Mi PETiT BARRiO (nº24):
BAR RESTAURANTE ASTURiANOS
Mi PETiT BARRiO (nº24):
BAR RESTAURANTE ASTURiANOS
Tiene una fachada de las de “toda la vida”, de esas que te transportan al Madrid de principios del siglo XX. Es pequeño y angosto, poco más que una habitación sencilla con cuatro o cinco mesas, un pasillo oscuro que desemboca en otra salita con una ventana tan minúscula como la pomposidad del sitio y unas poquitas mesas más. Sin redundancias, sin estridencias, sin excesos, pero con toda la esencia y la magia de un negocio familiar que huele a historia y sabe a cocina tradicional en pleno Chamberí. Como no podía ser de otra manera, la sencilla casa de comidas, a la que acuden los más altos y reconocidos chefs españoles (e internacionales) cuando se cansan de experimentar con sutilezas en sus cocinas, se llama Asturianos. Sencillo y directo, el nombre no lleva a engaño, al igual que su carta plagada de platos caseros, de esos que requieren llenar bien las cucharas y la boca para saborear con gusto los sabores de la tierra más minera de España.
Belarmino Fernández y Julia Bombín, asturiano él y burgalesa ella, llegaron -por separado- a Madrid hace mucho más de medio siglo, huyendo de la miseria de sus tierras. Belarmino fue el primero en aterrizar en suelo castizo con 13 años y trabajó en toda clase de locales, del más humilde al Hotel Palace. Julia trabajó en otros pero vino a ser lo mismo. Ambos mantuvieron estatus de empleados hasta que en los años 60 -ya eran marido y mujer- pudieron convertirse en dueños cuando la señora Argentina, que a pesar de su nombre no había nacido en la tierra de Maradona sino en la de Don Pelayo -como Belarmino-, decidió poner en venta su restaurante Asturianos.
Entonces, Don Belarmino y Doña Julia cogieron el traspaso, que incluía una casa en el mismo edificio -en la que a día de hoy Julia, viuda ya, sigue viviendo-, y reunieron todas las fuerzas que tenían para construir su feudo culinario en la capital del Reino. De la señora Argentina, heredaron cierta clientela patria. El marido de la susodicha era sereno, y como casi todos los serenos de Madrid eran asturianos, solían reunirse en el castizo local y siguieron con la costumbre en el ahora hogar de Belarmino y Julia. “El restaurante siempre ha funcionado como sala de estar de la familia, y sigue siendo así” dice Alberto (retradado con gafas aquí), el madrileño hijo pequeño del matrimonio asturiano burgalés cuando se le pregunta por su casa. Su infancia son recuerdos -como diría Machado- del negocio familiar: “Los muebles de mi casa están nuevos, porque solo se usaban un rato el sábado -día de cierre y libranza del personal-. Todas las comidas y la vida cotidiana, incluyendo los deberes de mi hermano y míos, el desayuno antes de ir al cole, etc… se han hecho en el bar”.
Quizás sea esta la razón de que de las 100 veces que Alberto piensa en su madre “200 está vestida de cocinera”, porque Doña Julia (retratada aquí), castellana pura, prácticamente no sale de los fogones y “pasa de todo el mundo salvo de la gente a la que tiene cariño, y esto lo demuestra saliendo a saludarte, si no ni se molesta en salir de la cocina”. Y eso lleva haciendo desde que Alberto y Belarmino (su otro hijo) tienen uso de razón. Ella es el alma de los fuegos y “el día que se jubile Dios dirá” porque ella es la que maneja como nadie las sardinas -maravillosas sardinas maridadas-, los chorizos, los mejillones, la morcilla, las fabas que llegan directamente de Tineo, los guisos… Todo y casi todo 100% asturiano.
Sin ser vista, Doña Julia es la que seduce a través de las viandas que han enamorado a jubilados “que vienen -apunta Alberto- cada día a comer el menú de 12 euros”, a políticos “especialmente del PSOE y entre los que se encuentra algún ministro”, a periodistas, a frikis del vino, a guiris y a algún crítico de postín del mismísimo New York Times, que descubrió el local chamberilero cuando a los mandos se encontraban los retoños (ya crecidos) de la entregada cocinera. Ninguno de los niños estudió para hostelero pero ambos lo llevaban en la sangre y todos sabemos lo que tira el líquido que corre por las venas.
Alberto estudió económicas, tuvo tiendas de ropa de segunda mano en la calle de La Palma, llenas de prendas compradas en la Gran Manzana, y su hermano, Belarmino, era protésico dental. Cuando Belarmino padre se fue a jubilar a los hermanos les dio mucha pena que Asturianos tuviese que cerrar sus puertas; así que, “como no queríamos continuar con la fórmula de mis padres, que abrían a las 6h30 de la mañana y cerraban de madrugada con la única ayuda de un camarero, hicimos una reforma con dos perras y comenzamos a meternos en el mundo del vino”. La idea, fue darle una vuelta al negocio familiar, respetando su esencia pero dando algo más, trayendo a Madrid un modelo que. en Nueva York (donde Alberto pasaba largas temporadas). comenzaba a despuntar: el Wine bars.
