(Mi GRAN) HOMENAJE A…
HUBERT DE GiVENCHY
(Mi GRAN) HOMENAJE A…
HUBERT DE GiVENCHY
Si bien es verdad que la Alta Costura es un reducto cada vez más pequeño, no quita que se inscribe en la memoria histórica colectiva (¿regida por la lucha de clases?) como reflejo de la cultura y la sociología del momento. (Gran) Homenaje al maestro de la Alta Costura, Hubert de Givenchy (1927-2018).
Hubert James Taffin de Givenchy nació el 20 de febrero de 1927 en el seno de una familia aristocrática de Beauvais (ciudad al norte de París, hoy en día más conocida por los vaivenes de Ryan Air que por su imponente catedral gótica). Su padre falleció tres años después, y el niño se crió con su madre, Béatrice Badin, y su abuela materna, Marguerite Dieterle Badin, viuda del pintor y director de las manufacturas de tapices de los Gobelinos y de Beauvais, Jules Badin. De ambas, heredó su pasión por los tejidos, y de su abuelo materno, coleccionista de muebles, antigüedades, trajes y telas preciosas, el amor por el resto de cosas bellas: “Cuando sacaba buenas notas en el colegio, como premio, me dejaban acceder a esos tesoros, tocarlos un poco, admirarlos y así soñar…”.
Con solo 10 años, Hubert entendió al visitar el Pavillon de l’Elégance, en la Exposición Universal de París de 1937, que de mayor sería couturier. Y 8 años después, pese a que su familia quería que estudiara Derecho, el joven apuesto -con sus modales exquisitos y planta elegantísima (siempre se le ha conocido como el gentleman)- se instaló en un París liberado en plena efervescencia. A la vez que se matriculó en Bellas Artes, entró como aprendiz en el taller de Jacques Fath. Para entonces, ya era un gran admirador de los modelos de Balenciaga: “El corte impecable, la sobriedad, la elegancia, la modernidad. Era el suyo un estilo único, especial”. Un año después, continuó su formación en los talleres de Robert Piguet, donde conoció a Christian Dior, que le prometió un puesto en su propia casa de costura -que estaba a punto de abrir- de aceptar formarse con Lucien Lelong, donde él mismo había trabajado como diseñador.
¡Dicho y hecho! Pero, tras seis meses con Lelong, Givenchy pasó a dirigir la boutique de Elsa Schiaparelli en la muy parisina Place Vendôme, donde conoció a quien se convertiría en su mejor amigo y compañero inseparable, Philippe Venet. La nueva experiencia no hizo más que alentarle en una idea que germinaba en su interior: crear su propia casa de Costura; y, en 1952, dio el salto. Rechazó la oferta de Dior y abrió Maison Givenchy, en la parisina calle Alfred de Vigny, animado por su amiga Bettina Grazziani, modelo que se encargó de que la prensa estuviera al tanto de todo lo que ocurría en el nuevo atelier.
En 1953, gracias al éxito rotundo de su primera colección (más de prêt-à-porter de lujo que de Alta Costura -una idea que el propio modisto calificó de “demasiado nueva” para la época-), Givenchy viajó a Nueva York donde no solo conocería por fin en persona a su admirado Cristóbal Balenciaga (al que le uniría una gran amistad que continuó hasta la muerte del genio de Getaria en 1972); sino que sus modelos conquistarían el corazón de muchas mujeres como el de Audrey Hepburn, lo que supuso un antes y un después en la trayectoria profesional del modisto.
Después de que la popular y elegantísima actriz exigiera a Hollywood que Givenchy la vistiese para su papel en “Sabrina” (que, con razón, ganó el Oscar al Mejor Vestuario en 1954), nació una colaboración que se extendió a otras películas (“Desayuno con Diamantes”, “Una cara con ángel”, “Cómo robar un millón”, “Lazos de Sangre”…), y que se convirtió en una gran amistad, que duró hasta el fallecimiento de la estrella del cine, en 1993. Audrey fue su musa y su embajadora indiscutible: “La ropa de Givenchy es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador, es un creador de personalidad”, llegó a afirmar la actriz, que para Givenchy no tenía parangón como referente estético: “Ella está entre nosotros, en la publicidad y tiene esa presencia única, esa juventud, que es muy difícil de encontrar en alguien después de tantos años. Es un personaje inolvidable”.
