Fruto del amor entre Venus -la joven diosa del Amor, la Belleza y la Fertilidad- y Marte -el (todo)poderoso dios de la Guerra-, Cupido tenía todas las papeletas, en la (a veces retorcida) mitología romana, para acabar padre de familia muy numerosa y comerse a sus hijos en el desayuno... pero el oráculo le tenía reservado otro destino que marcaría, por rebote, el nuestro gracias a su herramienta grandiosa. Si ya conoces a tu alma gemela, sabrás de qué flecha hablamos. Si todavía no la has encontrado, cuenta con Cupido para que, hoy, sea un gran día. Crónica sentimental de un flechazo ¿para el amor eterno?

   Cupido nació en la Antigua Roma como digno heredero de Eros, el dios griego del Amor y la Potencia (re)creativa en todos los ámbitos y géneros. En cuanto Júpiter admiró su belleza andrógina y su pureza alada, el padre de los dioses y de los hombres supo que Cupido haría estragos, y obligó a Venus a que se deshiciera de él para mantener la paz en el mundo de los mortales. Incapaz de dar la muerte a su propio hijo, la joven madre le cambió su suerte (¿o fue el Destino?) escondiéndole en un bosque en el que las fieras le cuidarían. Y Cupido, objeto de deseo (como su nombre lo confirma o traiciona) a pesar suyo o no, pasó su infancia mariposeando de flor en flor, con un arco de madera, hecho a mano, y aprendiendo, despreocupado, las artes ¿amatorias? del manejo de sus flechas aun no envenenadas.

   Mientras tanto, en la tierra y en el cielo, la vida seguía su curso normal hasta el nacimiento de la preciosa Psique, el alma (y, de paso, la belleza) hecha persona, que marcaría un antes y un después para tod@s nosotr@s. Venus, que no soportaba la competencia, decidió utilizar la destreza de su hijo para pararle los pies a este bellezón. ¿Cómo? Hurgó un plan supuestamente imparable. Primero, le regaló a Cupido un nuevo arco y flechas con puntas de oro para conceder el amor de un flechazo y otras con puntas de plomo para disparar la indiferencia. Luego, le ordenó utilizarlas para sumar en la desdicha amorosa a Psique al enamorarla de un hombre monstruoso que, a su vez, la ignoraría por completo flechas mediante. Pero... nada más verla, Cupido se enamoró perdidamente de la atractiva joven.

   Sea porque el amor a primera vista existe, sea porque la flecha que le estaba destinada a la muchacha se plantó en la mano de nuestro arquero, Cupido no lo pensó dos veces y la raptó. Se la llevó a un magnífico palacio, escondido en el cielo, y para no despertar la ira de su madre, entraría en el lecho de la Bella nada durmiente de noche para que la joven no le reconociera y se iría, lleno de satisfacción, al levantarse el sol. Pero la vida en el Olimpo nunca fue un cuento de hadas, y todo se complicó cuando le picó la curiosidad a Psique (alentada por la mala fe de sus hermanas envidiosas de tanto amor ¿y lujuria?) por ver la cara de su amante a la luz de una vela. Al caerle un gota de cera caliente en el pecho, Cupido se despertó y la cólera le invadió al constatar la desconfianza de parte de su futura esposa (sí, sí, había planes de boda en el aire).

   Herido en sus sentimientos más profundos, Cupido abandonó a Psique, y cayó en una profunda depresión. En cuanto a Venus, al no poder soportar ver sufrir a su hijo ni tampoco consentir la belleza del engaño, decidió vengarse de la joven caradura ordenándola bajar al inframundo para traerle de vuelta un cofre cerrado a cal y canto. Otra vez, la curiosidad pudo más con la chiquilla que, a pesar de haber superado todos los obstáculos tanto a la ida como a la vuelta, firmó su propia sentencia de muerte al abrir la caja sellada y liberar un gas soporífico que la hizo caer en un sueño eterno. Al enterarse Cupido, se fue volando, literalmente hablando, hasta su alma gemela para darle un último beso... y el poder del amor y del perdón despertó a la joven amada... (me recuerda a otro cuento y no especialmente chino). Los dos amantes legalizaron su pasión casándose con el beneplácito de Venus y de Júpiter al demostrar ante el mundo entero su amor verdadero.  

   No sabemos si el sacerdote Valentín de Terni conocía las aventuras de Cupido cuando, inspirándose de las palabras de Jesús, empezó, hacia 267 d.C., a casar a los soldados cristianos a pesar de la prohibición del emperador Claudio II el Cruel, que consideraba que los enlaces impedían concentrarse en el campo de batalla; pero lo que sí consta en la Enciclopedia Católica es que, antes de ser decapitado, Valentín consiguió convertir al cristianismo a la hija ciega de su carcelero con sus palabras luminosas. El resto de la familia así como los prisioneros se convirtieron también a la religión monoteísta el día de la ejecución, el 14 de febrero de 269, del futuro San Valentín.

   Siglos después, tanto en las Bellas Artes como en las mentes, Cupido y San Valentín harían buenas migas y conquistarían, el uno con sus flechas encantadas y el otro con sus alianzas sagradas, los corazones de los hombres y de las mujeres con el mismo lema que Shakespeare: “el Amor no mira con los ojos, sino con el espíritu”... ¿de contradicción o juguetón? ¡Feliz día de los enamorados con Cupido de celestino y un Valentín de premio!

PD nº1: Si, para ti, San Valentín rima con violín, eres un(a) romántic@ empedernid@. Después de una velada romántica y del intercambio de tarjetas y/o regalos de rigor con tu media naranja del momento o tu amor de toda la vida, no os olvidéis de sellar vuestro amor cerrando un “candado de los enamorados” en cualquier valla (no necesariamente de obra) a falta de los famosos y consagrados Puentes Milvio en Roma o Des Arts en París.

PD nº2: Y, si no quieres entrar en la lógica comercial del amor, quédate tranquilamente en casa y regala (¿o dispara como Cupido?) placer...

PD (nº3): Ilustración by P8ladas.

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