TiTANiC
THE EXHiBiTiON
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THE EXHiBiTiON
Mucho se ha dicho, contado, e incluso, inventado sobre aquel gigantesco transatlántico británico, cargado de lujo y comodidades, que partió de Southampton el 10 de abril de 1912 con 2.207 pasajeros a bordo, y que, después de 4 días de travesía de ensueño, chocó por estribor con la parte sumergida de un iceberg... Poco más de un siglo después de la catástrofe naval más famosa del siglo XX, llega a la capital la muestra internacional itinerante “Titanic, The Exhibition” para rescatar algunas de las terribles pero no menos bellas historias que se vivieron en el apodado “Buque de los sueños”.
Todo comenzó en 1907 cuando Lod Pirri, director de los astilleros Harland and Wolfk de Belfast, y de Bruce Ismay, presidente de la naviera White Star Line, planearon por el afán de ¿lucro? y de superar todos los récords, un parto triple que haría temblar a su rival Cunard Line y sus buques Lusitania y Mauretania: construirían 3 lujosos transatlánticos con prometedores nombres, Olympic, Titanic y Gigantic (en honor a la mitología griega), para surcar los mares del mundo como nunca antes se había visto.
El Titanic costó 7 millones y medio de dólares de entonces, sin duda una de las obras navieras más majestuosas de la historia. Todo en él era gigantesco, desde sus 18 metros de altura (desde la línea de flotación) a sus 24.360 toneladas de peso, pasando por los 159 hornos de carbón necesarios para alcanzar los 43km/h de velocidad, o los 35.000 huevos, 5 toneladas de verduras, 1.300 cerdos y 12.000 botellas de agua mineral que llenaron las cocinas del barco, que comenzó su viaje el 02 de abril de 1912, desde Irlanda del Norte hasta Southampton (Inglaterra), para zarpar 8 días después hacia el sueño americano.
Desgraciadamente, aquella noche, tras hacer -al parecer- caso omiso a las alertas de hielo en el Atlántico Norte, el capitán Edward Smith (retratado aquí) continuó sin reducir la velocidad, y poco antes de medianoche, los vigías y algún que otro pasajero de cubierta, encontraron en la penumbra una terrible imagen: la de un enorme iceberg a la deriva peligrosamente cerca. A pesar de la orden del primer oficial, William Murdoch, de virar inmediatamente el sentido de la marcha, el Titanic no pudo evitar la colisión.
El reparto de los botes comenzó 25 minutos después del choque, aunque nunca hubiera sido posible salvar a todos, pues las barcazas eran aproximadamente la mitad de las necesarias siguiendo una ley marítima totalmente desfasada de 1894. Además, los primeros botes apenas se llenaron, por lo que solo se embarcaron 712 personas de un total de 1.178 plazas disponibles. A bordo, quedaron 1.500 personas hasta que, cada vez más hundido, el buque desapareció, sumándose a la oscuridad de la noche un aterrador silencio. En apenas 2 horas y media, aquel mastodonte desapareció en las aguas gélidas del Atlántico, dejando el mar plagado de cadáveres y supervivientes aterrados al intentar evitar la hipotermia. Cuando llegó el buque Carpathia, que había escuchó la señal de socorro, habían pasado 4 horas... Entre los botes dispersados y un oleaje que lo dificultaba todo, comenzó el agónico rescate…
A partir de ese momento, el Titanic se convirtió en la obsesión de muchos historiadores y oceanógrafos, e incluso de algún que otro cazador de tesoros… pero hubo que esperar hasta el 01 de septiembre de 1985 para que, por fin, se localizaran sus restos a 4 km de profundidad y 800 km al sudeste de la costa de Nueva Escocia, en Canadá. Tras las primeras imágenes, llegaron los primeros objetos rescatados, y con ellos, las miles de historias ya no tan anónimas del Titanic.
