DETRÁS DE LA FACHADA (nº45):
PLAZA DEL REY, 1
DETRÁS DE LA FACHADA (nº45):
PLAZA DEL REY, 1
Pasear de noche por Madrid puede ser la experiencia más placentera o la más terrorífica, y no hablamos de tráfico, aforos completos o la imposible caza de un taxi según qué horas. En pleno recorrido de la Gran Vía, a la altura del 31 de la calle Infantas, es posible que algún transeúnte sienta escalofríos. Seguramente los achaque a una repentina corriente de aire, pero, tal vez, si levanta la cabeza, verá asomar imponentes y escondidas, 7 chimeneas en lo alto de un palacio del siglo XVI -sede de la Secretaría de Estado de Cultura desde 1984-, custodiado por la plaza del Rey y la calle Colmenares, que esconde historias de reyes, amantes y asesinos, alimenta terroríficas leyendas y da el toque inquietante y misterioso imprescindible para cualquier capital que se precie. Es la Casa de las 7 Chimeneas.
Parece ser que los primeros documentos de los que se tiene constancia se remontan a 1567, cuando un hombre llamado Juan Bautista Cambrón vendió unos terrenos situados en los altos del Barquillo (en referencia a la actual calle Barquillo), que por entonces eran las afueras de Madrid, a Francisco Roa. A partir de aquí, y casi de año en año, las tierras fueron pasando de mano en mano hasta que, en 1574, Pedro Ledesma, secretario del Consejo de Indias de Felipe II, adquirió el coto y mandó construir una casona de campo rodeada de huertos, jardines y un estanque. El encargado del proyecto fue el arquitecto Antonio Sillero -hermano de Diego Sillero, autor de la Casa de la Panadería o la reforma del Convento de las Descalzas-, aunque parece que el toque final se lo dio Juan Herrera, constructor del Monasterio del Escorial y que dejó su sobria huella herreriana en el inmueble.
Pero Ledesma nunca llegaría a vivir en ella ya que la levantó con el único propósito de regalársela a su bella hija Elena el día de su boda. La joven se casó con un capitán de la Armada Española, perteneciente a una de las familias más nobles de Madrid, los Zapata, cuyas nupcias contaban con el beneplácito del rey que incluso actuó como padrino. Los jóvenes fueron felices y comieron perdices en su nuevo hogar, pero al poco de contraer matrimonio, Zapata tuvo que servir en Flandes con la mala suerte de morir en la batalla de San Quintín.
Hasta aquí es una historia con final triste pero bastante habitual para la época, de no ser porque, tiempo después, la desconsolada, joven y arrebatadora viuda apareció sin vida en su dormitorio y, al momento de dar la alarma, cuando sus sirvientes regresaron a buscarla, el cadáver había desparecido sin dejar rastro. Si las gentes achacaron esa repentina pérdida al mal de amores, el servicio y algunos vecinos no tardaron en relacionar la desaparición del cuerpo con unas frecuentes y sospechosas visitas nocturnas del amante que Elena tenía desde que había enviudado, que resultó ser nada más y nada menos que el mismísimo Felipe II. De hecho, ciertas confesiones del monarca, aparentemente dictadas a su predicador en su lecho de muerte, hablaban de su amada Elena, y de su asesinato en manos de otro pretendiente, enloquecido por su rechazo, que resultó ser, complicando aún más el asunto, Antonio Pérez, secretario y confidente del rey.
Dicen que fue el padre de la joven quien, llevado por la ira y la vergüenza, ocultó el cuerpo de su hija, y de paso el del supuesto asesino que se había quitado la vida colgándose de las vigas de la casa aún sin chimeneas en su techo. Desde entonces, cuentan que con la llegada de la noche, una mujer de blanco aparece en lo alto del palacio, recorriendo sin miedo su tejado, para acabar arrodillándose y señalar hacia el Alcázar, residencia entonces del monarca. El propio rey mandó investigar los hechos intentando así acallar los rumores, pero solo consiguió incrementar el lío y, por supuesto, la leyenda.
