El último coletazo gastronómico de estas fiestas llegó con los Reyes Magos. Después de empachos varios y algún que otro exceso, el roscón pone el colofón ¿digestivo? a la Navidad, con un sabor de boca que más tiene que ver con el Imperio Romano que con el Lejano Oriente. Las versiones sobre su posible origen son tan variadas como los distintos sabores que se ofrecen hoy en día, y aunque su estética pueda llevar a pensar en una variante comestible de la corona de Adviento -la que adornada con 4 velas (una por cada domingo) marcaba el preámbulo a la Natividad cristina-, la interpretación más extendida defiende que el roscón nace en el siglo II con las Saturnales romanas, unas fiestas por todo lo alto en las que se rendía homenaje a Saturno, dios de la agricultura, y se celebraba el final del solsticio de invierno y la alegría por unos días que empezaban, por fin, a ser más largos.

   Con el mes de diciembre terminaba el trabajo en el campo y la oscuridad dejaba paso a más horas de luz. Todo un motivo de celebración para los romanos que daban gracias a Saturno con sacrificios, festejos y banquetes. Era la también conocida como Fiesta de los esclavos, en la que durante una semana, los sirvientes aparcaban el trabajo y vivían libres en un retorcido juego que llevaba incluso a intercambiar los papeles de dueños y sometidos. Como jolgorio que se precie, había comida en abundancia, y ricos y pobres, esclavos y plebeyos, compartían, excepcionalmente, suculentos manjaresentre los que se hallaba una rosca de higos, dátiles y miel que escondía en su interior un haba seca -símbolo de fertilidad-, que auguraba un buen año al que le hincara el diente y le concedía, de paso, el honor de ser Rey de Reyes durante algunas jornadas más.

   Mientras los romanos celebraban, los cristianos sufrían y adoraban en secreto a su dios. Fueron más de 2 siglos de persecuciones, desde las promulgadas por el emperador Nerón, en el año 64, a las de Diocleciano en el siglo IV, que pusieron de manifiesto la imposibilidad de acabar con los cristianos mediante la tortura, la muerte y la violencia. El Edicto de Galerio del año 311 permitió por primera vez la práctica libre del cristianismo, bajo la exigencia, eso sí, de no alterar el orden público. Poco a poco, celebraciones paganas y cristianas fueron conviviendo, y llegó un momento en el que Carnaval y Navidad coincidieron en el mismo día, en una locura de festejos que finalmente ganó la Iglesia.

   En realidad los cristianos habían llegado más tarde, y parece que el hecho de elegir la misma fecha para celebrar el nacimiento de Jesús, lejos de ser algo casual, buscaba precisamente hacer olvidar a las gentes una celebración infiel de lo más extendida. Les costó dios y ayuda, nunca mejor dicho, y lo consiguieron pero con algunos retazos paganos como una rica torta que, desde entonces, nos endulza el final de la Navidad.

   Con el tiempo los franceses mantuvieron esa buena costumbre, y parece que fue precisamente Luis XV, rey de Francia y de Navarra, el que en el siglo XVIII trajo este postre a España. Cuentan que siendo un niño, uno de sus cocineros quiso deslumbrarle añadiendo a su dulce favorito una sorpresa, que según unos fue una moneda de oro, y según otros, un medallón de diamantes, oro y rubíes, que compró gracias a las aportaciones de todo los sirvientes. Esto no solo dejó boquiabierto y encantado al pequeño infante, también fue el detonante de que al habitual haba se le añadiera otra figura, que superó en valor e ilusión a la leguminosa, ya condenada para el perdedor. De hecho, de aquí viene la expresión “tontolaba” ya que el tonto del haba era el que, desde aquel momento, debía pagar el postre.

   De las frutas confitadas, unos dicen que representan las joyas de la corona de Luis XV, y otros los rubíes y esmeraldas que los reyes llevaban en sus trajes. Lo del rellenoes otro cantar. El roscón original es simple, mondo y lirondo, con resultado más o menos jugoso según la maña y cariño del artesano, pero desde hace ya unos añitos, han hecho su aparición en escena la nata, la crema, la trufa, el chocolate o el cabello de ángel. ¿Cuál es el tuyo?

   ¡Buen provecho!

PD (nº1) protocolaria: Aunque tan sabrosa costumbre ya se haya extendido a varios días antes y después de la tarde de Reyes y podamos ver roscones en pastelerías incluso en noviembre, lo que manda la tradición es merendar el roscón el 6 de enero, a poder ser acompañado de una buena taza de chocolate y rodeados de regalos.

PD (nº2) internacional: En Francia, existe la Couronne des Rois, idéntica a la nuestra, que en el norte del país adopta la forma de Galette des Rois, con masa de hojaldre y relleno de crema de almendras, azúcar, mantequilla y huevo. En Portugal, está el Bolo Rei y en México, la Rosca de Reyes, que como colonia española adoptó en el siglo XVI con algún añadido como miel, dátiles e higos.

PD (nº3) de premio: Ni haba, ni muñequito, la mejor sorpresa la ofrece, desde el 2008, una pastelería de Bañeza (León) con un roscón de Reyes que esconde un cheque de 6.000 euros. Empezaron regalando 500 euros, y ahora, su fama les ha llevado a servir a Italia, Francia, Reino Unido y Alemania, y, claro está, aumentar la alegría del afortunado.

PD (nº4) culinaria: Para hacer un buen roscón casero se necesita harina, levadura, leche, huevos, agua de azahar, mantequilla, azúcar y sal; para los adornos, fruta confitada, azúcar glasé y almendras laminadas; y por supuesto, tiempo y destreza.

                                                  (De Lidia Martín, el 06 de enero de 2018)

[Volver a Mi Petit Gourmet, Callejero o Blogosfera]