Cualquier estudiante que pisara los campus madrileños durante el siglo pasado, tiene que recordar perfectamente a Felipa Polo Asenjo, esa menuda mujer de voz atiplada, con su sempiterna bata negra y dos moños paralelos junto a unas orejas, que eran todo oídos, cada vez que atendía a sus clientes tras el pequeño mostrador de la librería Felipa, toda una prolongación de las aulas universitarias. 

   Natural de Loranca de Tajuña (Guadalajara), donde nació en 1911, Felipa llegó a Madrid con 9 años procedente del convento que la acogió junto a sus 4 hermanos al quedarse huérfanos muy pronto. Felipa era una niña espabilada, que se ganó su propia suerte. En su vida se cruzó muy pronto otra de esas mujeres excepcional en tiempos como aquellos. Se llamaba Doña Pepita. Valenciana emigrada a Madrid, maestra de sordomudos, radiotelegrafista, estudiante de derecho y amante de los libros por dentro y por fuera.

   Ser librero (a), entonces, no solo consistía en vender y comprar. Había que encuadernar y restaurar si era preciso cada volumen. Un oficio que la avispada Felipa aprendió con 12 años en el negocio, que inauguró doña Pepita en la madrileña calle de Jacometrezo antes de trasladarse, como tantos otros comerciantes tras las expropiaciones que impuso el nuevo trazado de Gran Vía, a Libreros, calle cuyo nombre, idea del escritor Pío Baroja, no tiene misterio alguno. Se concentraron allí una docena de tiendas de restauración y compra venta de libros.  La Casa de Troya, La Fortuna, Salamanca, La Merced...

   Felipa, como otras pupilas de Doña Pepita, fue ascendiendo de aprendiza a vendedora, y después a encargada. Fallecida su benefactora, en 1944, estrenó negocio propio en el nº16 de la citada Libreros, donde al parecer alguien pretendió montar primero una fábrica de chocolate. Felipa fijó su hogar en la primera planta, de manera que solo una partida de escalones de hierro verde, alineados en forma de caracol, la separaban de su adorada librería.

   El roce continuado con los estudiantes, que acudían en tropel a preparar su vuelta al paraninfo, convirtió a Felipa en una especie de profesora particular, amiga, madrina y consejera; esa tía soltera con un montón de ahijados, que aplaudía a los alumnos aplicados amonestando con firmeza a los regazados. “¿Repitiendo curso? Qué no te vea yo por aquí hasta que no lo saques”, se la escuchaba decir severa y cariñosa.

   Muchas fueron las veces que Felipa fío a fondo perdido los libros más costosos, especialmente arquitectura y medicina, a estudiantes diligentes con poco poder adquisitivo. Juanjo Asenjo (en la ilustración), su sobrino nieto y heredero del negocio, sigue recibiendo muchas gratitudes: “Señores, que visitan hoy la librería, me recuerdan como sin la ayuda de Felipa, que les prestaba los libros, no habrían podido sacar adelante la carrera. En una edición de la Feria del Libro de El Retiro, un señor se acercó a nuestra caseta para decirnos: “Sin las broncas de tu tía Felipa, hoy no sería médico’”. 

   Juanjo repasa con admiración la historia de su tía abuela, desde la librería de igual nombre que ahora regenta en su barrio de toda la vida, Prosperidad. Es el mismo local que se usaba de almacén desde que, en 1987, el negocio se ampliara incorporando la distribución. Juanjo es uno de los 5 sobrinos nietos de Felipa, que permaneció soltera y sin descendencia. Licenciado en derecho, el universo del libro le atrajo desde que, siendo niño, se enamoró de los libros ayudando en el negocio familiar: “El polvo de los libros es como una droga que no te permite respirar en otro ambiente que no sea el del papel y la letra impresa”, reconoce Juanjo desde el despacho contiguo a su comercio donde guarda con cariño fotos, recortes de prensa y notas que le recuerdan a su querida tía.

   Felipa fue una estudiante excepcional, que nunca fue a la escuela, pero se entregó durante 8 décadas al servicio de la lectura y el saber. Octogenaria también ella, seguía bajando a la tienda, atendiendo peticiones, sentada en una silla desde donde registraba los menores movimientos de sus amados libros, acertando sin errar el lugar donde se colocaba cada tomo en aquel laberinto de estantes llenos de sabiduría.

   Felipa fue vanguardista, emprendedora, lideresa generosa, trabajadora incansable y posgraduada en ese completo master que llamamos vida. Conseguidora de los títulos más inaccesibles, cualquier libro estaba inventariado en su memoria prodigiosa. Juanjo recuerda las frases que hizo célebres, cuando, por ejemplo, algún enemigo de lo ajeno con manos largas, o un simple despistado, merodeaba por la tienda: “Si no tienes nada que hacer, no lo vengas a hacer aquí"; o "a quien se hace de miel, se lo comen las moscas", sentenciaba para robustecer a los más pusilánimes. 

   Felipa murió dos años después del cambio de milenio. En el cielo particular que la buena gente se va forjando en vida, seguro que hay un rincón lleno de libros, donde Felipa, sin internet y sin eBooks, trajinará entre libros para la eternidad. 

PD (nº1): Hoy, la librería Felipa, no se dedica a los libros universitarios, sino que abrió su catálogo a todo tipo de publicaciones.

PD (nº2): La crónica completa de Felipa, la librera, se detalla en un libro llamado, Historia de la Librería Felipa y de la calle de los Libreros de Madrid, escrito por L. Regino Mateo del Peral y coordinado por Juan José Asenjo.

                                             (De Sol Alonso, el 19 de diciembre de 2016)

Referencias útiles:
LiBRERíA LA FELiPA (ver la ilustración)
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913 559 647
M Diego de León

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