En los camarotes de primera clase, donde se alojaron algunos de los hombres más poderosos del planeta, que durante 4 días pudieron disfrutar de bienes aún escasos en la mayoría de los hogares, como luz eléctrica, estufas, gimnasio, baños turcos o salón de lectura, el más rico era John Jacob Astor, un coronel de la armada estadounidense, inventor y empresario, que al parecer falleció aplastado por una de las 4 chimeneas del buque mientras intentaba armar uno de los botes plegables. Junto a él, también murieron Isidor Straus, fundador de los almacenes Macy’s de Nueva York, y su mujer Ida, que -dicen- regresó de uno de los botes para permanecer al lado de su marido, pidiendo ser atados por los pies para morir juntos. También fallecieron Thomas Andrews, director del departamento de construcción de los barcos de Harland and Wolff y arquitecto naval del Titanic; el magnate de los ferrocarriles estadounidenses Chales Melville Hays; y el del cobre Benjamin Guggenheim (padre de la coleccionista estadounidense y mecenas de arte Peggy Guggenheim) del que cuentan que, viendo la magnitud de la tragedia, bajó a su camarote para ponerse un frac y recibir la muerte como un caballero.
Juntos, pero no revueltos, en las estancias de tercera, inmigrantes irlandeses, británicos y escandinavos viajaban en busca de un futuro mejor, después de endeudarse para pagar un billete de ida sin vuelta, cuyo coste era el equivalente al sueldo anual medio de una familia. Y por supuesto, fueron los más desfavorecidos en el momento del trágico accidente: menos de un tercio de los pasajeros de tercera sobrevivió ya que los botes de salvamento se encontraban en la cubierta, al ladito de la primera clase, y acceder a esa zona fue muy complicado.
En cuanto a Edward John Smith, el primer y único capitán del Titanic, siguió el protocolo de salvamento de la época: no abandonó el barco, y murió en el intento. En cambio, Bruce Ismay, el presidente de White Star Line, montó en uno de los primeros botes en una actitud tan criticada que cuentan que, al año siguiente del hundimiento, abandonó su puesto, y se encerró en su casa hasta el día de su muerte en 1937. Entre los pasajeros, también hubo españoles como, por ejemplo, Víctor Peñasco, de luna de miel con su esposa María Josefa Pérez de Soto, que sí logró salvarse gracias a la famosa frase de “Mujeres y niños primero”, y que -según cuenta la leyenda- escuchó de boca de su marido al separarse: “Pepita, que seas muy feliz”.
Entre los objetos más conocidos del Titanic, se encuentra la joya que según dicen inspiró a James Cameron la película “Titanic” (1997), cuya auténtica dueña, parece ser, fue Kate Florence Phillips, una dependienta de una pastelería de Inglaterra que se enamoró de Henry Samuel Morley, un hombre casado con el que decidió empezar una nueva vida a bordo del Titanic. Cuando ella fue a embarcar en un bote salvavidas, Henry le dijo adiós entregándole un colgante con un pequeño diamante azul. En cuanto a la alianza de boda de Gerda Lindell, pasajera de tercera clase, que junto a su marido Edvard y su amigo Olof, murió congelada en las frías aguas del Atlántico, también tiene una historia conmovedora. Cuando el transatlántico chocó, Gerda y su marido -como muchos otros- estaban durmiendo, por lo que tardaron en ser conscientes de la gravedad del asunto, y cuando quisieron alcanzar la proa, ya no quedaban barcazas de salvamento; así que lo intentaron con una plegable que no pudieron abrir bien. Agotada tras varios intentos de rescate, Gerda quedó simplemente agarrada al bote, y cuando murió de hipotermia, el marido le soltó la mano, quedando en su mano el anillo.
En “Titanic, The Exhibition”, se podrán más de 200 objetos originales -algunos nunca antes expuestos-, y reproducciones a tamaño real de varias escenas y estancias, como la replica de un iceberg de 5 metros de largo y 2 de alto (solo para hacernos un poco a la idea de lo que aquella madrugada se pudo vivir); la ostentosa escalinata que llevaba a los camarotes de primera clase; recreaciones de las lujosas estancias y del gimnasio; la cabina desde la que Mr. Phillips, uno de los operadores de Marconi, el más joven Premio Nobel de la historia, inventor de la radio y encargado de los equipos de transmisión del Titanic que supervisó personalmente, envió su desesperada señal de socorro; el llamado “coche del Titanic”, un Brush D24; 2 cartas originales, escritas por el primer oficial William Murdoch al mando del buque cuando se produjo el choque, así como otras postales, diarios y misivas rescatadas del mar; las botas de la pequeña Louise Kink, la pasajera más joven y que sobrevivió a la catástrofe; la manta de Velin Ohmna, una pasajera de tercera clase; la espeluznante imagen de varios relojes parados en la hora exacta del hundimiento; la lista original de pasajeros, certificada por la White Star Line el 31 de mayo de 1912; y la más escalofriante aún, la de los 712 supervivientes.
