(Mi PETiT) HOMENAJE A LOLA FLORES
(Mi PETiT) HOMENAJE A LOLA FLORES
Pertenece al tuétano de nuestra historia popular, e independientemente de la potencia de su voz o las proporciones de sus medidas, lo que la hacía sobresalir era su carácter fuerte, su genio, su vida, sus amores, su barroca forma de expresar sentimientos, tan intensos, tan de copla. De entre todas las folclóricas, siempre estuvo por encima de las demás. Tenía la fuerza implacable, la espontaneidad del que ha aprendido en la calle, una simpatía irresistible, la presencia de un mito... Hoy, Sábado 16 de mayo de 2015, hace veinte años que Lola Flores abandonó este mundo para siempre. Dos décadas después, nadie ha olvidado a aquella no gitana de garra inigualable y arrolladora personalidad, convertida en uno de los grandes mitos de nuestro país. (Mi Petit) Homenaje a La Faraona.
María Dolores Flores Ruiz llegó al mundo un 21 de enero de 1923, en La Fe de Pedro Flores, el restaurante que sus padres habían montado en Jerez de la Frontera. Fruto del amor entre Pedro Flores y Rosario Ruiz, Lola heredó de su madre un cuarto de sangre gitana (sólo su abuelo materno tenía sangre calé), y la futura artista lo llevaría con orgullo y como bandera: “No soy gitana, aunque la verdad, de la buena, es que no sabría decirlo del todo. Porque en el tuétano me siento gitana medular, gitana total, gitana de los pies a la cabeza”. Y por si hubiera alguna duda, el cine hizo el resto. Prácticamente todos los roles, que representó, fueron de gitana.
Después de vender el bar donde había nacido su primogénita, los padres de Lola compraron otro en la misma calle, que bautizaron Los Leones, y fue donde la pequeña aprendió simultáneamente a bailar y andar. Al bar familiar, acudían los gitanos del barrio, y no había día sin un cante y un baile, o sin que la música folclórica andaluza inundara todo el hogar de Lola. Ella misma explicó en varias ocasiones que Los Leones fueron su escuela y su universidad, porque cuando intentó ir a clases, su profesora le dijo (proféticamente) a su madre, que no había forma de enseñarle nada a la niña ya que ya tenía su estilo propio. Esa terquedad tan suya, junto a un genio innato, hicieron que, con apenas 13 años, ya fuera reconocida en los ambientes artísticos de su ciudad natal. Y en 1939, se fue junto a su madre a probar suerte a Madrid.
En esos primerísimos años de postguerra, la vida no era fácil para nadie, y menos, para una pequeña que pretendía ganarse la vida como artista. Gracias a sus pequeños papeles y esporádicas actuaciones en teatros, artistas y productores de la época se fijaron en el genio artístico de Lola: primero en Gijón gracias a la popularización del Lerele, y después, en Madrid, donde su nombre empezó a aparecer en letras, cada vez más grandes, en los carteles de las películas y teatros de la Villa. Pasó de un pequeño papel de gitanilla en “Martingala”, en 1940, y de rodar dos películas, en 1943, a protagonizar en 1947, el musical, un tanto experimental, “Embrujo”, de Carlos Serrano de Osma, junto a Manolo Caracol, su pareja artística y sentimental desde que en 1943 protagonizasen juntos “La Zambra”, un espectáculo en el que el mejor de su atractivo era la erótica e inmensa química, que existía entre los dos.
Aunque ya estaba casado y tenía hijos, Manolo Caracol fue el primer gran amor de Lola Flores. Ella era casi una niña, y el, un artista ya consagrado, que la introdujo en el star system de la época: “Aquel hombre sería más tarde el viento del este, que sacudiría mi vida de la forma más terrible, porque aquel artista genial sería el protagonista del capitulo más apasionante y tormentoso de toda mi historia, el hombre, en fin, que había de cambiar mi vida”. Junto al cantaor, protagonizó tormentosas historias de amor en las pantallas, y en la vida real, dieron muestra de una relación tempestuosa y explosiva. Su pasión y relación profesional duró 7 años. En 1951, Lola, que ya era toda una estrella, decidió acabar con el romance, completamente consciente de que aquella interdependencia no la beneficiaba en ningún sentido. Una vez libre, su fuerza y garra despegaron como habían de hacerlo.
La década de los 50 fue la del máximo apogeo y esplendor de la artista. En cuanto firmó un importante contrato con el productor Cesareo González, en el mítico bar Chicote de la Gran Vía donde congregaron a toda la prensa, comenzó una fructífera carrera cinematográfica y giras por todo el continente americano: México, La Habana, Río de Janeiro, Buenos Aires, Nueva York... En diez años, La Faraona fue a México a rodar 11 películas, entre las que destaca “Pena, penita, pena” (1953), que es imposible pronunciarla sin entonar. Y ese mismo año, una racial Lola de España actuó en el Madison Square Garden, lo que le valió quizá la más certera de todas sus críticas: “Lola Flores, una artista española, ni canta ni baila, pero no se la pierdan”.