Así, con valentía y aprendizaje, renacieron Los Asturianos de hoy porque, como dice Alberto con la verborrea punki que le caracteriza y que le permite interrumpir la comida de cualquier comensal, robarle una croqueta y desviar la conversación hacia otra muy distinta, “no teníamos ni puta idea de vinos, así que nos apuntamos a un curso de cata de 3 días, liamos al profesos para que nos asesorara con la primera carta de vinos y con la pizarra de vinos por copas. Después nos hicimos sumilleres y Belarmino se matriculó en Enología, lo aprobó y se hizo el Master de la Escuela de Agrónomos”.
A la sazón, en 2004, no contentos con el camino recorrido, elaboraron su primer vino, que llamaron “Tres patas”; bautizaron a su bodega Canopy y la DO Méntrida; y empezaron a llover las buenas puntuaciones en las guías de entendidos con el jugo de los viñedos que la familia Fernández tiene en el Real de San Vicente, en Gredos y donde, entre otros, se trabaja la Garnacha… “aunque tenemos un shiraz cojonudo, Malpaso”, remata Alberto, y nos preguntamos… ¿A qué esperamos para brindar con uno de ellos?
PD: Asturianos tiene una carta de vinos de entre 250 y 300 referencias (depende del momento del año) de todo el mundo, servidos en copas de calidad, a la temperatura correcta pero, como dicen sus artífices, “sin gilipolleces de sumiller con delantal y concha de plata al cuello”: “Asturianos no es un sitio para gente que espere un marco incomparable y un servicio Old school. Tampoco lo recomendamos para citas románticas a no ser que tu pareja sea gourmet o la cantante de Las Vulpes”. Finalmente, también tienen una pequeña distribuidora que vende vinos tops a restaurantes y tiendas, entre las que están ¡Ojito! todos los Corte inglés de España.
(De Noemí Z., el 20 de octubre de 2014)
Referencias útiles:
ASTURiANOS
Calle de Vallehermoso, 94
28003 Madrid
915 335 947
M Islas Filipinas /Alonso Cano
Horario:
- de Lunes a Viernes: de 12h a 17h y de 20h hasta medianoche.
- Los Sábados: cerrado.
- Los Domingos: de 12h a 17h y de 20h hasta medianoche.
Precios:
- Menú del día: 12 euros.
- Carta: entre 20 y 30 euros.
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Tiene una fachada de las de “toda la vida”, de esas que te transportan al Madrid de principios del siglo XX. Es pequeño y angosto, poco más que una habitación sencilla con cuatro o cinco mesas, un pasillo oscuro que desemboca en otra salita con una ventana tan minúscula como la pomposidad del sitio y unas poquitas mesas más. Sin redundancias, sin estridencias, sin excesos, pero con toda la esencia y la magia de un negocio familiar que huele a historia y sabe a cocina tradicional en pleno Chamberí. Como no podía ser de otra manera, la sencilla casa de comidas, a la que acuden los más altos y reconocidos chefs españoles (e internacionales) cuando se cansan de experimentar con sutilezas en sus cocinas, se llama Asturianos. Sencillo y directo, el nombre no lleva a engaño, al igual que su carta plagada de platos caseros, de esos que requieren llenar bien las cucharas y la boca para saborear con gusto los sabores de la tierra más minera de España.
Belarmino Fernández y Julia Bombín, asturiano él y burgalesa ella, llegaron -por separado- a Madrid hace mucho más de medio siglo, huyendo de la miseria de sus tierras. Belarmino fue el primero en aterrizar en suelo castizo con 13 años y trabajó en toda clase de locales, del más humilde al Hotel Palace. Julia trabajó en otros pero vino a ser lo mismo. Ambos mantuvieron estatus de empleados hasta que en los años 60 -ya eran marido y mujer- pudieron convertirse en dueños cuando la señora Argentina, que a pesar de su nombre no había nacido en la tierra de Maradona sino en la de Don Pelayo -como Belarmino-, decidió poner en venta su restaurante Asturianos.
