¿Cómo le explicarían a un extraterrestre lo que es la Navidad sin hablar de religión ni de consumo? Es muy difícil. Pero no imposible. Si practican este absurdo ejercicio interior, pueden aprender a sobrellevar con cierta dignidad estas fiestas, y sobre todo, ver la Navidad desde un punto de vista de verdad humano.

   Aunque tengamos creencias religiosas, y aunque estemos perfectamente insertados en la sociedad de consumo, ver y comprender estas fechas desde otra latitud moral puede servir para tomar conciencia de muchas cosas y ayudar en tantas otras. Por ejemplo a la hora de educar a los niños. ¿Somos conscientes de los mensajes tan contradictorios que estamos transmitiendo? Veamos… ¿Otra navidad es posible?

- No es necesario poner campanitas ni espumillón por la casa. Ni siquiera árbol de Navidad. Internet está lleno de tutoriales para hacer guirnaldas y adornos a partir de cualquier papel. Si engalanamos la casa, sentiremos un gratísimo ambiente festivo a nuestro alrededor. (Y es una actividad de lo más entretenida para practicar en familia).

- La cena de empresa. Si es un compromiso nada apetecible, se puede poner misteriosamente enfermo esa misma tarde. Incluso regodearse en su teatrillo: “Me tengo que encontrar mal justo en el gran día. También es mala suerte la mía…”. Si le apetece tajarse con sus compañeros de empresa, ¡adelante!, a darlo todo y a venirse arriba. Pero nada de medias tintas, por favor. Se trata de pasarlo bien ante todo.

- Si ante los niños se quiere mantener la ilusión de los Reyes Magos, aunque no tengamos fe religiosa ni monárquica, se les puede explicar que son una suerte de superhéroes, que vienen a nuestro país, y que tratan de dejar regalos a todos los niños; aunque los hay que viven en lugares inaccesibles y podemos donar juguetes para ellos. Comprar juguetes conforme a sus gustos (y esto no quiere decir educativos) y no a los anuncios más vistosos es un primer paso. Hace más ilusión la liturgia y los nervios del día 6 de enero que los regalos en sí. Los niños son sorprendentemente agradecidos y sinceros. Es mejor el contenido y la puesta en escena que la cantidad.

- Hacer regalos. Tiene más lógica en familias grandes (sobre todo de adultos) hacer un “amigo invisible” que simular que Papa Nöel y los Reyes Magos traen un montón de cosas que no hacen falta y hay que cambiar en un 90% de las ocasiones. Y ¿Por qué regalar un impersonal producto de una gran superficie que miles de personas tienen exactamente igual? Todos sabemos hacer algo: dibujar, coser, escribir un cuento, enmarcar una foto, moldear un cenicero o componer una canción… Un buen regalo es un regalo único, en el que invertimos más ilusión que dinero. Y regalar es un auténtico placer (mucho mejor que  recibir regalos).

- Se puede evitar Cortylandia, las colas de doña Manolita, la tensión en la caja del supermercado y las aglomeraciones callejeras. Se trata simplemente de no actuar como borregos, sino conforme a impulsos reales. En los días de frío es mucho más apetecible tomar un chocolate a la taza y ver una película en casa con gente a la que queremos de verdad.

 -Papel de regalo. Desforestamos 15 km cuadrados de selva Amazónica cada uno en papel de regalo cada Navidad. Bueno, vale; por supuesto es una estadística inventada, pero creo que nadie ha calculado la extensión real de papel malgastado en unas horas. Propongo envolver con papel de periódicos y revistas los regalos. Fomentamos la creatividad, gastamos menos y reciclamos.

- Las comilonas de Navidad, las fiestas de Nochevieja, las tardes eternas del 25 de diciembre… son aburridas porque las vivimos de forma impersonal. Se pueden organizar juegos de todo tipo, escuchar música bonita, dedicarse a alguna actividad creativa o brindar sin parar hasta no poder ni caminar… Hacer cosas por gusto, no dejarnos llevar sin más.

- Cada vez hay más gente que detesta la Navidad “porque son fechas tristes”. Conviene alejarse de quienes piensan así. Normalmente son personas egoístas que miran solo por sí mismas, y por el dolor de sus propias ausencias. Si tiene gente así en su entorno, tiene dos opciones. La primera, ignorarlos y montar unas fiestas que hagan honor a la palabra “fiesta”. La segunda, mucho más recomendable, es acudir al banco de alimentos a hacer una donación, a una residencia de ancianos para hacer compañía a quien de verdad la necesita, o servir comidas en un comedor social. Es terapéutico, y perfecto como cura de humildad para los que se quejan de la Navidad. Es tiempo de hacer el bien, no de regodearse en la desgracia.

                                (De Diana Aller, el 28 de noviembre de 2014)

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