SiN CENSURA
SiN CENSURA
El 24 de marzo de 1976, un grupo de militares argentinos pertenecientes a las tres armas derrocaron el gobierno constitucional de María Estela Martínez. La viuda de Juan Domingo Perón había concurrido como segunda de lista en la candidatura de su esposo a las elecciones de 1973, en las que habían vencido con una amplia mayoría. Al formarse gobierno, María Estela fue nombrada vicepresidenta, cargo que abandonaría para hacerse cargo de la presidencia de la República.
Desde los días previos al golpe, diversos medios de comunicación habían emprendido una campaña de desprestigio del gobierno peronista, al que responsabilizaban, junto a sindicatos, partidos políticos y organizaciones armadas, de la violencia existente en la sociedad argentina, omitiendo denunciar las actividades de grupos paramilitares y los operativos de la organización ultraderechista Triple A, de la que era responsable José López Rega, Ministro de Bienestar Social. Y tras el golpe de la Junta Militar y la puesta en marcha del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, las autoridades argentinas de facto desarrollaron un calculado y eficaz sistema de represión, asesinato y desaparición de personas, para el que precisaban de la colaboración de los medios de comunicación o, al menos, de su silencio cómplice u obligado.
Entonces, los diarios de las organizaciones peronistas, de los partidos de izquierdas, de las organizaciones armadas y cualquier otro que no fuese adicto a la dictadura fueron perseguidos y clausurados. En cuanto a aquellos que sobrevivieron al cierre tuvieron que plegarse a unas estrictas leyes de censura que impedían que se cubriesen determinadas noticias y se diera voz a colectivos como las Madres y Abuelas de Mayo. Algunos medios participaron de buena gana con la Junta Militar; otros, los menos obsecuentes, corrían el riesgo de ser multados o ver reducidos sus insumos para la producción e impresión de periódicos, dado que eran los militares y sus afines los que controlaban la venta de papel, tinta y materiales de artes gráficas.
Ante la situación, muchos de los ciudadanos argentinos optaron por exiliarse fuera del país, incluso del continente, habida cuenta de que Paraguay, Uruguay, Chile y Brasil también contaban con gobiernos militares que colaboraban entre sí en la represión a través de la llamada Operación Cóndor. Entre aquellos exiliados, se encontraba Osvaldo Bayer (a la izquierda en la ilustración), periodista, historiador y ensayista libertario, que había tenido que exiliarse a Berlín por las amenazas que la Triple A y los militares habían vertido contra él.
En Europa, Bayer comenzó a desarrollar labores destinadas a denunciar las actividades represivas de la dictadura argentina. Para ello difundía entre gobiernos, partidos políticos, sindicatos, intelectuales, plataformas de derechos humanos y medios de comunicación, aquellas informaciones que la dictadura no deseaba que se conocieran. Una labor que realizaba en colaboración con otros militantes, entre los que se encontraba el también escritor Julio Cortázar (a la derecha, en la ilustración), que había abandonado la Argentina bastantes años antes que Bayer y de forma más o menos voluntaria (pues su antiperonismo no le había provocado problemas de excesiva gravedad), y que había comenzado a tomar conciencia de lo que sucedía en su país a raíz de las dictaduras de Lonardi, Aramburu, Onganía y Lanusse. Su inicial tibieza política había dejado paso a un convencido posicionamiento con las tesis de los movimientos de izquierda y la defensa de los derechos humanos.
Esa evolución ideológica eclosionó en El libro de Manuel, un texto publicado en 1973, de irregular calidad literaria, pero que intentaba contar a los lectores europeos aquellas noticias que la dictadura argentina de Lanusse prefería que no se supieran, especialmente las referidas a la represión contra el peronismo, los partidos de izquierda, los sindicatos, los trabajadores y los miembros de los grupos de guerrilla urbana como Montoneros, FAR y ERP.
