Desde hace más de un siglo, el verano rima con campamento gracias al pastor evangelista suizo Walter Bion, quien en agosto de 1876 decidió llevarse a 10 maestros y a 68 niños sin recursos al cantón de Appenzell para que disfrutaran del campo durante dos divertidas semanas, respirando aire puro y comiendo comida fortificante. El éxito de la experiencia no tardó en extenderse por todo el continente europeo y en cruzar el charco. Desde entonces, debido a la incompatibilidad de los horarios laborales de los progenitores con las largas vacaciones escolares de sus retoños, las ofertas de ocio estival se han multiplicado hasta el infinito, y hoy en día, los campamentos de verano pueden ser urbanos, lingüísticos, deportivos, en el extranjero o de todo un poco. Crónica Sentimental de una práctica veraniega lúdica y educativa, que llegó a España de la mano de la Institución Libre de Enseñanza.

   A mediados del siglo XIX, se produjo en España un importante éxodo rural, que llevó a las gentes del campo a la ciudad en busca de un porvenir en la incipiente revolución industrial. Rápidamente las paupérrimas condiciones de vida de los trabajadores dieron lugar a un nuevo y desolador panorama social, en el que los niños acampaban malnutridos por suburbios improvisados alrededor de las urbes, mientras la monarquía, demasiada ocupada con su restauración, miraba para otro lado. Como respuesta a la decadente situación política y social,  un grupo de catedráticos humanistas decidió actuar.

   Fundada en 1876 en Madrid por Francisco Giner de los Ríos, Joaquín Costa, Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, entre muchos otros, para “defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales en materia religiosa, política o moral”, la Institución Libre de Enseñanza (iLE) introdujo en la Península los nuevos conceptos pedagógicos del filosofo alemán, Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832), basados en los pensamientos ilustrados de Rousseau, Pestalozzi y Froebel, para echar las bases de una educación integral, fuera de las aulas, regeneradora y empírica.

   Gracias a la publicación a partir de 1877 de su Boletín (que hoy se sigue editando), los ideales y metas de la iLE cristalizaron en otras instituciones que impulsó, como el Museo Pedagógico Nacional (1882), la Junta para la Ampliación de Estudios (1907), la Escuela Superior de Magisterio (1909) y la Residencia de Estudiantes (1910). En cuanto a los primeros campamentos, surgieron con una clara vocación higienista para luchar contra la pésima situación física de los niños y niñas de las clases urbanas más humildes.

   El primer campamento en España tiene nombre propio: Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935). Educador, pedagogo krausista, historiador del arte y heredero espiritual de Giner de los Ríos, Cossío (en la ilustración), sinceramente comprometido con la educación y la enseñanza, se inspiró en el suizo Bion para llevar su teoría a la práctica, y el 15 de agosto de 1887, congregó a 2 profesores  y a 18 escolares de entre 9 y 13 años, seleccionados en función de sus enfermedades (raquitismo, anemia y escrofulismo), en la Estación del Norte (actualmente la Estación de Príncipe Pío) rumbo al preciso pueblo cántabro de San Vicente de la Barquera.

   Una vez en el campamento, los pedagogos se centraron en que los campistas se lavaran con jabón a diario y adquirieran rutinas saludables, sin olvidar la enseñanza de lecciones de geografía, astrología, manejo de brújulas y termómetros mediante juegos, excursiones, redacción de un diario y demás tareas agradables. La experiencia fue un éxito en todos los sentidos. Los niños mejoraron considerablemente su situación física y se demostró que ese tipo de proyectos era factible y tremendamente beneficioso.

   Huelga decir que el modelo llamó la atención de otras instituciones filántropas de otras comunidades autónomas, que comenzaron a organizar sus propias “colonias escolares”. Granada fue la siguiente, en 1890, gracias a Berta Wilhelmi (1858-1934) quien defendía que niños y niñas compartiesen juntos esas experiencias. Barcelona, Santiago de Compostela, Palma de Mallorca y Valencia se apuntaron al bombardeo a partir de 1892, y a la entrada del siglo XX no había ciudad española que no tuviera sus propias salidas campestres veraniegas.

