En la Plaza de Guardias Corps, frente al Cuartel del Conde Duque, hay un discreto monumento en honor a Clara Campoamor (obra del escultor vasco, Lucas Alcalde), que se colocó en el barrio natal de la activista de los derechos de la mujer, en 2006, a modo de doble homenaje: por un lado, en conmemoración del 75º aniversario del voto de la mujer en España; y, por el otro, para rescatar (por fin) la memoria de una feminista republicana, muerta en el exilio.

   Clara Campoamor nació en el popular barrio de Maravillas, más conocido como Malasaña, en 1888. Hija de una familia humilde (su padre era contable en un periódico y su madre costurera), aprendió, desde muy pequeña, lo que era buscarse la vida, debido, en parte, a la temprana muerte de su progenitor que la sorprendió cuando tan solo tenía 10 años. Sin embargo, reconocería, ya de mayor, que su influencia y su valor siempre constituyeron su principal referencia: “Me he formado en el clima paterno, de un hombre que batalló en las épocas difíciles de Menéndez Pallarés, Castrovido y Pi y Arsuaga”.

   Empezó a trabajar con 13 años y no paró nunca: ayudante de modista, dependienta de comercio, telefonista, funcionaria, asistente de dirección del periódico La Tribuna (donde publicaba otra de las grandes intelectuales feministas de la época: la gallega Emilia Pardo Bazán)… hasta que, con 36 años, se convirtió en una de las primeras mujeres españolas en poder ejercer la abogacía en el país. Después de sacarse la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid en tan solo dos años, fue nombrada miembro del Colegio de Abogados, en 1925, año que marcaría también el comienzo de su andadura política como luchadora infatigable por la igualdad de derechos de la mujer.

   A pesar de sus ideas cercanas al socialismo, Clara nunca se afilió al PSOE porque sus férreos principios la obligaban a no aproximarse, lo más mínimo, a la dictadura de Primo de Rivera; y, por aquel entonces, el partido socialista mantenía buenas relaciones con el régimen del General. Entonces, cuando en 1931 se proclamó la Segunda República, Clara fue elegida diputada de Madrid por el partido Radical de Lerroux, al cual sí que se había unido al declararse: republicano, laico, liberal y democrático, como ella.

   Junto a Campoamor, otra mujer, Victoria Kent, obtuvo un escaño en aquellas elecciones históricas que auguraban reformas y cambios para España. Pero, las 2 mujeres, pese a tener muchas cosas en común (ambas abogadas, políticas, feministas y luchadoras de izquierdas, propulsadas en un mundo moldeado, hasta entonces, a imagen y semejanza de los hombres) mantuvieron, en un momento clave para la historia de España, una encarnizada lucha dialéctica. Contra todo pronóstico, Victoria fue el viento y la marea, los elementos contra los que Clara tuvo que luchar, el 1 de octubre de 1931, cuando, ante los miembros del Parlamento, se dejó el alma para defender el sufragio femenino.

   Si Clara empezó su discurso dirigiéndose a su compañera: “Lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer”; la diputada radical consiguió, después, poner en su sitio a todas las conciencias del hemiciclo: “Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros (…).Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano”.

   Con 161 votos a favor y 121 en contra, el sufragio femenino fue aprobado. Por desgracia, la primera vez que ese derecho se ejerció en España, ambas políticas perdieron sus escaños. Y es que en una guerra, siempre hay víctimas inocentes y daños colaterales, pero como diría la propia Clara: “La libertad se aprende ejerciéndola”… sean cual sean sus consecuencias.

PD: Clara Campoamor dijo "República, república siempre, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos". Fiel a sus palabras, cuando estalló la guerra civil española en 1936, la feminista madrileña se exilió a Francia y murió en Lausanne, en 1972, olvidada por una España franquista.

                                                              (De Noemí Z., el 12 de marzo de 2014)

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