DADÁ FOR KiDS
DADÁ FOR KiDS
Judith Hurtado (retratada aquí) la dueña de la malasañera tienda infantil Dadá For Kids, es una de esas rara avis del sector cuya inspiración no llegó con el nacimiento de su primogénito, el pequeño Omar. Lejos de inculcarle el gusanillo por la moda infantil, fue una de las razones por la que casi abandona el tema. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos... He aquí una historia que comenzó hace doce años.
En 2004 Judith era una veinteañera que acababa de terminar diseño de moda en la Universidad Politécnica, y compaginaba su tiempo entre un trabajo como diseñadora de complementos infantiles en una empresa mayorista (que suministraba productos para multinacionales) y su labor benévolo en la ONG Diseño para el Desarrollo, que llevaban a cabo proyectos de formación para mujeres en situación de exclusión social tanto en España como en países del tercer mundo o en vías de desarrollo. Mientras estaba ocupando un espacio extraño, situado en los dos extremos opuestos de la cuerda imaginaria del sector textil, llegó un momento en el que compaginar un trabajo que vulneraba continuamente unos principios por los que luchaba de forma paralela dejó de ser algo aceptable; así que, el día que recibió una llamada de Diseño para el Desarrollo proponiéndole viajar a Camboya para llevar uno de sus proyectos durante unos meses, no tuvo que pensárselo mucho. Se despidió del trabajo, hizo las maletas, y se fue al otro lado del mundo.
En Camboya, le deslumbraron y asombraron muchas cosas, pero lo que marcó su camino fueron sin duda las telas que descubrió gracias a su trabajo, que consistía en dar formación sobre patronaje a unas mujeres con una increíble tradición en tejer seda, y a medida que fue adentrándose en el país, conoció otros proyectos que le animaron a crear su propia marca. Por ejemplo, estaba Goel Community, detrás del que estaba una pareja coreana que se había afincado en el país del sudeste asiático para dar posibilidades a las familias tejedoras, y que se había convertido en proveedor de algodón artesanal teñido con tintes naturales y con la técnica de batik, la más tradicional de Camboya. Entonces, Judith, en lugar de decidirse por una u otra, decidió combinar ambas para darle color a unos patrones para bebés diseñados por ella misma y confeccionados en los talleres a los que dio formación.
Así nació Lemoncar, el primero de sus “hijos”. Su marca había encontrado las telas y el taller que quería, pero ahora había que venderla, y para eso, tenía que volver a España. Pasó los siguientes tres años yendo y viniendo para, por un lado, controlar la producción y, por el otro, buscar entre las tiendas de niños más bonitas y comprometidas de toda España, situadas en Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, Marbella, Bilbao... Fue de puerta en puerta enseñando sus muestras y a alguna que otra feria, como a la nacional FiMi y a la internacional PlayTime: “Llegué a mi tope con la marca entre 2011 y 2012, y casi a la vez, vino el declive. Muchas tiendas empezaron a cerrar, y aquellas que llevaban varias temporadas comprándome dejaron de hacerlo”, recuerda resignada Judith, que achaca esta brusca caída al inexorable peso de la mil veces nombrada crisis.
Y entonces, una de las inexplicables leyes cósmicas por excelencia, esa que dice que “todas las cosas ocurren a la vez”, encontró su ejemplo en esa época también en Judith. A la caída de los encargos y ventas de Lemoncar se le sumó el embarazo de Omar, hecho que en aquel momento incrementó su sensación de ahogo, agobio e incapacidad para ver una salida. Muy seria, tomó la equívoca decisión de dejarlo todo.
Durante el año 2013, Judith fue asimilando su situación vital y asentando emociones mientras Lemoncar seguía funcionando tímidamente y a muy bajo rendimiento. Y aunque se había comprometido a dejarlo todo, en su interior se estaba fraguando la idea de lo que estaba por llegar. A finales de ese año, acudió a una reunión de amigas, en la que una de ellas les confesó ilusionada que iba a abrir un bar en la malasañera calle de Velarde en Malasaña, fueron a ver el local, y al salir de allí, internamente motivada por el empuje de su colega, Judith se topó con el magnético cartel de “Se alquila” ondulante como el reloj de un mago mentalista, pegado a los dos grandes ventanales y acabados de piedra de un bonito local. Llegó a casa diciendo en voz alta que “seguramente era un local caro”, pero en voz baja y retumbante, como un eco, la palabra “hazlo” se resistía a no hacerse oír.
Antes de Navidad ya había negociado el precio, y en febrero de 2014, tenía las llaves del local, que ocupa el nº1 de la Calle Velarde, pero a diferencia de Lemoncar, que fue un proyecto exclusivo de Judith, Dadá For Kids no habría podido concebirse sin Javier Álvarez (retratado aquí), su pareja. Y tramoyista de profesión. Javi no solo se encargó de todo el montaje de la tienda -construcción de suelo y muebles incluido- sino que también comparte horas de cara al público y aporta su granito de arena en la elección de marcas.