Durante 1978, año de celebración del Campeonato Mundial de Fútbol en Argentina, el papel de los medios de comunicación se demostró crucial. Mientras que el gobierno militar gastaba millones dentro y fuera del país con la campaña “Los argentinos somos derechos y humanos”, destinada a acallar las voces que pedían el boicot al Mundial, los exiliados realizaban ruedas de prensa en las que aportaban documentación sobre los abusos, torturas y asesinatos de la Dictadura. Y la necesidad de mostrar lo que realmente estaba sucediendo en el país provocó que Bayer, Cortázar y otros intelectuales, entre los que también se encontraban Osvaldo Soriano e Hipólito Solari Yrigoyen, crearan su propio diario al que llamaron Sin Censura. Periódico de información internacional para América Latina. Un nombre sugerido por Julio Cortázar y que, en principio, no fue del gusto de todos los implicados por considerar que un periódico no debía tener un término negativo en la cabecera.
Tras aportar cada uno de ellos 1.500 dólares, en 1979 aparecería en París un nº0, al que seguirían 5 más hasta su desaparición a mediados de 1980. Aunque su distribución era precaria, se podía conseguir por suscripción en casi cualquier país de Europa y América. De hecho, sus responsables idearon una ingeniosa solución para conseguir que Sin Censura entrase en Argentina: conscientes de que cualquier paquete remitido de México, España, Francia, Alemania o cualquier otro país en el que hubiera un gran número de exiliados resultaría sospechoso a las autoridades de la dictadura argentina, el periódico se enviaba vía Washington. Nadie, ni el propio Videla, sospecharía de un paquete procedente de Estados Unidos.
Veinticinco años después de los hechos, Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain decidieron contar la aventura de Sin Censura en un documental que, en buena parte, también contaba la propia vida de Nicolás: “Mi hermano encontró un ejemplar de Sin Censura en el escritorio de mi viejo, el “Chino” Martinez Zemborain, que participó del comité de dirección del periódico. En lo personal empecé una etapa de revisión de mi historia porque me crié en el exilio y quería saber más sobre el rol que tuvieron los exiliados durante esos años y darlo a conocer”.
Además del aspecto vivencial y testimonial del documental, la cinta supone una revisión del papel que los medios de comunicación jugaron en la época de la Dictadura y de sus efectos en la Argentina actual: “En su mayoría, los medios tuvieron una actitud de complicidad absoluta. La dictadura logró desarrollar el terrorismo de Estado gracias al cerco mediático y la censura. Tanto los militares como los medios de comunicación eran muy conscientes de la importancia de instalar un relato y construir una realidad frente a la sociedad. Desde ese punto de vista, el documental supone un aporte a la reconstrucción de nuestra memoria histórica”, explica Oriana Castro.
Durante la dictadura de la Junta Militar, se cerraron periódicos, se expropió maquinaria, se impuso la censura, se monopolizó el papel prensa para imprimir los diarios, y se manipuló la información hasta el punto de publicar portadas como la de la revista Somos que, en pleno conflicto de Malvinas y cuando los británicos estaban diezmando las tropas argentinas, tituló en primera página “Vamos ganando”: “Siempre decimos que los grandes grupos de comunicación no es que fueran cómplices de la dictadura cívico militar, sino que fueron socios. Papel Prensa es el ejemplo más cabal de eso”, explica Oriana. En efecto, la empresa productora del papel en el que se imprimen la mayoría de diarios del país, pasó a manos de Clarín, La Nación y La Razón, al poco de que la Junta Militar llegase al poder, y después de una turbia adquisición de acciones provocada por la nunca aclarada muerte del socio mayoritario, David Gravier. Una estrategia empresarial y política que benefició a dichas cabeceras, a sus grupos mediáticos y que se mantiene hasta la actualidad, a pesar de los intentos del gobierno de Cristina Kirchner de revertir esa situación de privilegio surgida en y por la Dictadura.