Después de varios propietarios sin miedo ni escrúpulos, la casona fue adquirida en 1583 por el comerciante genovés Baltasar Cattaneo, que decidió dar su toque personal con una obra, realizada por el arquitecto Andrea de Lurano, que amplió su espacio consiguiendo la planta rectangular actual, y sobre todo levantó las 7 chimeneas que la caracterizan -aunque curiosamente no fue hasta 1631 cuando éstas le dieron su nombre-. A su muerte, de forma natural, esta vez, y sin celos de por medio, sus descendientes la vendieron a Francisco de Sande, un funcionario real que viajaba sin parar como Gobernador General de Filipinas primero y Presidente de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá después. Sus prolongadas ausencias hicieron que el palacio fuese alquilado, pasando por sus dependencias el Marqués de Modéjar, el duque de Maqueda, el duque de Medina Sidonia, los embajadores de Génova, Venecia e Inglaterra y, gracias a este último, Carlos Estuardo, el Príncipe de Gales y luego Carlos I de Inglaterra en 1623 cuando, en su intento de unir las dos Coronas, se presentó de incógnito en Madrid para pedir, sin éxito, la mano de la infanta doña María, hermana menor de Felipe IV.
Ocupado por tan ilustres invitados, el inmueble pasó de generación en generación hasta que con el fallecimiento de la hija de Sande, la propiedad acabó en 1778 en las arcas de Domingo de Colmenares, conde de Polentinos, cuya saga la mantuvo durante más de 4 décadas. Sin embargo, apenas la habitaron y prefirieron seguir arrendándola a inquilinos como don Leopoldo de Gregorio, ministro de Carlos III y Marqués de Esquilache, impulsor de la Casa de Postas y la Aduana de la Puerta del Sol, que protagonizó otro terrible episodio, que lleva su nombre y dejó su consiguiente halo de misterio.
El 23 de marzo de 1766 estalló el Motín de las capas y sombreros de Madrid, un levantamiento popular provocado por una orden dictada por el marqués, que prohibía esa tradicional vestimenta, supuestamente, para dificultar la creciente criminalidad nocturna, ya que tanta tela permitía ocultar armas, y los gorros, esconder los rostros. Si bien es verdad que Esquilache intentó modernizar la Villa y luchó por el alumbrado nocturno, su mandato fue la gota que colmó el vaso para el pueblo que pasaba hambre mientras la Corte vivía en la opulencia. Exaltados y armados, fueron a buscarle a su residencia, con la suerte para el ministro de que en ese momento no estaba en casa y se salvó del furor popular, pero eso sí, alimentó otra fábula pues se rumorea que aquel fatídico día, uno de sus mayordomos intentó oponerse a un pueblo embrutecido que tiró la puerta abajo y desató su ira en él, a golpes y navajazos. Y, desde entonces, el fantasma del malogrado sirviente, también deambula errante por los pasillos cercanos a la entrada. Ya van dos.
Con los Polentinos como dueños, otra de sus famosas arrendatarias fue la viuda del general Lacy, quien en 1817, tras el fusilamiento de su marido en el Castillo de Bellver de Palma de Mallorca por oponerse al absolutismo, se recluyó en la Casa de las 7 Chimeneas, provocando una peregrinación de constitucionales y liberales que acudían a mostrar su apoyo y condolencias.
Como todo, el tiempo ayudó al olvido, pero en 1881, cuando el financiero Jaime Girona y Agrafel, marqués de Estella, compró el edificio para convertirlo en sede del Banco de Castilla, que había creado junto al marqués de Vinent, y que el arquitecto Antonio Capó arrancó las obras, un nuevo escalofrío recorrió los cuerpos de los madrileños. Al parecer, cuando su cuadrilla trabajaba en el sótano, encontró entre los muros derribados un esqueleto de mujer, que hizo a todos pensar en el fantasma de la difunta Elena, más aún cuando aparecieron al lado del cadáver un puñado de monedas de oro del Siglo XVI. Y ¿adivinan con qué figura? Sí señor, la de Felipe II.
No obstante existen otras versiones que atribuyen este fúnebre descubrimiento a otras truculentas historias. Una de ellas habla de una pareja formada por un viejo rico y su joven esposa, que en la noche de bodas decidió poner fin a su vida clavándose una daga en el corazón, en el sótano de su dulce hogar, quedando así su espíritu atrapado junto a las monedas, que el propio rey le había regalado como arras para su desposorio. Otra versión habla de una hija ilegítima de Felipe II. Dicen que el rey levantó el palacio para ocultarla, provocando su locura y su posterior suicidio. Ajeno a las habladurías, el banco se mantuvo firme en su sede hasta que, en 1923, rememorando a Esquilache, fue asaltado por los acreedores debido a la suspensión de pagos.
