Mi PETiT BARRiO (nº36):
¿QUÉ PASA CON LA PiSCiNA CLUB STELLA?
Mi PETiT BARRiO (nº36):
¿QUÉ PASA CON LA PiSCiNA CLUB STELLA?
Con un nombre muy sofisticado para la época, 1947, y ciertas costumbres avanzadas, hasta entonces nunca vistas, la Piscina Club Stella abrió sus puertas en una zona de Madrid donde la vida transcurría al compás despreocupado de unas eternas vacaciones. El callejero señala el número 231 de la calle de Arturo Soria.
Fernando Adrián, administrador de la finca, desde 1960, cuenta que “entonces, en la zona de Ciudad Lineal, no había prácticamente nada. La mayoría de las viviendas eran unifamiliares, y la vida social terminaba en los confines de la calle López de Hoyos. Estos terrenos pertenecen a la misma familia desde hace 150 años. Por aquí, apenas circulaba un solo tranvía que hacía el proyecto Plaza de Castilla, Cruz de los Caídos. Frente a la piscina, había un par de kioscos, dedicados a la venta de gallinejas y otros fritos populares madrileños”.
Por fuera, la construcción del arquitecto, Fermín Moscoso del Prado Torre (diseñador del afamado Club Náutico de San Sebastián en el mismo estilo racionalista), en un terreno de 8.400 metros cuadrados, tiene el perfil de un barco varado en la rivera del bulevar de Arturo Soria, a la altura del actual nudo de Costa Rica. Por dentro, un día en la piscina Stella era lo más parecido a una jornada de asueto en un crucero, donde apenas levantabas la mano, un camarero servicial, impecablemente uniformado, y puede que hasta bilingüe, hacía realidad cualquier deseo susceptible de ser servido en bandeja.
Manuel Pérez-Vizcaíno y Pérez-Stella, propietario de la finca, acertó de pleno al seguir los consejos de su hijo, extravagantes al principio, de construir una piscina en los terrenos familiares. Justo donde estaba el vivero, en cuyo pilón de riego se refrescaban amigos y vecinos, cuando el calor se afincaba en sus tardes libres.
El proyecto fue ambicioso. Sabiendo que solo con la pileta de agua azul y cristalina, no se alcanzaría la categoría de club, hubo que añadir una bolera americana al aire libre, frontones, un gimnasio y un restaurante, que se transformaría en sala de fiestas con pista de baile y orquesta en directo. Por el día se ligaba bronce, y por la noche, todo lo demás.
Stella se estrenó con una clientela elitista, y bastantes militares de la base de Torrejón de Ardoz. Los famosos no tardaron en apuntarse a la piscina de moda (dicen que la primera piscina de Madrid se abrió se abrió en 1879, en la Cuesta de San Vicente, 14, y se llamó Niágara), y los productores de cine captaron el potencial de aquellas instalaciones para sus historias de play boys a la española, en busca de muchachas liberales, capaces de resistir esas miradas lascivas que recorrían sus cuerpos semidesnudos de los pies a la cabeza. Películas como “Hombre acosado” (1952), “091, Policía al habla” (1960) o “El Cochecito” (1960) se rodaron allí.
Xavier Cugat, Ava Gadner, Antonio Machín, Paloma Picasso y Joaquín Blume (aún se conservan las anillas con las que entrenaba) frecuentaban el club. Tan amena resultaba su presencia, como la de cualquier valiente sin vértigo, que, desde el trampolín de tres alturas, lucía su palmito volador, dejando a las muchachas con la boca y los brazos, en clara posición de abierto. Mucho se recuerda al forzudo Hércules Cortés, campeón de lucha libre bautizado Alfonso Carlos Chicharro, que levantaba a pulso a dos señoritas, una en cada mano, provocando el aplauso de todos los bañistas.
La clientela era moderna y elitista. La zona de servicios presumía de tres tipos de cabinas. Las de primera categoría tenían hasta bidé. Sin embargo, las tardes de los jueves, Stella se desclasaba cediendo a la servidumbre su salón de baile.
En aquellos tiempos franquistas de bañador “de cuello alto”, en Stella se adoptaban sin reparos los usos europeos más flamantes. Las mujeres bronceaban cada día un palmito más de piel. Los primeros bikinis, los primeros topless, los primeros tangas, y en los 600 metros de solario, con hamacas de diseño, los primeros desnudos integrales vigilados a menudo por helicópteros policiales: “Fuimos modernos en todo. Aquellas costumbres ayudaron mucho a la liberación de la mujer”, comenta Fernando Adrián.
¿Por qué se cerró Stella? Eternizar su esplendor no fue posible. El oasis comenzó a sufrir la competencia de los polideportivos municipales, mucho más baratos, “y el hecho de que esta zona se llenó de piscinas privadas”. Hoy en día, sus dueños siguen manteniendo el edifico y sus jardines, que gozan de una semiprotección Municipal, con los gastos que conlleva. En 2005, se alquiló para un bingo, pero no cuajó, y desde entonces, está completamente cerrada, sin plan alguno a corto plazo.
Como un barco en el puerto, sin capitán, ni tripulación, ni destino, la Piscina club Stella quedó varada en su montículo, como si su rico y abundante pasado fuera el ancla que lo mantiene en tierra.