Además de Audrey Hepburn, el couturier galo también vistió a otras celebrities del momento, desde la duquesa de Windsor a Grace de Mónaco, su hija Carolina y, por supuesto, Jackie Kennedy, sin olvidar a Greta Garbo y Elizabeth Taylor. Pero, a la hora de elegir a una artista de Hollywood para su perfume “L’Interdit”, solo podía hacerlo Audrey Hepburn, retratada por Richard Avedon.
En pleno apogeo de su carrera, la Maison Givenchy abandonó los salones del palacio neogótico de la calle Alfred de Vigny, que la prensa había bautizado “la Cathédrale”, y se mudó al número 3 de la avenida George V de París para el desfile de Primavera-Verano de 1959 al que asistieron 499 invitados exclusivos más Audrey Hepburn como invitada ViP. Porque si ha habido algo que Givenchy ha sabido cuidar, además de las puntadas de sus vestidos, ha sido el trato cercano y exquisito con sus clientas, muchas de ellas consideradas amigas con el paso del tiempo.
En 1981, después de haber cedido su división de perfumes a Veuve Clicquot, Hubert de Givenchy vendió su maison al grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) en 1988 y, en 1995, se retiró de forma definitiva de la Costura. Al frente de la dirección creativa, primero le sucedió John Galliano, luego Alexander McQueen, más tarde Julien McDonald, a partir de 2005 Riccardo Tisci, que volvió a colocar la firma en el Olimpo de las celebrities (de Madonna a Beyoncé, sin olvidar a su musa e imagen de la casa, Mariacarla Boscono), y desde marzo de 2017, ha tomado el relevo Clare Waight Keller, la primera mujer en la historia de la firma.
PD: Conocido como “Le Grand” por la prensa especializada, Hubert de Givenchy recibió, a lo largo de su trayectoria, los más grandes reconocimientos en el mundo de la moda y por parte de diferentes Estados, desde el Dedal de Oro de la Alta Costura francesa, en 1978 y en 1982, a La Legión de Honor en 1983, pasando por el Óscar de la Elegancia en 1985, la Medalla de las Artes y las Letras de París en 1992, de nuevo la orden de La Legión de Honor francesa con la categoría de Oficial en 2011, la Medalla de Orden de las Artes y de las Letras de España, en 2011, por su decidido apoyo al Museo Cristóbal Balenciaga, y la Medalla de Isabel la Católica del Reino de España en 2013.
(De Abigail Campos, el 13 de marzo de 2018)
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Si bien es verdad que la Alta Costura es un reducto cada vez más pequeño, no quita que se inscribe en la memoria histórica colectiva (¿regida por la lucha de clases?) como reflejo de la cultura y la sociología del momento. (Gran) Homenaje al maestro de la Alta Costura, Hubert de Givenchy (1927-2018).
Hubert James Taffin de Givenchy nació el 20 de febrero de 1927 en el seno de una familia aristocrática de Beauvais (ciudad al norte de París, hoy en día más conocida por los vaivenes de Ryan Air que por su imponente catedral gótica). Su padre falleció tres años después, y el niño se crió con su madre, Béatrice Badin, y su abuela materna, Marguerite Dieterle Badin, viuda del pintor y director de las manufacturas de tapices de los Gobelinos y de Beauvais, Jules Badin. De ambas, heredó su pasión por los tejidos, y de su abuelo materno, coleccionista de muebles, antigüedades, trajes y telas preciosas, el amor por el resto de cosas bellas: “Cuando sacaba buenas notas en el colegio, como premio, me dejaban acceder a esos tesoros, tocarlos un poco, admirarlos y así soñar…”.
Con solo 10 años, Hubert entendió al visitar el Pavillon de l’Elégance, en la Exposición Universal de París de 1937, que de mayor sería couturier. Y 8 años después, pese a que su familia quería que estudiara Derecho, el joven apuesto -con sus modales exquisitos y planta elegantísima (siempre se le ha conocido como el gentleman)- se instaló en un París liberado en plena efervescencia. A la vez que se matriculó en Bellas Artes, entró como aprendiz en el taller de Jacques Fath. Para entonces, ya era un gran admirador de los modelos de Balenciaga: “El corte impecable, la sobriedad, la elegancia, la modernidad. Era el suyo un estilo único, especial”. Un año después, continuó su formación en los talleres de Robert Piguet, donde conoció a Christian Dior, que le prometió un puesto en su propia casa de costura -que estaba a punto de abrir- de aceptar formarse con Lucien Lelong, donde él mismo había trabajado como diseñador.