En 1957, en medio del rodaje de “María de la O”, la artista consagrada se casó con el que sería el amor de su vida, Antonio González Batista (1925-1999), aka El Pescaílla, padre de la rumba catalana y de sus 3 futuros hijos. En 1958, nació Lolita, y después, vendrían Antonio en 1961, y Rosario en 1963. A partir de los años 60, su actividad cinematográfica y discográfica, aunque no cesa, disminuye, pero su presencia sigue siendo una constante en el teatro. Y cuando la España de los 70 fue demandando una regeneración cultural, una modernización de la música y el arte, a diferencia de las demás folclóricas que dejaron de tener el tirón del que gozaban en décadas anteriores, la inmensa personalidad de Lola, su extrema naturalidad y simpatía, y su genio inmortal hicieron que siguiera presente en la vida de todos los españoles especialmente a través de la televisión.
Curiosamente, Lola Flores no tiene en su haber muchos premios, pero sí grandes homenajes. El último tuvo lugar en 1994, en Antena 3. Después de las intensas muestras de cariño de sus compañeros de profesión, la artista sentenció un doloroso y emotivo “ya puedo morir tranquila”. Sabía que su lucha por la vida estaba llegando al final. En una de sus últimas entrevistas al diario El País, dijo: “Yo, como artista, soy como soy, y nunca he dicho que sea la mejor, pero como ser humano soy fuerte, soy vital. Estoy más contenta de la Lola ser humano que de la Lola artista… Y me ha gustado mucho saber que a la gente le importa Lola como ser humano. Saber que cuando me escribían cartas y me decían que rezaban por mí, lo hacían a la mujer que está enferma, no a la artista”.
Su muerte sobrevino el 16 de mayo de 1995, después de una larga lucha contra el cáncer. Tenía 72 años. Los primeros indicios de enfermedad fueron diagnosticados en 1972, estuvo más de veinte años luchando contra un contrincante demasiado duro y devastador, incluso para ella. Murió junto a los suyos, en El Lerele, su casa de La Moraleja, y aquel día, España enmudeció conmocionada. De alguna forma, a Lola se la creía inmortal.
Lola había dispuesto su funeral como el que organiza la mejor de sus actuaciones, aunque finalmente no se hizo todo como ella había pedido. Quiso que el velatorio fuera en el Teatro Calderón, pero finalmente fue en el Centro Cultural de la Villa (hoy Teatro Fernán Gómez), en plena Plaza de Colón. Quiso que la viesen todos, embalsamada y con mantilla blanca, regalo de su desolada amiga Carmen Sevilla, un rosario de plata entre las manos, con las uñas pintadas de rojo y descalza; y acudieron más de 150.000 personas a la capilla ardiente donde el ataúd se mantuvo abierto. Su camino hacia el cementerio de la Almudena fue seguido por millones de personas a pie, y otras tantas por televisión, con la “La Zarzamora” sonando.
Quince días más tarde moría su hijo Antonio, incapaz de continuar una vida de adicción a las drogas y extremada sensibilidad, sin la que era su pilar más importante.
Veinte años después, Lola sigue viva en el recuerdo colectivo, y muchos más han de pasar para que se olviden sus gestos, sus frases geniales, su acento jerezano, su franca naturalidad, su fuerza sobre los escenarios... “Seré eterna, hay videos en los que podrán verme. Aunque yo muera seguiré viva”.
PD (nº1) faraónica: A Lola Flores le atribuyeron el más famoso de sus apodos, La Faraona, en México, después del rodaje en el país de los mariachis de la película homónima de 1954.
PD (nº2) económica: Uno de los capítulos más difíciles en la vida de Lola Flores fue su famoso problema con Hacienda, que acabó en una condena de 16 meses en prisión y el pago de 28 millones de pesetas de multa. El proceso comenzó en 1987, y finalizó en 1991. Se le acusaba de no haber presentado la declaración de la renta entre 1982 y 1985; y de ese momento, queda una de sus frases más famosas: “si una peseta diera cada español...”. Pero, finalmente, no tuvo que pasar ningún día privada de libertad
PD (nº3) cotilla: Aunque es conocida la rivalidad y los piques rimbombantes, que siempre han existido entre las folclóricas, lo cierto es que Lola Flores se llevaba bien con todas. Sólo tuvo un problema con Isabel Pantoja, sobre la que corre la leyenda urbana de que La Faraona le echó una maldición gitana a la tonadillera por haberse ligado a Paquirri, cuando era novio de Lolita. ¿Maldición gitana o invento farandulero?