Titanic, the Exhibition es mucho más que una exposición. Como si de una máquina del tiempo se tratara, es una invitación a descubrir la historia secreta del mítico buque “insumergible” ¿como premonitoria metáfora -muy a pesar suyo- de los grandes males que azotarían Europa durante el siglo XX?
PD (nº1) increíble: La camarera Violeta Jessop no solo sobrevivió a la tragedia del Titanic, sino también en 1911 al naufragio del Olympic tras un abordaje fortuito, y en 1916, al escapar con vida del Britannic -donde servía como enfermera-, hundido durante la Primera Guerra Mundial.
PD (nº2) curiosa: De la cuarta chimenea del Titanic, nunca salió humo, pues su función era solo la extracción de aire caliente. Un “detalle” que ha servido para que los expertos pudieran desenmascarar más de una imagen falsa de la tragedia.
PD (nº3) inspiradora: Pocas catástrofes han despertado tanto mito y curiosidad. Ha dado lugar a numerosos libros, documentales y películas, entre las que destacan la perdida “Saved from the Titanic” (1912), de Étienne Arnaud; “Titanic” (1943), de Herbert Selpin; o “La camarera del Titanic” (1997), de Bigas Luna, el mismo año que la oscarizada “Titanic” de James Cameron.
(De Lidia Martín, el 03 de octubre de 2015)
Referencias útiles:
TiTANiC, THE EXHiBiTiON
¿CUÁNDO? De Lunes a Domingo, de 10h a 21h30, hasta el Domingo 06 de marzo de 2016,
¿DÓNDE? En el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa
Plaza de Colón, 4
28001 Madrid
914 359 109 (Reservas)
M Colón
¿CUÁNTO?
- Los Lunes: 6 euros;
- De Martes a Viernes: 10 euros;
- Los Sábados, Domingos y Festivos: 12 euros.
PD: Consultar aquí las tarifas especiales y bonificadas.
Para saberlo todo de TiTANiC, THE EXHiBiTiON, conéctate a su web, su canal YouTube, su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Pinacoteca, Callejero o Blogosfera]
Mucho se ha dicho, contado, e incluso, inventado sobre aquel gigantesco transatlántico británico, cargado de lujo y comodidades, que partió de Southampton el 10 de abril de 1912 con 2.207 pasajeros a bordo, y que, después de 4 días de travesía de ensueño, chocó por estribor con la parte sumergida de un iceberg... Poco más de un siglo después de la catástrofe naval más famosa del siglo XX, llega a la capital la muestra internacional itinerante “Titanic, The Exhibition” para rescatar algunas de las terribles pero no menos bellas historias que se vivieron en el apodado “Buque de los sueños”.
Todo comenzó en 1907 cuando Lod Pirri, director de los astilleros Harland and Wolfk de Belfast, y de Bruce Ismay, presidente de la naviera White Star Line, planearon por el afán de ¿lucro? y de superar todos los récords, un parto triple que haría temblar a su rival Cunard Line y sus buques Lusitania y Mauretania: construirían 3 lujosos transatlánticos con prometedores nombres, Olympic, Titanic y Gigantic (en honor a la mitología griega), para surcar los mares del mundo como nunca antes se había visto.
El Titanic costó 7 millones y medio de dólares de entonces, sin duda una de las obras navieras más majestuosas de la historia. Todo en él era gigantesco, desde sus 18 metros de altura (desde la línea de flotación) a sus 24.360 toneladas de peso, pasando por los 159 hornos de carbón necesarios para alcanzar los 43km/h de velocidad, o los 35.000 huevos, 5 toneladas de verduras, 1.300 cerdos y 12.000 botellas de agua mineral que llenaron las cocinas del barco, que comenzó su viaje el 02 de abril de 1912, desde Irlanda del Norte hasta Southampton (Inglaterra), para zarpar 8 días después hacia el sueño americano.
