.  Desde entonces, la obra del pintor cretense no ha parado de revalorizarse y, este año, en general y, hoy, Lunes 07 de abril de 2014, en particular, se celebra por lo alto (y no solo en Toledo) el IV Centenario de su muerte.

   Doménikos Theotokópoulos, aka El Greco, nació en 1541, en el seno de una familia griega en Candía (Creta), donde permaneció como pintor postbizantino de iconos hasta que consiguió el título de “maestro pintor” que le alentó a viajar hasta Venecia, en 1567, a probar suerte. Y así le fue. Durante 3 años, el hombre de pincel prodigioso vivió y trabajó en la ciudad de los canales donde recibió sus primeros encargos, conoció y bebió de las fuentes de Tiziano y perfeccionó su conocimiento del Renacimiento véneto en el empleo del color, la perspectiva, la anatomía y la técnica del óleo. Pero, tras un viaje de estudios por “La Bota”, el joven pintor decidió cambiar la Plaza de San Marcos por la de España, en Roma, en 1570.

   De esa época, no se sabe si le daba a la pizza o a los carbonara, si bebía vino o cerveza, si fue hombre de una sola mujer o de muchos amantes, si trasnochaba o madrugaba, pero sí consta que vivía como servidumbre, es decir, como pintor de cámara, en el ático del Palacio del Cardenal Alessandro Farnese (un hombre de bien acostumbrado a rodearse de religiosos y de hombres de letras españoles). También queda constancia de que, al cabo de 2 años, fue expulsado del servicio del Cardenal por, dicen los entendidos, criticar abiertamente al autor de la Capilla Sixtina, el afamado Miguel Ángel. Y es que, aunque quizás El Greco solo estuviese defendiendo a los pintores venecianos frente a los florentinos, por aquel entonces, lo de la libertad de expresión debía de ser como un lienzo en blanco. Vamos, que quedaba todo por hacer y más aún, si uno no se era de alta alcurnia.

   Aún así, ni corto ni perezoso, El Greco, le mandó una carta (que puede verse en la muestra “la Biblioteca de El Greco” que organiza el Museo del Prado) al Cardenal exigiéndole su readmisión pero, como era de esperar, no obtuvo satisfacción. Sin grandes expectativas, no le quedó más remedio que abrir su propio taller romano y dedicarse, sobre todo, a realizar pequeñas obras y retratos sin saber que, en 1576, cambiaría la pasta fresca de Roma por los callos de cerdo de Madrid al ser contratado por el rey Felipe II (1527-1598). Pero el contrato duró poco. Al monarca llamado (por algo será) “El Prudente” no solo le debemos su obcecación en la construcción del Palacio del Escorial sino también la huida del pintor a Toledo. Parece ser que al severo rey renacentista no le gustaron en exceso las figuras alargadas, las pinceladas de color fuerte ni la expresividad desnuda en sus creaciones del cretense. El Greco que había querido agradar al rey patrocinador con su peculiar visión del “Martirio de San Mauricio”, fracasó estrepitosamente en su empeño.

   Entonces, con 36 años, El Greco cogió los bártulos y dirigió sus pasos hacia la “Ciudad Imperial”. Y, contra todo pronóstico, fue un amor a primera vista y correspondido. La “Ciudad de las 3 culturas” le abrió los brazos al pintor de carácter, según dicen los expertos, “pendenciero, orgulloso, pagado de sí mismo, lenguaraz y caprichoso”, que se quedó prendado de la religiosidad que emanaba de cada uno de sus adoquines y templos (que son muchos, muchos, muchos) y de la sobriedad de sus gentes. Prueba de ello: en Toledo, pasó la mitad de su vida y pintó la mayoría de su obra. No se casó, pero intimó con Jerónima de las Cuevas (retratada en varios de los cuadros del artista, aunque ningún crítico pone la mano en el fuego para señalar cuál es) con quien tuvo un hijo reconocido, Jorge Manuel Theotocópuli, su legítimo heredero (y también pintor).

   Según un documento, guardado tras los gruesos muros del convento toledano Santo Domingo el Antiguo, “el 7 de abril de 1614, fallesció Domenico Greco, no hizo testamento, recibió os sacramentos, enterrose en Santo Domingo el Antiguo”. Sin más comentarios, se acabaron la vida y la obra del incomprendido pintor mediterráneo que se había adelantado a los impresionistas y que más influencia (entre otros pocos) tendría en la pintura moderna. Según dice Gregorio Marañón, el Presidente de la Fundación El Greco, “Por la libertad de su trazo y la construcción de la figura a través del color, por la composición innovadora de la imagen y por el atrevimiento en el planteamiento de toda su obra” -mayormente religiosa-, El Greco es un referente en la historia de la pintura que tardó más de 300 años en reclamar su pedestal.

   Expresividad, dinamismo, fuerza, caras alargadas, miradas tristes, colores fuertes… Cuando uno se pone delante de una obra de El Greco, sabe que es de El Greco.

PD nº1: Sobre Jerónima de las Cuevas no hay más que especulaciones y leyendas. Unos dicen que era hija de un noble, dama principal por tanto, otros cuentan que era de sangre morisca, conversa, por lo que El greco no quiso dejar constancia de sus relaciones de manera oficial. Hay quien quiere ver su rostro en “La Dama de Armiño” y quien la cree retirada en un convento. En realidad, la única constancia de su existencia y relación con el pintor son las propias palabras de El Greco que constan en el poder que testó a su hijo en 1614 en el que afirmaba que «...tengo tratado e comunicado con Jorge Manuel Theotocopuli mi hijo y de Doña Gerónima de las Cuevas, que es persona de confianza y de buena conciencia lo que cerca de ello se a de hazer»

PD nº2: Según Fernando Marías, uno de los mayores estudiosos del genio cretense y autor de la monumental biografía El Greco, historia de un pintor extravagante (Editorial Nerea), el pintor no terminó nunca de adaptarse a la vida en España. A pesar de pasar en tierras ibéricas más de 35 años, no consiguió hablar correctamente el español, prefería relacionarse con italianos y griego parlantes. Tampoco era especialmente católico: “No fue un sumiso pintor que solo pensara en la religión. Hace, desde luego, pintura religiosa en un 70% de su producción porque le tocó vivir bajo el espíritu de la Iglesia contrarreformista, pero no creo que estuviera en sintonía con esos postulados».

PD nº3: Entre las obras del pintor de retratos, temas religiosos y retablos, destacan: “La dama de Armiño”, “El entierro del Conde Orgaz”, “El Expolio”, “El Retablo mayor de Santo Domingo el Antiguo” (donde descansan sus restos), “El Caballero de la mano en el pecho”, “El Retablo de Doña María de Aragón”, sus dos únicos “autorretratos”, y “La muerte de Laocoonte” -un episodio tomado de La Eneida, de Virgilio-.

                                                           (De Noemí Z., el 07 de abril de 2014)

Referencias útiles:
Para saberlo todo sobre las celebraciones del IV Centenario de la muerte de El Greco, conéctate a la web EL GRECO 2014 (también en Facebook y Twitter).

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