(De María Glück, el 16 de mayo de 2015)
Referencias útiles:
Para seguir los pasos póstumos de LOLA FLORES, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Discoteca, Callejero o Blogosfera]
Pertenece al tuétano de nuestra historia popular, e independientemente de la potencia de su voz o las proporciones de sus medidas, lo que la hacía sobresalir era su carácter fuerte, su genio, su vida, sus amores, su barroca forma de expresar sentimientos, tan intensos, tan de copla. De entre todas las folclóricas, siempre estuvo por encima de las demás. Tenía la fuerza implacable, la espontaneidad del que ha aprendido en la calle, una simpatía irresistible, la presencia de un mito... Hoy, Sábado 16 de mayo de 2015, hace veinte años que Lola Flores abandonó este mundo para siempre. Dos décadas después, nadie ha olvidado a aquella no gitana de garra inigualable y arrolladora personalidad, convertida en uno de los grandes mitos de nuestro país. (Mi Petit) Homenaje a La Faraona.
María Dolores Flores Ruiz llegó al mundo un 21 de enero de 1923, en La Fe de Pedro Flores, el restaurante que sus padres habían montado en Jerez de la Frontera. Fruto del amor entre Pedro Flores y Rosario Ruiz, Lola heredó de su madre un cuarto de sangre gitana (sólo su abuelo materno tenía sangre calé), y la futura artista lo llevaría con orgullo y como bandera: “No soy gitana, aunque la verdad, de la buena, es que no sabría decirlo del todo. Porque en el tuétano me siento gitana medular, gitana total, gitana de los pies a la cabeza”. Y por si hubiera alguna duda, el cine hizo el resto. Prácticamente todos los roles, que representó, fueron de gitana.
Después de vender el bar donde había nacido su primogénita, los padres de Lola compraron otro en la misma calle, que bautizaron Los Leones, y fue donde la pequeña aprendió simultáneamente a bailar y andar. Al bar familiar, acudían los gitanos del barrio, y no había día sin un cante y un baile, o sin que la música folclórica andaluza inundara todo el hogar de Lola. Ella misma explicó en varias ocasiones que Los Leones fueron su escuela y su universidad, porque cuando intentó ir a clases, su profesora le dijo (proféticamente) a su madre, que no había forma de enseñarle nada a la niña ya que ya tenía su estilo propio. Esa terquedad tan suya, junto a un genio innato, hicieron que, con apenas 13 años, ya fuera reconocida en los ambientes artísticos de su ciudad natal. Y en 1939, se fue junto a su madre a probar suerte a Madrid.
En esos primerísimos años de postguerra, la vida no era fácil para nadie, y menos, para una pequeña que pretendía ganarse la vida como artista. Gracias a sus pequeños papeles y esporádicas actuaciones en teatros, artistas y productores de la época se fijaron en el genio artístico de Lola: primero en Gijón gracias a la popularización del Lerele, y después, en Madrid, donde su nombre empezó a aparecer en letras, cada vez más grandes, en los carteles de las películas y teatros de la Villa. Pasó de un pequeño papel de gitanilla en “Martingala”, en 1940, y de rodar dos películas, en 1943, a protagonizar en 1947, el musical, un tanto experimental, “Embrujo”, de Carlos Serrano de Osma, junto a Manolo Caracol, su pareja artística y sentimental desde que en 1943 protagonizasen juntos “La Zambra”, un espectáculo en el que el mejor de su atractivo era la erótica e inmensa química, que existía entre los dos.
Aunque ya estaba casado y tenía hijos, Manolo Caracol fue el primer gran amor de Lola Flores. Ella era casi una niña, y el, un artista ya consagrado, que la introdujo en el star system de la época: “Aquel hombre sería más tarde el viento del este, que sacudiría mi vida de la forma más terrible, porque aquel artista genial sería el protagonista del capitulo más apasionante y tormentoso de toda mi historia, el hombre, en fin, que había de cambiar mi vida”. Junto al cantaor, protagonizó tormentosas historias de amor en las pantallas, y en la vida real, dieron muestra de una relación tempestuosa y explosiva. Su pasión y relación profesional duró 7 años. En 1951, Lola, que ya era toda una estrella, decidió acabar con el romance, completamente consciente de que aquella interdependencia no la beneficiaba en ningún sentido. Una vez libre, su fuerza y garra despegaron como habían de hacerlo.
La década de los 50 fue la del máximo apogeo y esplendor de la artista. En cuanto firmó un importante contrato con el productor Cesareo González, en el mítico bar Chicote de la Gran Vía donde congregaron a toda la prensa, comenzó una fructífera carrera cinematográfica y giras por todo el continente americano: México, La Habana, Río de Janeiro, Buenos Aires, Nueva York... En diez años, La Faraona fue a México a rodar 11 películas, entre las que destaca “Pena, penita, pena” (1953), que es imposible pronunciarla sin entonar. Y ese mismo año, una racial Lola de España actuó en el Madison Square Garden, lo que le valió quizá la más certera de todas sus críticas: “Lola Flores, una artista española, ni canta ni baila, pero no se la pierdan”.