Entonces, Don Belarmino y Doña Julia cogieron el traspaso, que incluía una casa en el mismo edificio -en la que a día de hoy Julia, viuda ya, sigue viviendo-, y reunieron todas las fuerzas que tenían para construir su feudo culinario en la capital del Reino. De la señora Argentina, heredaron cierta clientela patria. El marido de la susodicha era sereno, y como casi todos los serenos de Madrid eran asturianos, solían reunirse en el castizo local y siguieron con la costumbre en el ahora hogar de Belarmino y Julia. “El restaurante siempre ha funcionado como sala de estar de la familia, y sigue siendo así” dice Alberto (retradado con gafas aquí), el madrileño hijo pequeño del matrimonio asturiano burgalés cuando se le pregunta por su casa. Su infancia son recuerdos -como diría Machado- del negocio familiar: “Los muebles de mi casa están nuevos, porque solo se usaban un rato el sábado -día de cierre y libranza del personal-. Todas las comidas y la vida cotidiana, incluyendo los deberes de mi hermano y míos, el desayuno antes de ir al cole, etc… se han hecho en el bar”.
Quizás sea esta la razón de que de las 100 veces que Alberto piensa en su madre “200 está vestida de cocinera”, porque Doña Julia (retratada aquí), castellana pura, prácticamente no sale de los fogones y “pasa de todo el mundo salvo de la gente a la que tiene cariño, y esto lo demuestra saliendo a saludarte, si no ni se molesta en salir de la cocina”. Y eso lleva haciendo desde que Alberto y Belarmino (su otro hijo) tienen uso de razón. Ella es el alma de los fuegos y “el día que se jubile Dios dirá” porque ella es la que maneja como nadie las sardinas -maravillosas sardinas maridadas-, los chorizos, los mejillones, la morcilla, las fabas que llegan directamente de Tineo, los guisos… Todo y casi todo 100% asturiano.
Sin ser vista, Doña Julia es la que seduce a través de las viandas que han enamorado a jubilados “que vienen -apunta Alberto- cada día a comer el menú de 12 euros”, a políticos “especialmente del PSOE y entre los que se encuentra algún ministro”, a periodistas, a frikis del vino, a guiris y a algún crítico de postín del mismísimo New York Times, que descubrió el local chamberilero cuando a los mandos se encontraban los retoños (ya crecidos) de la entregada cocinera. Ninguno de los niños estudió para hostelero pero ambos lo llevaban en la sangre y todos sabemos lo que tira el líquido que corre por las venas.
Alberto estudió económicas, tuvo tiendas de ropa de segunda mano en la calle de La Palma, llenas de prendas compradas en la Gran Manzana, y su hermano, Belarmino, era protésico dental. Cuando Belarmino padre se fue a jubilar a los hermanos les dio mucha pena que Asturianos tuviese que cerrar sus puertas; así que, “como no queríamos continuar con la fórmula de mis padres, que abrían a las 6h30 de la mañana y cerraban de madrugada con la única ayuda de un camarero, hicimos una reforma con dos perras y comenzamos a meternos en el mundo del vino”. La idea, fue darle una vuelta al negocio familiar, respetando su esencia pero dando algo más, trayendo a Madrid un modelo que. en Nueva York (donde Alberto pasaba largas temporadas). comenzaba a despuntar: el Wine bars.
Así, con valentía y aprendizaje, renacieron Los Asturianos de hoy porque, como dice Alberto con la verborrea punki que le caracteriza y que le permite interrumpir la comida de cualquier comensal, robarle una croqueta y desviar la conversación hacia otra muy distinta, “no teníamos ni puta idea de vinos, así que nos apuntamos a un curso de cata de 3 días, liamos al profesos para que nos asesorara con la primera carta de vinos y con la pizarra de vinos por copas. Después nos hicimos sumilleres y Belarmino se matriculó en Enología, lo aprobó y se hizo el Master de la Escuela de Agrónomos”.
A la sazón, en 2004, no contentos con el camino recorrido, elaboraron su primer vino, que llamaron “Tres patas”; bautizaron a su bodega Canopy y la DO Méntrida; y empezaron a llover las buenas puntuaciones en las guías de entendidos con el jugo de los viñedos que la familia Fernández tiene en el Real de San Vicente, en Gredos y donde, entre otros, se trabaja la Garnacha… “aunque tenemos un shiraz cojonudo, Malpaso”, remata Alberto, y nos preguntamos… ¿A qué esperamos para brindar con uno de ellos?
PD: Asturianos tiene una carta de vinos de entre 250 y 300 referencias (depende del momento del año) de todo el mundo, servidos en copas de calidad, a la temperatura correcta pero, como dicen sus artífices, “sin gilipolleces de sumiller con delantal y concha de plata al cuello”: “Asturianos no es un sitio para gente que espere un marco incomparable y un servicio Old school. Tampoco lo recomendamos para citas románticas a no ser que tu pareja sea gourmet o la cantante de Las Vulpes”. Finalmente, también tienen una pequeña distribuidora que vende vinos tops a restaurantes y tiendas, entre las que están ¡Ojito! todos los Corte inglés de España.
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