Blogs, webs, Facebook, Twitter, fotocopias… hoy en día cualquiera puede montar un medio de comunicación y darlo a conocer, pero en los años 70 los costes de impresión y distribución eran desorbitados. Tanto que, aunque hubiera muchos lectores ávidos de productos diferentes, era muy costoso hacer tiradas los suficientemente amplias como para llegar a todos ellos. Si a esto le sumamos la precariedad y las dificultades provocadas por el exilio, todo se torna más complejo. En ese sentido ¿qué alcance tuvo Sin Censura? ¿Cuál fue su verdadera trascendencia? “El rol de la resistencia a las dictaduras militares en América Latina en los años 70 fue fundamental. No solo para dar testimonio de lo que estaba pasando, sino también posteriormente, para la reconstrucción de lo que hoy sabemos que pasó. Experiencias como Sin Censura fueron importantes en eventos como el juicio a las Juntas durante el gobierno de Alfonsín y en la labor de mantener siempre viva la memoria colectiva. Ahora bien, la publicación en sí misma fue un granito de arena, una historia de buenas intenciones, dedicación, pasión y sacrificio”, explica Oriana. “Lo interesante fue que los que lo idearon, aunque venían de distintos sectores políticos e ideológicos, tenían un objetivo en común: informar y denunciar en el exterior lo que sucedía en las dictaduras latinoamericanas, e intentar despertar a los que vivían bajo ese régimen cuando introducían el periódico en el país de forma clandestina”.
Hace unos días se cumplieron 40 años del golpe de estado de la Junta Militar. En la actualidad, aquellos que consiguieron sobrevivir a esa dictadura asesina son ya septuagenarios y octogenarios. No preservar esa memoria para las futuras generaciones, sería otra pequeña victoria para los verdugos. Pero, más allá de preservar la memoria histórica, el documental “Sin Censura” es una reflexión sobre qué es el periodismo y cómo funciona, sea en una dictadura, sea en una democracia...
(De Eduardo Bravo, el 18 de abril de 2016)
Referencias útiles:
“S.C. RECORTES DE PRENSA”
¿CUÁNDO? El Lunes 18 de abril de 2016, a las 19h30.
¿QUÉ? Proyección del documental “Sin Censura. Recortes de prensa”, de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain.
¿DÓNDE? En la Sala Iberia de Casa de América
Plaza de la Cibeles, s/n
28014 Madrid
915 954 800
M Banco de España
¿CUÁNTO? Entrada libre.
Para saberlo del evento, conéctate al Facebook de SiN CENCURA, y a la web de CASA DE AMÉRiCA (también en Facebook y Twitter).
[Volver a Mi Petit Filmoteca, Callejero o Blogosfera]
El 24 de marzo de 1976, un grupo de militares argentinos pertenecientes a las tres armas derrocaron el gobierno constitucional de María Estela Martínez. La viuda de Juan Domingo Perón había concurrido como segunda de lista en la candidatura de su esposo a las elecciones de 1973, en las que habían vencido con una amplia mayoría. Al formarse gobierno, María Estela fue nombrada vicepresidenta, cargo que abandonaría para hacerse cargo de la presidencia de la República.
Desde los días previos al golpe, diversos medios de comunicación habían emprendido una campaña de desprestigio del gobierno peronista, al que responsabilizaban, junto a sindicatos, partidos políticos y organizaciones armadas, de la violencia existente en la sociedad argentina, omitiendo denunciar las actividades de grupos paramilitares y los operativos de la organización ultraderechista Triple A, de la que era responsable José López Rega, Ministro de Bienestar Social. Y tras el golpe de la Junta Militar y la puesta en marcha del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, las autoridades argentinas de facto desarrollaron un calculado y eficaz sistema de represión, asesinato y desaparición de personas, para el que precisaban de la colaboración de los medios de comunicación o, al menos, de su silencio cómplice u obligado.
Entonces, los diarios de las organizaciones peronistas, de los partidos de izquierdas, de las organizaciones armadas y cualquier otro que no fuese adicto a la dictadura fueron perseguidos y clausurados. En cuanto a aquellos que sobrevivieron al cierre tuvieron que plegarse a unas estrictas leyes de censura que impedían que se cubriesen determinadas noticias y se diera voz a colectivos como las Madres y Abuelas de Mayo. Algunos medios participaron de buena gana con la Junta Militar; otros, los menos obsecuentes, corrían el riesgo de ser multados o ver reducidos sus insumos para la producción e impresión de periódicos, dado que eran los militares y sus afines los que controlaban la venta de papel, tinta y materiales de artes gráficas.
