Su despeinada melena contribuyó a la imagen de científico loco, que siempre quiso explotar la literatura y el cine; su amable rostro ayudó a convertir la ciencia en una asignatura aparentemente fácil de divulgar; y su revolucionaria teoría de la relatividad cambió el mundo y la sabiduría venidera. Hoy, Sábado 18 de abril de 2015, se cumplen 6 décadas de la muerte de Albert Einstein, el científico más mediático y popular del siglo XX, el que, harto de los periodistas e intentando fastidiar a los fotógrafos, quedó inmortalizado con la lengua fuera, el mismo que recibió el Premio Nobel de Física en 1921, amigo de Chaplin, adorado por Marilyn y estudiado, parodiado e imitado hasta la saciedad, sigue revolucionando desde la tumba con sus fórmulas, ecuaciones y herencias numéricas.

   Einstein nació en Ulm (Alemania), en el seno de una familia judía, el 14 de marzo de 1879. Como muchos genios, tuvo un arranque tardío, ya que no pronunció sus primeras palabras hasta los 3 años. Dicen que, un día, estando enfermo, con apenas 5 años, su padre le regaló una brújula, que le fascinó. Aquella aguja, que irremediablemente siempre señalaba al mismo lugar, le dejó con una idea rondando su joven cabeza. Por lo visto, fue un niño solitario y tímido, que prefería la compañía de los aparatos eléctricos de la tienda familiar en lugar de jugar con otros niños. Pasaba tardes enteras experimentando, junto a su tío Jacob, encerrados en un taller, donde daban rienda suelta a proyectos tecnológicos que, sin embargo, no consiguieron salvar el negocio de la quiebra. Si de su madre, Paulina, Albert heredó el gusto por la música, y de su padre, Hermann, la generosidad y la paciencia, no cabe duda de que fue su tío el que inculcó la curiosidad a un pequeño Einstein, que se quedaba embelesado con los libros de ciencia, que le regalaba.

   Con esa mezcla y un cerebro, que echaba humo, a la tierna edad de 15 años, aburrido como una mona en el colegio, se puso a estudiar, por su cuenta y riesgo, el cálculo infinitesimal, y con 17 años y una clara facilidad para los números, Einstein ingresó en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, donde descubrió las teorías del científico francés, Poincaré, del filósofo alemán, Kant, y del físico austríaco, Ernst Mach. En Suiza, vivió, se graduó como profesor de matemáticas y física, se nacionalizó, se enamoró y se casó con la serbia, Mileva Maric (y dicen las malas lenguas, que en 1902 tuvo una hija llamada Lieser, que al parecer dieron en adopción). A pesar de sus flamantes resultados académicos, la Universidad pasó de él, y Einstein acabó empleado en una oficina de patentes, donde desarrollaría en la sombra su gran descubrimiento.

   Por humildad, por prudencia, por timidez, no sabemos el motivo, pero la Teoría de la Relatividad especial -al origen de la que hoy todos conocemos-, salió de su cabecita, sin apenas hacer ruido, en 1905, siendo un anónimo trabajador de una oficina de Berna. En aquel estudio sobre el movimiento de los cuerpos en ausencia de la fuerza de la gravedad, Einstein ya incluía la ecuación hoy en día más famosa de todos los tiempos, E=mc2, o lo que es lo mismo, la equivalencia masa-energía.

   Después de ¿otro? hijo, llamado Hans Albert Einstein, en 1904, y unos cuantas fórmulas y teorías más, llegó la entonces tan ansiada docencia. En 1908, Einstein entró en la Universidad de Berna, tuvo otro hijo, Eduard, en 1910, se mudó a Praga, fue nombrado miembro de la prestigiosa Academia Prusiana de las Ciencias, regresó a Berlín, siguió fascinando al mundo de la ciencia con sus propuestas, se divorció, se volvió a casar con una prima suya, Elsa Lowewnthal, y agotado, Albert Einstein decidió parar y descansar. Para entonces, el físico ya era un científico mundialmente conocido, protagonista de acaloradas discusiones, envidiado, admirado y odiado por igual, tanto por sus teorías físicas como por su abierta simpatía hacia el socialismo y el sionismo.