“Odio el nombre de Lemoncar” confiesa Judith un poco avergonzada, “poder llamar a la tienda Dadá For Kids fue una liberación”. Sin embargo, el origen del repudiado nombre viene de una bonita imagen: la de un niño camboyano jugando con una botella de plástico que simula un coche y que por ruedas tiene limones. Y Dadá llegó para desarrollar la idea en varios conceptos: la corriente artística, el sonido de los bebés, una forma de llamar a un caballito y la primera palabra que usó Omar para referirse a su padre.
En Dadá For Kids se puede encontrar ropa no sólo de su marca propia, sino también de marcas como Little Green Radicals, Sture&Lisa o Modeerska, todas ellas con el certificado de algodón orgánico y comercio justo, la marca de zapatos Bobux y de botas de lluvia y patucos Poco Nido así como juguetes y muñecos para bebés fabricados por artesanos. Además, tienen una selección de puericultura y un amplio catálogo de carros y sillitas para el coche, de las marcas Joie y Silver Cross, cuya “silla Reflex es una pasada, se convierte en cuco, es muy pequeña y ligera y se pliega tipo paraguas, es perfecta para un barrio como este”, según Judith.
El local tiene dos plantas. En la de arriba, se sitúa la tienda, y la de abajo está dedicada a la realización de talleres, cursos y espectáculos. Judith se siente optimista porque este invierno ha notado una considerable mejoría, no sólo en el número de ventas, sino también en la media de gasto por compra. Además, le gusta el ambiente que se crea en torno a una tienda de barrio. Respecto a Lemoncar, le está dando una segunda oportunidad...
¡Larga vida a Dadá (y Lemoncar)!
PD (nº1) artística: Este año, el Festival de Arte Independiente Franqueados (también en Facebook y Twitter) convertirá los escaparates de comercios destacados por su diseño y innovación del barrio de Malasaña, en una enorme galería de arte con obras de 23 artistas españoles e internacionales en torno al tema La ciudad Verde, entre el Jueves 18 y el Lunes 28 de febrero de 2016. Dadá For Kids participará en el Festival con la obra del artista madrileño Pablo Pelluz.
PD (nº2) solidaria: Diseño para el Desarrollo sigue trabajando en proyectos de formación por el mundo en el marco del diseño de ropa. El foco de esta ONG está puesto en enseñar y adaptar los patrones al gusto internacional, para que, además de fabricar ropa, la puedan vender más allá de las tiendas de comercio justo. Desde la organización también trabajan como distribuidores de las prendas que realizan las mujeres a las que les han dado una formación. Actualmente están centrados en un proyecto con las mujeres aymaras de Perú y en su trabajo con lana de alpaca. En Dadá, puede comprarse una bonita y pequeña colección para bebés fabricada por estas mujeres.
(De María Glück, el 18 de febrero de 2016)
Referencias útiles:
DADÁ FOR KiDS (en la ilustración)
Calle de Velarde, 1
28004 Madrid
910 837 291
M Tribunal
Horario:
- Los Lunes: de 11h a 14h15;
- De Martes a Viernes: de 11h a 14h15 y de 17h a 20h30;
- Los Sábados: de 11h30 a 20h30.
Para seguir los pasos (re)creativos de DADÁ FOR KiDS, conéctate a su Facebook.
[Volver a Mi Petit Armario, Callejero o Blogosfera]
Judith Hurtado (retratada aquí) la dueña de la malasañera tienda infantil Dadá For Kids, es una de esas rara avis del sector cuya inspiración no llegó con el nacimiento de su primogénito, el pequeño Omar. Lejos de inculcarle el gusanillo por la moda infantil, fue una de las razones por la que casi abandona el tema. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos... He aquí una historia que comenzó hace doce años.
En 2004 Judith era una veinteañera que acababa de terminar diseño de moda en la Universidad Politécnica, y compaginaba su tiempo entre un trabajo como diseñadora de complementos infantiles en una empresa mayorista (que suministraba productos para multinacionales) y su labor benévolo en la ONG Diseño para el Desarrollo, que llevaban a cabo proyectos de formación para mujeres en situación de exclusión social tanto en España como en países del tercer mundo o en vías de desarrollo. Mientras estaba ocupando un espacio extraño, situado en los dos extremos opuestos de la cuerda imaginaria del sector textil, llegó un momento en el que compaginar un trabajo que vulneraba continuamente unos principios por los que luchaba de forma paralela dejó de ser algo aceptable; así que, el día que recibió una llamada de Diseño para el Desarrollo proponiéndole viajar a Camboya para llevar uno de sus proyectos durante unos meses, no tuvo que pensárselo mucho. Se despidió del trabajo, hizo las maletas, y se fue al otro lado del mundo.