Desgraciadamente, aquella noche, tras hacer -al parecer- caso omiso a las alertas de hielo en el Atlántico Norte, el capitán Edward Smith (retratado aquí) continuó sin reducir la velocidad, y poco antes de medianoche, los vigías y algún que otro pasajero de cubierta, encontraron en la penumbra una terrible imagen: la de un enorme iceberg a la deriva peligrosamente cerca. A pesar de la orden del primer oficial, William Murdoch, de virar inmediatamente el sentido de la marcha, el Titanic no pudo evitar la colisión.
El reparto de los botes comenzó 25 minutos después del choque, aunque nunca hubiera sido posible salvar a todos, pues las barcazas eran aproximadamente la mitad de las necesarias siguiendo una ley marítima totalmente desfasada de 1894. Además, los primeros botes apenas se llenaron, por lo que solo se embarcaron 712 personas de un total de 1.178 plazas disponibles. A bordo, quedaron 1.500 personas hasta que, cada vez más hundido, el buque desapareció, sumándose a la oscuridad de la noche un aterrador silencio. En apenas 2 horas y media, aquel mastodonte desapareció en las aguas gélidas del Atlántico, dejando el mar plagado de cadáveres y supervivientes aterrados al intentar evitar la hipotermia. Cuando llegó el buque Carpathia, que había escuchó la señal de socorro, habían pasado 4 horas... Entre los botes dispersados y un oleaje que lo dificultaba todo, comenzó el agónico rescate…
A partir de ese momento, el Titanic se convirtió en la obsesión de muchos historiadores y oceanógrafos, e incluso de algún que otro cazador de tesoros… pero hubo que esperar hasta el 01 de septiembre de 1985 para que, por fin, se localizaran sus restos a 4 km de profundidad y 800 km al sudeste de la costa de Nueva Escocia, en Canadá. Tras las primeras imágenes, llegaron los primeros objetos rescatados, y con ellos, las miles de historias ya no tan anónimas del Titanic.
En los camarotes de primera clase, donde se alojaron algunos de los hombres más poderosos del planeta, que durante 4 días pudieron disfrutar de bienes aún escasos en la mayoría de los hogares, como luz eléctrica, estufas, gimnasio, baños turcos o salón de lectura, el más rico era John Jacob Astor, un coronel de la armada estadounidense, inventor y empresario, que al parecer falleció aplastado por una de las 4 chimeneas del buque mientras intentaba armar uno de los botes plegables. Junto a él, también murieron Isidor Straus, fundador de los almacenes Macy’s de Nueva York, y su mujer Ida, que -dicen- regresó de uno de los botes para permanecer al lado de su marido, pidiendo ser atados por los pies para morir juntos. También fallecieron Thomas Andrews, director del departamento de construcción de los barcos de Harland and Wolff y arquitecto naval del Titanic; el magnate de los ferrocarriles estadounidenses Chales Melville Hays; y el del cobre Benjamin Guggenheim (padre de la coleccionista estadounidense y mecenas de arte Peggy Guggenheim) del que cuentan que, viendo la magnitud de la tragedia, bajó a su camarote para ponerse un frac y recibir la muerte como un caballero.
Juntos, pero no revueltos, en las estancias de tercera, inmigrantes irlandeses, británicos y escandinavos viajaban en busca de un futuro mejor, después de endeudarse para pagar un billete de ida sin vuelta, cuyo coste era el equivalente al sueldo anual medio de una familia. Y por supuesto, fueron los más desfavorecidos en el momento del trágico accidente: menos de un tercio de los pasajeros de tercera sobrevivió ya que los botes de salvamento se encontraban en la cubierta, al ladito de la primera clase, y acceder a esa zona fue muy complicado.
En cuanto a Edward John Smith, el primer y único capitán del Titanic, siguió el protocolo de salvamento de la época: no abandonó el barco, y murió en el intento. En cambio, Bruce Ismay, el presidente de White Star Line, montó en uno de los primeros botes en una actitud tan criticada que cuentan que, al año siguiente del hundimiento, abandonó su puesto, y se encerró en su casa hasta el día de su muerte en 1937. Entre los pasajeros, también hubo españoles como, por ejemplo, Víctor Peñasco, de luna de miel con su esposa María Josefa Pérez de Soto, que sí logró salvarse gracias a la famosa frase de “Mujeres y niños primero”, y que -según cuenta la leyenda- escuchó de boca de su marido al separarse: “Pepita, que seas muy feliz”.
