“Una casa es una máquina de vivir, un sillón es una máquina de sentarse, un lavabo es una máquina de lavarse”. (Le Corbusier, 1923)

   Agitador, mediático y polemista, siempre consideró la arquitectura como el juego de los volúmenes bajo la luz. Tenaz autodidacta, pintor, grabador, escultor, escritor…, todo menos decorador de cajitas de madera para relojes suizos, el único oficio que realmente aprendió, Le Corbusier pasó a la historia por su sobrenombre, una variante del apellido paterno de su abuela. Hoy, Domingo 17 de julio de 2016, la Unesco ha elegido cuatro nuevos lugares en su preciada lista de Patrimonio de la Humanidad. Entre ellos, destacan 17 obras del arquitecto suizo. (Mi Petit) Homenaje al indiscutible titán de la arquitectura moderna, que diseñaba moradas para vivir y pasillos que invitaran a la reflexión en silencios ensanchados.

   De familia armoniosa y nada burguesa, Charles-Édouard Jeanneteret nació en Suiza un 6 de octubre de 1887 y tuvo una madre pianista, un padre artesano y un hermano virtuoso del violín. A los 13 años, dejó el colegio donde no se le consideraba un niño aplicado y entró en la escuela de arte de La Chaux-de-Fonds donde sintió su primera gran frustración: no aprendía nada que le llenara el alma. Pero uno de sus maestros, llamado L'Epplatenier, predijo certeramente: "Harás otra cosa, serás arquitecto". Y cuando supo que un compañero quería hacerse una casa, se ofreció a diseñarla. Quiso probar y acertó a la primera para asombro de muchos. Tenía 18 años y aún colean los aspavientos de la opinión pública.

   En 1918, se instaló definitivamente en Francia, país fundamental en su carrera, pero jamás fue sedentario. Alemania, Grecia, Argel, Buenos Aires, La Plata, Moscú… no tendrían secretos para él. De su personalidad se sabe poco. Nada o casi nada habíamos leído de sus asuntos privados hasta que apareció un archivo en París, y un libro que escarbaba en su vida sentimental y sexual.  

   Por las cartas que escribió a su “querida mami”, descubrimos la estrecha relación que le unía con ella, muerta a los 100 años; que le gustaba el hormigón armado y las guitarras, los viajes y los apuntes en libretas, olisquear el suelo y buscar la orientación del sol, Cervantes y el mar, las manos abiertas (como símbolo de generosidad) y las erres alargadas de su firma; que adoraba los perros y disfrutaba dibujando en zapatillas, con su gato sentado en el regazo; que empatizaba con la gente corriente; que admiraba los jardines verticales y que siempre empezaba “sus” casas por el tejado; que Dalí le quería y le odiaba; que, en 1928, dio varias conferencias en la Residencia de Estudiantes de Madrid; que cayó rendido a los pies de la cantante Josephine Baker cuando la conoció en 1929, a bordo de un trasatlántico, y a la que dibujó desnuda; o que, en 1934, aceptó la invitación de Mussolini para una charla en Roma.

   Pero fue su amigo el pintor Fernad Leger quién supo retratarle con palabras: “Lo vi llegar montado en bicicleta, tieso como una escoba, como un objeto sorprendente, con sombrero hongo, gafas y un gran abrigo negro. El objeto se mantenía erecto en la bicicleta respetando de forma escrupulosa las leyes de la perspectiva“.

   1949 fue un año clave para el grandísimo arquitecto y artista multidisciplinar, que no fue a la universidad y que solía decir: “No tengo diploma. Por eso nunca tuve que olvidar lo que estudié”. Mientras diseña la ciudad de Chandigarh, en las estribaciones del Himalaya, pensó en la cabaña junto al mar de Roquebrune-Cap-Martin (en la Provenza francesa), que había regalado a su mujer, la modelo Ivonne Gallis, una esposa enamorada del talento del genio y que supo perdonar la traición de quién, al fin, era un simple mortal, cuando Le Corbusier mantuvo un largo y tórrido romance con la heredera sueco-estadounidense, Marguerite Tjader Harris. “Tengo un "castillo" en la Costa Azul para mi mujer. Raro por lo cómodo. Para uso personal”, decía describiendo el modesto escenario de sus postrimerías: una habitación sin cocina, ya que al intimar con el dueño del restauran vecino era allí donde comían; un baño sin ducha, solo con un retrete, porque no había mejor agua que la del mar. 

   Pero, una mañana de agosto del 65, desoyendo los consejos del doctor, salió a nadar. Su “máquina de latir” no pudo con las olas y murió donde quiso pasar los últimos 15 años de su vida, releyendo El Quijote, La Ilíada y Así habló Zaratustra; buscando nuevos mitos y retos, refugiado en la nostalgia; trabajando por lo que -según él- más necesita el hombre, el silencio y la paz.

                            “La mar vuelve a descender
                            a lo más bajo de la marea para
                            poder subir de nuevo a tiempo.
                            Un tiempo nuevo se ha abierto
                            una etapa un plazo un relevo
                            Así no nos quedaremos, sentados junto a nuestras vidas”.

   Y así lo hallaron unos pescadores, seguro que varados junto a las suyas.

PD (nº1) cinematográfica: (Re)descubre el documental, “La máquina de habitar” sobre la casa Curutchet, que diseñó Le Corbusier en la ciudad de la Plata (Argentina). En ella, se rodó la película, “El hombre de al lado” (2009), una excelente manera de ver como se aprovechan los extraordinarios recursos utilizados por el arquitecto para su diseño y construcción.

PD (nº2) fashion: La casa Chanel rindió homenaje a Le Corbusier con los diseños de Karl Lagerfeld para su colección otoño invierno 14-15. 

PD (nº3) universal: Descubre aquí las 17 obras de Le Corbusier, incluidas en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.

                                                (De Sol Alonso, el 17 de julio de 2016)

Referencias útiles:
Para saberlo más sobre LE CORBUSiER, conéctate (en francés) a la web de la FUNDACiÓN LE CORBUSiER (también en Facebook y Twitter).

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