   Sin embargo, en 1915, Einstein rizó el rizo con la Teoría de la Relatividad general, la que echó un poco por tierra la formulada por Newton, demostrando que la fuerza de la gravedad es efecto de los componentes espacio-tiempo, una afirmación que descolocó a los defensores del origen místico del Universo, y animó al nacimiento de la vertiente que explica el principio de todo a través de la cosmología.

   Poco después, en 1921, Einstein recibió el Premio Nobel de Física, y es curioso, porque el enunciado le presentó como valedor del galardón por sus innumerables aportaciones a la física teórica, un título demasiado general, debido a la incapacidad del científico, encargado de evaluar la nominación por la Real Academia de las Ciencias de Suecia, de entender su Teoría. Así que el buen hombre acabó optando por la solución más rápida y menos arriesgada. 

   Con Hitler arrasando Europa, Einstein hizo las maletas, y en 1932, puso rumbo a Estados Unidos, donde fijó su residencia y se entretuvo entre su actividad docente, nuevos amigos y cierta actividad política, que levantó aún más escozores que su Teoría… El 02 de agosto de 1939, el famoso científico le escribió una carta al presidente Roosevelt para advertirle de la amenaza nuclear alemana. La misiva, escrita por el físico Leo Szilard (que había descubierto la llamada “reacción en cadena”), pero firmada por Albert, aceleró sin duda la investigación sobre el uranio con la puesta en marcha del Proyecto Manhattan, que cambió la Historia de la Humanidad para siempre, al desarrollar la primera bomba atómica.

   Cuando llegó su hora, el 18 de abril de 1955, por una hemorragia interna, el genio, que había puesto las bases de la mayor parte de los descubrimientos científicos posteriores (desde la física estadística a la mecánica cuántica), rechazó la cirugía con el firme convencimiento de haber hecho en este mundo lo que tenía que hacer. Sus instrucciones fueron precisas, y cuando la noticia aún no había llegado a los medios, su cuerpo fue incinerado en la más estricta intimidad.

   Sin embargo, hubo una parte que se salvó de la quema, ya que el encargado de la autopsia, el patólogo Thomas Stoltz Harvey, extrajo y guardó en secreto hasta su vejez, el cerebro del sabio, con la firme intención de averiguar el origen de tanta genialidad. Hasta el momento, solo se ha visto que la parte relacionada con la capacidad matemática es más grande de lo normal, al igual que el lóbulo parietal inferior, encargado del razonamiento numérico. Seguro que Einstein se llevó el secreto a la tumba. Por algo, aquel día, se burló de todos sacándonos la lengua como un auténtico Rolling Stone.

PD (nº1) ética: El 11 de abril de abril de 1955, Einstein escribió su última carta. Dirigida al filósofo y matemático británico, Bertrand Russel, la misiva se convirtió posteriormente en el llamado “Manifiesto Russell-Einstein”, en el que los dos científicos pedían la organización de una conferencia mundial para estudiar “el peligro real de exterminación de la raza humana por el polvo y la lluvia de las nubes  radiactivas” ya que la única “esperanza para la humanidad es evitar la guerra”...

PD (nº2) madrileña: En 1923, Albert Einstein visitó Madrid. ¡Descubre el itinerario que siguió en Secretos de Madrid!

PD (nº3) anecdótica: Dicen que Marilyn Monroe, quien adoraba por encima de todo la inteligencia, al conocer Einstein por primer vez, le propuso matrimonio y tener un hijo con la belleza de la actriz y la inteligencia del físico. A lo que Albert contestó: “Desafortunadamente temo que el experimento salga a la inversa, y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia”.

                                     (De Lidia Martín, el 18 de abril de 2015)

Referencias útiles:
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