(De Sol Alonso, el 19 de julio de 2015)
Referencias útiles:
PiSCiNA CLUB STELLA
Calle de Arturo Soria, 231
28033 Madrid
M Arturo Soria
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Con un nombre muy sofisticado para la época, 1947, y ciertas costumbres avanzadas, hasta entonces nunca vistas, la Piscina Club Stella abrió sus puertas en una zona de Madrid donde la vida transcurría al compás despreocupado de unas eternas vacaciones. El callejero señala el número 231 de la calle de Arturo Soria.
Fernando Adrián, administrador de la finca, desde 1960, cuenta que “entonces, en la zona de Ciudad Lineal, no había prácticamente nada. La mayoría de las viviendas eran unifamiliares, y la vida social terminaba en los confines de la calle López de Hoyos. Estos terrenos pertenecen a la misma familia desde hace 150 años. Por aquí, apenas circulaba un solo tranvía que hacía el proyecto Plaza de Castilla, Cruz de los Caídos. Frente a la piscina, había un par de kioscos, dedicados a la venta de gallinejas y otros fritos populares madrileños”.
Por fuera, la construcción del arquitecto, Fermín Moscoso del Prado Torre (diseñador del afamado Club Náutico de San Sebastián en el mismo estilo racionalista), en un terreno de 8.400 metros cuadrados, tiene el perfil de un barco varado en la rivera del bulevar de Arturo Soria, a la altura del actual nudo de Costa Rica. Por dentro, un día en la piscina Stella era lo más parecido a una jornada de asueto en un crucero, donde apenas levantabas la mano, un camarero servicial, impecablemente uniformado, y puede que hasta bilingüe, hacía realidad cualquier deseo susceptible de ser servido en bandeja.
Manuel Pérez-Vizcaíno y Pérez-Stella, propietario de la finca, acertó de pleno al seguir los consejos de su hijo, extravagantes al principio, de construir una piscina en los terrenos familiares. Justo donde estaba el vivero, en cuyo pilón de riego se refrescaban amigos y vecinos, cuando el calor se afincaba en sus tardes libres.
El proyecto fue ambicioso. Sabiendo que solo con la pileta de agua azul y cristalina, no se alcanzaría la categoría de club, hubo que añadir una bolera americana al aire libre, frontones, un gimnasio y un restaurante, que se transformaría en sala de fiestas con pista de baile y orquesta en directo. Por el día se ligaba bronce, y por la noche, todo lo demás.
Stella se estrenó con una clientela elitista, y bastantes militares de la base de Torrejón de Ardoz. Los famosos no tardaron en apuntarse a la piscina de moda (dicen que la primera piscina de Madrid se abrió se abrió en 1879, en la Cuesta de San Vicente, 14, y se llamó Niágara), y los productores de cine captaron el potencial de aquellas instalaciones para sus historias de play boys a la española, en busca de muchachas liberales, capaces de resistir esas miradas lascivas que recorrían sus cuerpos semidesnudos de los pies a la cabeza. Películas como “Hombre acosado” (1952), “091, Policía al habla” (1960) o “El Cochecito” (1960) se rodaron allí.
Xavier Cugat, Ava Gadner, Antonio Machín, Paloma Picasso y Joaquín Blume (aún se conservan las anillas con las que entrenaba) frecuentaban el club. Tan amena resultaba su presencia, como la de cualquier valiente sin vértigo, que, desde el trampolín de tres alturas, lucía su palmito volador, dejando a las muchachas con la boca y los brazos, en clara posición de abierto. Mucho se recuerda al forzudo Hércules Cortés, campeón de lucha libre bautizado Alfonso Carlos Chicharro, que levantaba a pulso a dos señoritas, una en cada mano, provocando el aplauso de todos los bañistas.
La clientela era moderna y elitista. La zona de servicios presumía de tres tipos de cabinas. Las de primera categoría tenían hasta bidé. Sin embargo, las tardes de los jueves, Stella se desclasaba cediendo a la servidumbre su salón de baile.
En aquellos tiempos franquistas de bañador “de cuello alto”, en Stella se adoptaban sin reparos los usos europeos más flamantes. Las mujeres bronceaban cada día un palmito más de piel. Los primeros bikinis, los primeros topless, los primeros tangas, y en los 600 metros de solario, con hamacas de diseño, los primeros desnudos integrales vigilados a menudo por helicópteros policiales: “Fuimos modernos en todo. Aquellas costumbres ayudaron mucho a la liberación de la mujer”, comenta Fernando Adrián.
¿Por qué se cerró Stella? Eternizar su esplendor no fue posible. El oasis comenzó a sufrir la competencia de los polideportivos municipales, mucho más baratos, “y el hecho de que esta zona se llenó de piscinas privadas”. Hoy en día, sus dueños siguen manteniendo el edifico y sus jardines, que gozan de una semiprotección Municipal, con los gastos que conlleva. En 2005, se alquiló para un bingo, pero no cuajó, y desde entonces, está completamente cerrada, sin plan alguno a corto plazo.
Como un barco en el puerto, sin capitán, ni tripulación, ni destino, la Piscina club Stella quedó varada en su montículo, como si su rico y abundante pasado fuera el ancla que lo mantiene en tierra.
(De Sol Alonso, el 19 de julio de 2015)
Referencias útiles:
PiSCiNA CLUB STELLA
Calle de Arturo Soria, 231
28033 Madrid
M Arturo Soria
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