En Camboya, le deslumbraron y asombraron muchas cosas, pero lo que marcó su camino fueron sin duda las telas que descubrió gracias a su trabajo, que consistía en dar formación sobre patronaje a unas mujeres con una increíble tradición en tejer seda, y a medida que fue adentrándose en el país, conoció otros proyectos que le animaron a crear su propia marca. Por ejemplo, estaba Goel Community, detrás del que estaba una pareja coreana que se había afincado en el país del sudeste asiático para dar posibilidades a las familias tejedoras, y que se había convertido en proveedor de algodón artesanal teñido con tintes naturales y con la técnica de batik, la más tradicional de Camboya. Entonces, Judith, en lugar de decidirse por una u otra, decidió combinar ambas para darle color a unos patrones para bebés diseñados por ella misma y confeccionados en los talleres a los que dio formación.
Así nació Lemoncar, el primero de sus “hijos”. Su marca había encontrado las telas y el taller que quería, pero ahora había que venderla, y para eso, tenía que volver a España. Pasó los siguientes tres años yendo y viniendo para, por un lado, controlar la producción y, por el otro, buscar entre las tiendas de niños más bonitas y comprometidas de toda España, situadas en Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona, Marbella, Bilbao... Fue de puerta en puerta enseñando sus muestras y a alguna que otra feria, como a la nacional FiMi y a la internacional PlayTime: “Llegué a mi tope con la marca entre 2011 y 2012, y casi a la vez, vino el declive. Muchas tiendas empezaron a cerrar, y aquellas que llevaban varias temporadas comprándome dejaron de hacerlo”, recuerda resignada Judith, que achaca esta brusca caída al inexorable peso de la mil veces nombrada crisis.
Y entonces, una de las inexplicables leyes cósmicas por excelencia, esa que dice que “todas las cosas ocurren a la vez”, encontró su ejemplo en esa época también en Judith. A la caída de los encargos y ventas de Lemoncar se le sumó el embarazo de Omar, hecho que en aquel momento incrementó su sensación de ahogo, agobio e incapacidad para ver una salida. Muy seria, tomó la equívoca decisión de dejarlo todo.
Durante el año 2013, Judith fue asimilando su situación vital y asentando emociones mientras Lemoncar seguía funcionando tímidamente y a muy bajo rendimiento. Y aunque se había comprometido a dejarlo todo, en su interior se estaba fraguando la idea de lo que estaba por llegar. A finales de ese año, acudió a una reunión de amigas, en la que una de ellas les confesó ilusionada que iba a abrir un bar en la malasañera calle de Velarde en Malasaña, fueron a ver el local, y al salir de allí, internamente motivada por el empuje de su colega, Judith se topó con el magnético cartel de “Se alquila” ondulante como el reloj de un mago mentalista, pegado a los dos grandes ventanales y acabados de piedra de un bonito local. Llegó a casa diciendo en voz alta que “seguramente era un local caro”, pero en voz baja y retumbante, como un eco, la palabra “hazlo” se resistía a no hacerse oír.
Antes de Navidad ya había negociado el precio, y en febrero de 2014, tenía las llaves del local, que ocupa el nº1 de la Calle Velarde, pero a diferencia de Lemoncar, que fue un proyecto exclusivo de Judith, Dadá For Kids no habría podido concebirse sin Javier Álvarez (retratado aquí), su pareja. Y tramoyista de profesión. Javi no solo se encargó de todo el montaje de la tienda -construcción de suelo y muebles incluido- sino que también comparte horas de cara al público y aporta su granito de arena en la elección de marcas.
“Odio el nombre de Lemoncar” confiesa Judith un poco avergonzada, “poder llamar a la tienda Dadá For Kids fue una liberación”. Sin embargo, el origen del repudiado nombre viene de una bonita imagen: la de un niño camboyano jugando con una botella de plástico que simula un coche y que por ruedas tiene limones. Y Dadá llegó para desarrollar la idea en varios conceptos: la corriente artística, el sonido de los bebés, una forma de llamar a un caballito y la primera palabra que usó Omar para referirse a su padre.
En Dadá For Kids se puede encontrar ropa no sólo de su marca propia, sino también de marcas como Little Green Radicals, Sture&Lisa o Modeerska, todas ellas con el certificado de algodón orgánico y comercio justo, la marca de zapatos Bobux y de botas de lluvia y patucos Poco Nido así como juguetes y muñecos para bebés fabricados por artesanos. Además, tienen una selección de puericultura y un amplio catálogo de carros y sillitas para el coche, de las marcas Joie y Silver Cross, cuya “silla Reflex es una pasada, se convierte en cuco, es muy pequeña y ligera y se pliega tipo paraguas, es perfecta para un barrio como este”, según Judith.
El local tiene dos plantas. En la de arriba, se sitúa la tienda, y la de abajo está dedicada a la realización de talleres, cursos y espectáculos. Judith se siente optimista porque este invierno ha notado una considerable mejoría, no sólo en el número de ventas, sino también en la media de gasto por compra. Además, le gusta el ambiente que se crea en torno a una tienda de barrio. Respecto a Lemoncar, le está dando una segunda oportunidad...
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(De María Glück, el 18 de febrero de 2016)
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