Ante la situación, muchos de los ciudadanos argentinos optaron por exiliarse fuera del país, incluso del continente, habida cuenta de que Paraguay, Uruguay, Chile y Brasil también contaban con gobiernos militares que colaboraban entre sí en la represión a través de la llamada Operación Cóndor. Entre aquellos exiliados, se encontraba Osvaldo Bayer (a la izquierda en la ilustración), periodista, historiador y ensayista libertario, que había tenido que exiliarse a Berlín por las amenazas que la Triple A y los militares habían vertido contra él.
En Europa, Bayer comenzó a desarrollar labores destinadas a denunciar las actividades represivas de la dictadura argentina. Para ello difundía entre gobiernos, partidos políticos, sindicatos, intelectuales, plataformas de derechos humanos y medios de comunicación, aquellas informaciones que la dictadura no deseaba que se conocieran. Una labor que realizaba en colaboración con otros militantes, entre los que se encontraba el también escritor Julio Cortázar (a la derecha, en la ilustración), que había abandonado la Argentina bastantes años antes que Bayer y de forma más o menos voluntaria (pues su antiperonismo no le había provocado problemas de excesiva gravedad), y que había comenzado a tomar conciencia de lo que sucedía en su país a raíz de las dictaduras de Lonardi, Aramburu, Onganía y Lanusse. Su inicial tibieza política había dejado paso a un convencido posicionamiento con las tesis de los movimientos de izquierda y la defensa de los derechos humanos.
Esa evolución ideológica eclosionó en El libro de Manuel, un texto publicado en 1973, de irregular calidad literaria, pero que intentaba contar a los lectores europeos aquellas noticias que la dictadura argentina de Lanusse prefería que no se supieran, especialmente las referidas a la represión contra el peronismo, los partidos de izquierda, los sindicatos, los trabajadores y los miembros de los grupos de guerrilla urbana como Montoneros, FAR y ERP.
Durante 1978, año de celebración del Campeonato Mundial de Fútbol en Argentina, el papel de los medios de comunicación se demostró crucial. Mientras que el gobierno militar gastaba millones dentro y fuera del país con la campaña “Los argentinos somos derechos y humanos”, destinada a acallar las voces que pedían el boicot al Mundial, los exiliados realizaban ruedas de prensa en las que aportaban documentación sobre los abusos, torturas y asesinatos de la Dictadura. Y la necesidad de mostrar lo que realmente estaba sucediendo en el país provocó que Bayer, Cortázar y otros intelectuales, entre los que también se encontraban Osvaldo Soriano e Hipólito Solari Yrigoyen, crearan su propio diario al que llamaron Sin Censura. Periódico de información internacional para América Latina. Un nombre sugerido por Julio Cortázar y que, en principio, no fue del gusto de todos los implicados por considerar que un periódico no debía tener un término negativo en la cabecera.
Tras aportar cada uno de ellos 1.500 dólares, en 1979 aparecería en París un nº0, al que seguirían 5 más hasta su desaparición a mediados de 1980. Aunque su distribución era precaria, se podía conseguir por suscripción en casi cualquier país de Europa y América. De hecho, sus responsables idearon una ingeniosa solución para conseguir que Sin Censura entrase en Argentina: conscientes de que cualquier paquete remitido de México, España, Francia, Alemania o cualquier otro país en el que hubiera un gran número de exiliados resultaría sospechoso a las autoridades de la dictadura argentina, el periódico se enviaba vía Washington. Nadie, ni el propio Videla, sospecharía de un paquete procedente de Estados Unidos.