En 1926, con la dictadura de Primo de Rivera, la Casa de las 7 Chimeneas se convirtió en la primera sede del Lyceum Club Femenino, una asociación cultural que luchaba por la igualdad de la mujer en la educación y en el trabajo. Por allí, pasaron la abogada y política republicana Victoria Kent, la pedagoga María de Maeztu o la escritora y hermana de Pío Caro, Carmen Baroja. La Guerra (in)civil acabó con la agrupación y, en 1939, el edificio pasó a la Falange. En 1948, fue declarado Monumento Histórico Artístico y en el 53 la Fábrica de Maicena compró el inmueble para establecer sus almacenes, hasta que en 1957 lo adquirió el Banco Urquijo que comenzó un nuevo lavado de cara. Los arquitectos Fernando Chueca Goitia y José Antonio Domínguez Salazar apostaron por devolver a la construcción su aspecto original, recuperando balcones y ventanas y, de paso, desenterrando nuevos espectros al descubrir otro esqueleto emparedado, el de un hombre, hasta hoy, de identidad desconocida.
¿Necesitas algo más para salir a patear por el centro de Madrid en la noche de Halloween?
(De Lidia Martín, el 31 de octubre de 2014)
Referencias útiles:
LA CASA DE LAS 7 CHiMENEAS
Plaza del Rey, 1
28004 Madrid
M Banco de España
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Pasear de noche por Madrid puede ser la experiencia más placentera o la más terrorífica, y no hablamos de tráfico, aforos completos o la imposible caza de un taxi según qué horas. En pleno recorrido de la Gran Vía, a la altura del 31 de la calle Infantas, es posible que algún transeúnte sienta escalofríos. Seguramente los achaque a una repentina corriente de aire, pero, tal vez, si levanta la cabeza, verá asomar imponentes y escondidas, 7 chimeneas en lo alto de un palacio del siglo XVI -sede de la Secretaría de Estado de Cultura desde 1984-, custodiado por la plaza del Rey y la calle Colmenares, que esconde historias de reyes, amantes y asesinos, alimenta terroríficas leyendas y da el toque inquietante y misterioso imprescindible para cualquier capital que se precie. Es la Casa de las 7 Chimeneas.
Parece ser que los primeros documentos de los que se tiene constancia se remontan a 1567, cuando un hombre llamado Juan Bautista Cambrón vendió unos terrenos situados en los altos del Barquillo (en referencia a la actual calle Barquillo), que por entonces eran las afueras de Madrid, a Francisco Roa. A partir de aquí, y casi de año en año, las tierras fueron pasando de mano en mano hasta que, en 1574, Pedro Ledesma, secretario del Consejo de Indias de Felipe II, adquirió el coto y mandó construir una casona de campo rodeada de huertos, jardines y un estanque. El encargado del proyecto fue el arquitecto Antonio Sillero -hermano de Diego Sillero, autor de la Casa de la Panadería o la reforma del Convento de las Descalzas-, aunque parece que el toque final se lo dio Juan Herrera, constructor del Monasterio del Escorial y que dejó su sobria huella herreriana en el inmueble.
Pero Ledesma nunca llegaría a vivir en ella ya que la levantó con el único propósito de regalársela a su bella hija Elena el día de su boda. La joven se casó con un capitán de la Armada Española, perteneciente a una de las familias más nobles de Madrid, los Zapata, cuyas nupcias contaban con el beneplácito del rey que incluso actuó como padrino. Los jóvenes fueron felices y comieron perdices en su nuevo hogar, pero al poco de contraer matrimonio, Zapata tuvo que servir en Flandes con la mala suerte de morir en la batalla de San Quintín.
Hasta aquí es una historia con final triste pero bastante habitual para la época, de no ser porque, tiempo después, la desconsolada, joven y arrebatadora viuda apareció sin vida en su dormitorio y, al momento de dar la alarma, cuando sus sirvientes regresaron a buscarla, el cadáver había desparecido sin dejar rastro. Si las gentes achacaron esa repentina pérdida al mal de amores, el servicio y algunos vecinos no tardaron en relacionar la desaparición del cuerpo con unas frecuentes y sospechosas visitas nocturnas del amante que Elena tenía desde que había enviudado, que resultó ser nada más y nada menos que el mismísimo Felipe II. De hecho, ciertas confesiones del monarca, aparentemente dictadas a su predicador en su lecho de muerte, hablaban de su amada Elena, y de su asesinato en manos de otro pretendiente, enloquecido por su rechazo, que resultó ser, complicando aún más el asunto, Antonio Pérez, secretario y confidente del rey.