¡Dicho y hecho! Pero, tras seis meses con Lelong, Givenchy pasó a dirigir la boutique de Elsa Schiaparelli en la muy parisina Place Vendôme, donde conoció a quien se convertiría en su mejor amigo y compañero inseparable, Philippe Venet. La nueva experiencia no hizo más que alentarle en una idea que germinaba en su interior: crear su propia casa de Costura; y, en 1952, dio el salto. Rechazó la oferta de Dior y abrió Maison Givenchy, en la parisina calle Alfred de Vigny, animado por su amiga Bettina Grazziani, modelo que se encargó de que la prensa estuviera al tanto de todo lo que ocurría en el nuevo atelier.
En 1953, gracias al éxito rotundo de su primera colección (más de prêt-à-porter de lujo que de Alta Costura -una idea que el propio modisto calificó de “demasiado nueva” para la época-), Givenchy viajó a Nueva York donde no solo conocería por fin en persona a su admirado Cristóbal Balenciaga (al que le uniría una gran amistad que continuó hasta la muerte del genio de Getaria en 1972); sino que sus modelos conquistarían el corazón de muchas mujeres como el de Audrey Hepburn, lo que supuso un antes y un después en la trayectoria profesional del modisto.
Después de que la popular y elegantísima actriz exigiera a Hollywood que Givenchy la vistiese para su papel en “Sabrina” (que, con razón, ganó el Oscar al Mejor Vestuario en 1954), nació una colaboración que se extendió a otras películas (“Desayuno con Diamantes”, “Una cara con ángel”, “Cómo robar un millón”, “Lazos de Sangre”…), y que se convirtió en una gran amistad, que duró hasta el fallecimiento de la estrella del cine, en 1993. Audrey fue su musa y su embajadora indiscutible: “La ropa de Givenchy es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador, es un creador de personalidad”, llegó a afirmar la actriz, que para Givenchy no tenía parangón como referente estético: “Ella está entre nosotros, en la publicidad y tiene esa presencia única, esa juventud, que es muy difícil de encontrar en alguien después de tantos años. Es un personaje inolvidable”.
Además de Audrey Hepburn, el couturier galo también vistió a otras celebrities del momento, desde la duquesa de Windsor a Grace de Mónaco, su hija Carolina y, por supuesto, Jackie Kennedy, sin olvidar a Greta Garbo y Elizabeth Taylor. Pero, a la hora de elegir a una artista de Hollywood para su perfume “L’Interdit”, solo podía hacerlo Audrey Hepburn, retratada por Richard Avedon.
En pleno apogeo de su carrera, la Maison Givenchy abandonó los salones del palacio neogótico de la calle Alfred de Vigny, que la prensa había bautizado “la Cathédrale”, y se mudó al número 3 de la avenida George V de París para el desfile de Primavera-Verano de 1959 al que asistieron 499 invitados exclusivos más Audrey Hepburn como invitada ViP. Porque si ha habido algo que Givenchy ha sabido cuidar, además de las puntadas de sus vestidos, ha sido el trato cercano y exquisito con sus clientas, muchas de ellas consideradas amigas con el paso del tiempo.
En 1981, después de haber cedido su división de perfumes a Veuve Clicquot, Hubert de Givenchy vendió su maison al grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) en 1988 y, en 1995, se retiró de forma definitiva de la Costura. Al frente de la dirección creativa, primero le sucedió John Galliano, luego Alexander McQueen, más tarde Julien McDonald, a partir de 2005 Riccardo Tisci, que volvió a colocar la firma en el Olimpo de las celebrities (de Madonna a Beyoncé, sin olvidar a su musa e imagen de la casa, Mariacarla Boscono), y desde marzo de 2017, ha tomado el relevo Clare Waight Keller, la primera mujer en la historia de la firma.
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