En 1957, en medio del rodaje de “María de la O”, la artista consagrada se casó con el que sería el amor de su vida, Antonio González Batista (1925-1999), aka El Pescaílla, padre de la rumba catalana y de sus 3 futuros hijos. En 1958, nació Lolita, y después, vendrían Antonio en 1961, y Rosario en 1963. A partir de los años 60, su actividad cinematográfica y discográfica, aunque no cesa, disminuye, pero su presencia sigue siendo una constante en el teatro. Y cuando la España de los 70 fue demandando una regeneración cultural, una modernización de la música y el arte, a diferencia de las demás folclóricas que dejaron de tener el tirón del que gozaban en décadas anteriores, la inmensa personalidad de Lola, su extrema naturalidad y simpatía, y su genio inmortal hicieron que siguiera presente en la vida de todos los españoles especialmente a través de la televisión.
Curiosamente, Lola Flores no tiene en su haber muchos premios, pero sí grandes homenajes. El último tuvo lugar en 1994, en Antena 3. Después de las intensas muestras de cariño de sus compañeros de profesión, la artista sentenció un doloroso y emotivo “ya puedo morir tranquila”. Sabía que su lucha por la vida estaba llegando al final. En una de sus últimas entrevistas al diario El País, dijo: “Yo, como artista, soy como soy, y nunca he dicho que sea la mejor, pero como ser humano soy fuerte, soy vital. Estoy más contenta de la Lola ser humano que de la Lola artista… Y me ha gustado mucho saber que a la gente le importa Lola como ser humano. Saber que cuando me escribían cartas y me decían que rezaban por mí, lo hacían a la mujer que está enferma, no a la artista”.
Su muerte sobrevino el 16 de mayo de 1995, después de una larga lucha contra el cáncer. Tenía 72 años. Los primeros indicios de enfermedad fueron diagnosticados en 1972, estuvo más de veinte años luchando contra un contrincante demasiado duro y devastador, incluso para ella. Murió junto a los suyos, en El Lerele, su casa de La Moraleja, y aquel día, España enmudeció conmocionada. De alguna forma, a Lola se la creía inmortal.
Lola había dispuesto su funeral como el que organiza la mejor de sus actuaciones, aunque finalmente no se hizo todo como ella había pedido. Quiso que el velatorio fuera en el Teatro Calderón, pero finalmente fue en el Centro Cultural de la Villa (hoy Teatro Fernán Gómez), en plena Plaza de Colón. Quiso que la viesen todos, embalsamada y con mantilla blanca, regalo de su desolada amiga Carmen Sevilla, un rosario de plata entre las manos, con las uñas pintadas de rojo y descalza; y acudieron más de 150.000 personas a la capilla ardiente donde el ataúd se mantuvo abierto. Su camino hacia el cementerio de la Almudena fue seguido por millones de personas a pie, y otras tantas por televisión, con la “La Zarzamora” sonando.
Quince días más tarde moría su hijo Antonio, incapaz de continuar una vida de adicción a las drogas y extremada sensibilidad, sin la que era su pilar más importante.
Veinte años después, Lola sigue viva en el recuerdo colectivo, y muchos más han de pasar para que se olviden sus gestos, sus frases geniales, su acento jerezano, su franca naturalidad, su fuerza sobre los escenarios... “Seré eterna, hay videos en los que podrán verme. Aunque yo muera seguiré viva”.
PD (nº1) faraónica: A Lola Flores le atribuyeron el más famoso de sus apodos, La Faraona, en México, después del rodaje en el país de los mariachis de la película homónima de 1954.
PD (nº2) económica: Uno de los capítulos más difíciles en la vida de Lola Flores fue su famoso problema con Hacienda, que acabó en una condena de 16 meses en prisión y el pago de 28 millones de pesetas de multa. El proceso comenzó en 1987, y finalizó en 1991. Se le acusaba de no haber presentado la declaración de la renta entre 1982 y 1985; y de ese momento, queda una de sus frases más famosas: “si una peseta diera cada español...”. Pero, finalmente, no tuvo que pasar ningún día privada de libertad
PD (nº3) cotilla: Aunque es conocida la rivalidad y los piques rimbombantes, que siempre han existido entre las folclóricas, lo cierto es que Lola Flores se llevaba bien con todas. Sólo tuvo un problema con Isabel Pantoja, sobre la que corre la leyenda urbana de que La Faraona le echó una maldición gitana a la tonadillera por haberse ligado a Paquirri, cuando era novio de Lolita. ¿Maldición gitana o invento farandulero?
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