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RUTA Y EQUiNOCCiO DE PRiMAVERA:
EL ECUADOR DE LA NOCHE Y EL DíA

Después de un frío solsticio de invierno, que acortó a pasos agigantados nuestros días de luz, el denominado “Equinoccio de Primavera” lleva la buena nueva, por lo menos, en el hemisferio norte.

Hoy, Martes 20 de marzo de 2018, la noche durará tanto como el día en todo el planeta Tierra (polos excluidos, claro está). A partir de este momento, mientras el polo norte se hartará de su único día de luz al año, que durará 6 meses, y que el polo sur se sumará en la oscuridad total durante una larga y profunda noche de 180 días, es decir, 4320 horas (que se dice pronto); en los países de los hemisferios Sur y Norte, el otoño desnudará poco a poco los árboles del primero y la primavera a los habitantes del segundo.

La carrera de la luz ha empezado...

PD: ¿Ganas de primavera madrileña? Celébrala en:

(1) En el Real Jardín Botánico (ver la ilustración), que nació hace 263 años, en un momento de gloria para la botánica nacional gracias al capricho y sensibilidad verde de la Corona. (Bien) aconsejado por su médico, Andrés Laguna, Felipe II (1556-1598) mandó crear un huerto de plantas medicinales junto al Palacio Real de Aranjuez. Más de 1 siglo después, Fernando VI (1746-1759) copió la idea de plantación sanadora ocupando el vivero del Soto de Migas Calientes -actual Puerta de Hierro-, para sembrar las 2.000 plantas que el botánico José Quer había ido recopilando a lo largo de años y viajes. Y, el 17 de octubre de 1755, el rey -ecologista avant la lettre- inauguró el Real Jardín Botánico, que Carlos III (1759-1788) ordenaría trasladar al paseo del Prado, en 1774. En pleno centro de la ciudad y rodeada de los museos del Prado, el Thyssen y el Reina Sofía y a dos pasos de CaixaForum, el vergel es un claro ejemplo de la perfecta armonía que existe entre el universo vegetal y los usos y conocimientos que nos transmite la flora.

(2) En el Parque del Retiro (en la ilustración), un vergel que nació en 1630 como regalo al rey Felipe IV (1621-1665), que decidió convertir el terreno, donde antaño hubo olivares y huertos, en lugar de recreo para la Corte. Con el tiempo y con cada nuevo monarca, los jardines fueron mutando y sumando nuevas intervenciones hasta que, por fin, Carlos III (1759-1788), en un acto de generosidad, dejó ver parte de su encanto al pueblo llano bajo la condición de que acudiera bien aseado y vestido. Habría que esperar hasta 1868 para que sus jardines pasaran a ser propiedad municipal, gracias a Isabel II. Hoy, detrás de su aristocrática “fachada” de hierro fundido, el “pulmón de la Villa” es un hervidero de familias, planes, colores, plantas, diversión, deporte, música, teatro y barcas, que recuerdan que El Retiro fue un regalo no solo para un rey, sino para todos los madrileños.

(3) En el Parque del Oeste (ver la ilustración), que fue diseñado por el ingeniero agrónomo y director de Jardines y Plantíos del Ayuntamiento de Madrid, Celedonio Rodrigáñez y Vallejo (1860-1913), al que, al alcanzar la jubilación en 1910, le sucedió su ayudante, el Jardinero Mayor del Ayuntamiento, Cecilio Rodríguez (1865-1953), quienes para elaborar sus planos, se inspiraron en parques como el neoyorkino Central Park de 1877 o Les Buttes-Chaumont parisinas de 1869, así como de “la apertura para uso público de jardines, anteriormente propiedad de la realeza como, en el caso de España, El Retiro, a partir de 1868, “con el fin de dedicarlo a servir para recreo, higiene, instrucción y moralidad de la población”. En la actualidad, el Parque del Oeste permanece siempre abierto, y sus entradas principales (la del Paseo de Moret, la del Puente de los Franceses, y las del Paseo de Rosales) invitan a descubrir sus laberínticos caminos y perderse entre sus centenarios árboles.

(4) En el coqueto y muy discreto Jardín del Príncipe de Anglona (ver la ilustración), situado en la muy céntrica Plaza de la Paja, que a lo largo de su existencia pasó por los planos y las manos de 3 diseñadores diferentes. En 1761, Nicolás Chalmandrier firmó el proyecto y su realización cuando el Conde Benavente vivía en el Palacio. En 1920, Javier Winthuysen Losada, por encargo de los Marqueses de la Romana, le dio un retoque para modernizar sus instalaciones. Y, finalmente, en 2002, Lucía Serredi procedió a un necesario lavado de cara y de fachada en profundidad del Jardín, después de más de 70 años de abandono, pero sin desvirtuar su esencia. Con sus menos de 700 metros cuadrados amurallados, el Jardín de sangre azul -en manos del Ayuntamiento de Madrid, desde 1978- te dará la bienvenida y se despedirá de la misma manera desde su única y estrecha verja de acceso. Nada más franquearla, te teletransportarás hasta el siglo XVIII como por arte de magia. El silencio exterior acompañará tu paz interior a lo largo de sus alamedas de ladrillos aparejados a sardinel, al amparo de sus pérgolas de rosas. Sentados en uno de sus 2 bancos o de pie, delante de sus 2 fuentes o debajo de su cenador de amor, podréis daros besos ilustrados y iluminados, casi filosóficos pero sin duda curativos.

(5) El Parque de la Quinta de los Molinos (ver la ilustración), situado en el distrito de San Blas-Canillejas, con sus 21 hectáreas de terrero público en el que se alzan olivos, pinos, eucaliptos, plátanos, variadas flores, y por supuesto, las estrellas del parque, los más de 6.000 almendros, que ofrecen un hermoso espectáculo de colores y belleza embriagadora en primavera. En su origen, los 28,7 hectáreas de la finca pertenecían al conde de Torre Arias hasta que, en 1920, el noble dueño se la regalara a su amigo, el ingeniero y arquitecto alcoyano, César Cort Botí (1893-1978), a cambio de la construcción de un palacio en la calle General Martínez Campos. Encantado por el intercambio, el que por entonces también era concejal del Ayuntamiento de Madrid y profesor de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura, se puso manos a la obra. Tras la muerte del arquitecto en 1978, la quinta quedó abandonada hasta que, en 1982, el entonces alcalde, Enrique Tierno Galván, llegó a un acuerdo con los herederos, quienes cedieron 21 de las casi 29 hectáreas, a cambio de que se les permitiera edificar viviendas en el terreno restante, y desde entonces, los madrileños podemos abandonarnos libremente por los frondosos caminos y misteriosas grutas, que conforman este singular y agradabilísimo parque.

(6) Y finalmente en la Cuesta Moyano (ver la ilustración), un lugar muy especial, por el que (casi) cuatro generaciones de madrileños han pasado alguna vez. Desde hace 90 años, la calle (hoy peatonal) de Claudio Moyano acoge la Feria (permanente) del Libro Viejo, una de las más antiguas de la ciudad, conocida popularmente por la Cuesta Moyano. Hoy en día, en sus 30 casetas adosadas azules, instaladas a espaldas del Real Jardín Botánico y que miran de reojo la puerta del Ángel Caído del Retiro, los amantes de la literatura pueden encontrar, los siete días de la semana, no solo auténticas joyas, rescatadas de bibliotecas de particulares y otros lugares secretos, sino también las últimas novedades del mercado editorial a precios muy interesantes.

¡Feliz primavera… fresquita!

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