Veinticinco años después de los hechos, Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain decidieron contar la aventura de Sin Censura en un documental que, en buena parte, también contaba la propia vida de Nicolás: “Mi hermano encontró un ejemplar de Sin Censura en el escritorio de mi viejo, el “Chino” Martinez Zemborain, que participó del comité de dirección del periódico. En lo personal empecé una etapa de revisión de mi historia porque me crié en el exilio y quería saber más sobre el rol que tuvieron los exiliados durante esos años y darlo a conocer”.
Además del aspecto vivencial y testimonial del documental, la cinta supone una revisión del papel que los medios de comunicación jugaron en la época de la Dictadura y de sus efectos en la Argentina actual: “En su mayoría, los medios tuvieron una actitud de complicidad absoluta. La dictadura logró desarrollar el terrorismo de Estado gracias al cerco mediático y la censura. Tanto los militares como los medios de comunicación eran muy conscientes de la importancia de instalar un relato y construir una realidad frente a la sociedad. Desde ese punto de vista, el documental supone un aporte a la reconstrucción de nuestra memoria histórica”, explica Oriana Castro.
Durante la dictadura de la Junta Militar, se cerraron periódicos, se expropió maquinaria, se impuso la censura, se monopolizó el papel prensa para imprimir los diarios, y se manipuló la información hasta el punto de publicar portadas como la de la revista Somos que, en pleno conflicto de Malvinas y cuando los británicos estaban diezmando las tropas argentinas, tituló en primera página “Vamos ganando”: “Siempre decimos que los grandes grupos de comunicación no es que fueran cómplices de la dictadura cívico militar, sino que fueron socios. Papel Prensa es el ejemplo más cabal de eso”, explica Oriana. En efecto, la empresa productora del papel en el que se imprimen la mayoría de diarios del país, pasó a manos de Clarín, La Nación y La Razón, al poco de que la Junta Militar llegase al poder, y después de una turbia adquisición de acciones provocada por la nunca aclarada muerte del socio mayoritario, David Gravier. Una estrategia empresarial y política que benefició a dichas cabeceras, a sus grupos mediáticos y que se mantiene hasta la actualidad, a pesar de los intentos del gobierno de Cristina Kirchner de revertir esa situación de privilegio surgida en y por la Dictadura.
Blogs, webs, Facebook, Twitter, fotocopias… hoy en día cualquiera puede montar un medio de comunicación y darlo a conocer, pero en los años 70 los costes de impresión y distribución eran desorbitados. Tanto que, aunque hubiera muchos lectores ávidos de productos diferentes, era muy costoso hacer tiradas los suficientemente amplias como para llegar a todos ellos. Si a esto le sumamos la precariedad y las dificultades provocadas por el exilio, todo se torna más complejo. En ese sentido ¿qué alcance tuvo Sin Censura? ¿Cuál fue su verdadera trascendencia? “El rol de la resistencia a las dictaduras militares en América Latina en los años 70 fue fundamental. No solo para dar testimonio de lo que estaba pasando, sino también posteriormente, para la reconstrucción de lo que hoy sabemos que pasó. Experiencias como Sin Censura fueron importantes en eventos como el juicio a las Juntas durante el gobierno de Alfonsín y en la labor de mantener siempre viva la memoria colectiva. Ahora bien, la publicación en sí misma fue un granito de arena, una historia de buenas intenciones, dedicación, pasión y sacrificio”, explica Oriana. “Lo interesante fue que los que lo idearon, aunque venían de distintos sectores políticos e ideológicos, tenían un objetivo en común: informar y denunciar en el exterior lo que sucedía en las dictaduras latinoamericanas, e intentar despertar a los que vivían bajo ese régimen cuando introducían el periódico en el país de forma clandestina”.
Hace unos días se cumplieron 40 años del golpe de estado de la Junta Militar. En la actualidad, aquellos que consiguieron sobrevivir a esa dictadura asesina son ya septuagenarios y octogenarios. No preservar esa memoria para las futuras generaciones, sería otra pequeña victoria para los verdugos. Pero, más allá de preservar la memoria histórica, el documental “Sin Censura” es una reflexión sobre qué es el periodismo y cómo funciona, sea en una dictadura, sea en una democracia...
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