   Entre 1906 y 1907 la revista madrileña El Excursionista Escolar organizó sus propias salidas a la playa valenciana. A esa iniciativa se sumó la Asociación de la Prensa, que recibió una subvención anual de 3.000 pesetas y el privilegio de que fueran sus hijos los principales beneficiarios de esos campamentos. A excepción de un parón entre 1923 y 1930, durante la dictadura de Primo de Rivera, en 1932 Madrid ya contaba con 4.632 colonos que disfrutaban del aprendizaje al aire libre.

   Desgraciadamente, la Guerra (in)Civil y sus 40 años posteriores de dictadura cambiaron drásticamente los planteamientos pedagógicos definidos por la iLE, los campamentos se convirtieron en el espacio de adoctrinamiento político, social, educativo, moral y religioso del franquismo, de la mano del Frente de Juventudes y la Sección Femenina, cuyo principal objetivo era “la formación y encuadramiento de las fuerzas juveniles”, separando radicalmente a las chicas de los chicos instruyéndoles a cada uno de ellos en lo que se consideraba propio de su género.

   Durante los años 40 y 50, muy alejados del espíritu que animó a los pioneros Bion y Cossío, los escenarios veraniegos y juveniles españoles se transformaron en el instrumento perfecto para la transmisión ideológica falangista con parafernalia paramilitar, gestos marciales, banderas al sol, cánticos heroicos y el implacable orden de las formaciones, siguiendo el método establecido por varios regímenes totalitarios europeos anteriores: comenzando por los Movimientos Pioneros en la Unión Soviética estalinista de 1922, seguidos de muy cerca por las Hitlerjugend (Juventudes Hitlerianas) y los movimientos fascistas de la Opera Nazionale Balilla a partir de 1926 (rebautizada Gioventu Italiana del Littorio en 1937) y la Mocídade Portuguesa de 1936.

   A partir de mediados de los años 50, la Iglesia Católica, justificando su labor apostólica, también comenzó a organizar campamentos de verano con -por supuesto- autorización previa de la Delegación Nacional del Frente de Juventudes. Las asociaciones católicas más implicadas en organizar campamentos fueron las Juventudes de Acción Católica y los Montañeros de Santa María. En cuanto al Movimiento del escultismo o Scout, que se había implantado en España en 1912 (apenas cuatro años después de su creación en Inglaterra) y que ya era una institución bastante consolidada en nuestro país, era -y probablemente siga siendo- el que mejor había estructurado un modelo de pedagogía al aire libre, definido por el mismo Baden Powell como “una escuela de civismo por medio del arte de los bosques”. Sin embargo, el movimiento fue ilegalizado en España en los años 40 y tuvo que esperar hasta 1961 para renacer como Movimiento Scout Católico (MSC) y hasta 1977 para la creación del Movimiento Scout laico.

   Si bien es cierto que a mitad de los años 60 ya se fueron produciendo cambios moderados respecto a las ofertas de actividades, a las organizaciones promotoras y a la representación de tiempo libre como medio educativo, fue con la llegada de la democracia cuando las opciones se multiplicaron, diversificaron y especializaron en función del tipo de ocio. Además, a partir de 1976 se comenzó a formalizar la formación para los monitores de tiempo libre y se autorizaron las constituciones de Escuelas de Aire y Tiempo Libre, hecho que alentó el desarrollo de diferentes estilos formativos, descentralizando el trabajo y animando a diferentes colectivos sociales a implicarse en el tema.

   Desde entonces, las ofertas estivales han ido variando en función de las modas, los cambios sociales y las necesidades de las familias. Si en 1996 España contaba con 257 escuelas de verano, diez años después el número se ha doblado, y la cifra sigue subiendo. Hoy en día, las granjas escuela y los campus deportivos, de trabajo, de rock, de meditación, multiaventura, para adelgazar, etc. rinden homenaje, consciente o inconscientemente, a la labor educativa realizada en su momento por la gran Institución Libre de Enseñanza.

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