Entre los objetos más conocidos del Titanic, se encuentra la joya que según dicen inspiró a James Cameron la película “Titanic” (1997), cuya auténtica dueña, parece ser, fue Kate Florence Phillips, una dependienta de una pastelería de Inglaterra que se enamoró de Henry Samuel Morley, un hombre casado con el que decidió empezar una nueva vida a bordo del Titanic. Cuando ella fue a embarcar en un bote salvavidas, Henry le dijo adiós entregándole un colgante con un pequeño diamante azul. En cuanto a la alianza de boda de Gerda Lindell, pasajera de tercera clase, que junto a su marido Edvard y su amigo Olof, murió congelada en las frías aguas del Atlántico, también tiene una historia conmovedora. Cuando el transatlántico chocó, Gerda y su marido -como muchos otros- estaban durmiendo, por lo que tardaron en ser conscientes de la gravedad del asunto, y cuando quisieron alcanzar la proa, ya no quedaban barcazas de salvamento; así que lo intentaron con una plegable que no pudieron abrir bien. Agotada tras varios intentos de rescate, Gerda quedó simplemente agarrada al bote, y cuando murió de hipotermia, el marido le soltó la mano, quedando en su mano el anillo.
En “Titanic, The Exhibition”, se podrán más de 200 objetos originales -algunos nunca antes expuestos-, y reproducciones a tamaño real de varias escenas y estancias, como la replica de un iceberg de 5 metros de largo y 2 de alto (solo para hacernos un poco a la idea de lo que aquella madrugada se pudo vivir); la ostentosa escalinata que llevaba a los camarotes de primera clase; recreaciones de las lujosas estancias y del gimnasio; la cabina desde la que Mr. Phillips, uno de los operadores de Marconi, el más joven Premio Nobel de la historia, inventor de la radio y encargado de los equipos de transmisión del Titanic que supervisó personalmente, envió su desesperada señal de socorro; el llamado “coche del Titanic”, un Brush D24; 2 cartas originales, escritas por el primer oficial William Murdoch al mando del buque cuando se produjo el choque, así como otras postales, diarios y misivas rescatadas del mar; las botas de la pequeña Louise Kink, la pasajera más joven y que sobrevivió a la catástrofe; la manta de Velin Ohmna, una pasajera de tercera clase; la espeluznante imagen de varios relojes parados en la hora exacta del hundimiento; la lista original de pasajeros, certificada por la White Star Line el 31 de mayo de 1912; y la más escalofriante aún, la de los 712 supervivientes.
Titanic, the Exhibition es mucho más que una exposición. Como si de una máquina del tiempo se tratara, es una invitación a descubrir la historia secreta del mítico buque “insumergible” ¿como premonitoria metáfora -muy a pesar suyo- de los grandes males que azotarían Europa durante el siglo XX?
PD (nº1) increíble: La camarera Violeta Jessop no solo sobrevivió a la tragedia del Titanic, sino también en 1911 al naufragio del Olympic tras un abordaje fortuito, y en 1916, al escapar con vida del Britannic -donde servía como enfermera-, hundido durante la Primera Guerra Mundial.
PD (nº2) curiosa: De la cuarta chimenea del Titanic, nunca salió humo, pues su función era solo la extracción de aire caliente. Un “detalle” que ha servido para que los expertos pudieran desenmascarar más de una imagen falsa de la tragedia.
PD (nº3) inspiradora: Pocas catástrofes han despertado tanto mito y curiosidad. Ha dado lugar a numerosos libros, documentales y películas, entre las que destacan la perdida “Saved from the Titanic” (1912), de Étienne Arnaud; “Titanic” (1943), de Herbert Selpin; o “La camarera del Titanic” (1997), de Bigas Luna, el mismo año que la oscarizada “Titanic” de James Cameron.
(De Lidia Martín, el 03 de octubre de 2015)
Referencias útiles:
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¿CUÁNDO? De Lunes a Domingo, de 10h a 21h30, hasta el Domingo 06 de marzo de 2016,
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