Dicen que fue el padre de la joven quien, llevado por la ira y la vergüenza, ocultó el cuerpo de su hija, y de paso el del supuesto asesino que se había quitado la vida colgándose de las vigas de la casa aún sin chimeneas en su techo. Desde entonces, cuentan que con la llegada de la noche, una mujer de blanco aparece en lo alto del palacio, recorriendo sin miedo su tejado, para acabar arrodillándose y señalar hacia el Alcázar, residencia entonces del monarca. El propio rey mandó investigar los hechos intentando así acallar los rumores, pero solo consiguió incrementar el lío y, por supuesto, la leyenda.
Después de varios propietarios sin miedo ni escrúpulos, la casona fue adquirida en 1583 por el comerciante genovés Baltasar Cattaneo, que decidió dar su toque personal con una obra, realizada por el arquitecto Andrea de Lurano, que amplió su espacio consiguiendo la planta rectangular actual, y sobre todo levantó las 7 chimeneas que la caracterizan -aunque curiosamente no fue hasta 1631 cuando éstas le dieron su nombre-. A su muerte, de forma natural, esta vez, y sin celos de por medio, sus descendientes la vendieron a Francisco de Sande, un funcionario real que viajaba sin parar como Gobernador General de Filipinas primero y Presidente de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá después. Sus prolongadas ausencias hicieron que el palacio fuese alquilado, pasando por sus dependencias el Marqués de Modéjar, el duque de Maqueda, el duque de Medina Sidonia, los embajadores de Génova, Venecia e Inglaterra y, gracias a este último, Carlos Estuardo, el Príncipe de Gales y luego Carlos I de Inglaterra en 1623 cuando, en su intento de unir las dos Coronas, se presentó de incógnito en Madrid para pedir, sin éxito, la mano de la infanta doña María, hermana menor de Felipe IV.
Ocupado por tan ilustres invitados, el inmueble pasó de generación en generación hasta que con el fallecimiento de la hija de Sande, la propiedad acabó en 1778 en las arcas de Domingo de Colmenares, conde de Polentinos, cuya saga la mantuvo durante más de 4 décadas. Sin embargo, apenas la habitaron y prefirieron seguir arrendándola a inquilinos como don Leopoldo de Gregorio, ministro de Carlos III y Marqués de Esquilache, impulsor de la Casa de Postas y la Aduana de la Puerta del Sol, que protagonizó otro terrible episodio, que lleva su nombre y dejó su consiguiente halo de misterio.
El 23 de marzo de 1766 estalló el Motín de las capas y sombreros de Madrid, un levantamiento popular provocado por una orden dictada por el marqués, que prohibía esa tradicional vestimenta, supuestamente, para dificultar la creciente criminalidad nocturna, ya que tanta tela permitía ocultar armas, y los gorros, esconder los rostros. Si bien es verdad que Esquilache intentó modernizar la Villa y luchó por el alumbrado nocturno, su mandato fue la gota que colmó el vaso para el pueblo que pasaba hambre mientras la Corte vivía en la opulencia. Exaltados y armados, fueron a buscarle a su residencia, con la suerte para el ministro de que en ese momento no estaba en casa y se salvó del furor popular, pero eso sí, alimentó otra fábula pues se rumorea que aquel fatídico día, uno de sus mayordomos intentó oponerse a un pueblo embrutecido que tiró la puerta abajo y desató su ira en él, a golpes y navajazos. Y, desde entonces, el fantasma del malogrado sirviente, también deambula errante por los pasillos cercanos a la entrada. Ya van dos.
Con los Polentinos como dueños, otra de sus famosas arrendatarias fue la viuda del general Lacy, quien en 1817, tras el fusilamiento de su marido en el Castillo de Bellver de Palma de Mallorca por oponerse al absolutismo, se recluyó en la Casa de las 7 Chimeneas, provocando una peregrinación de constitucionales y liberales que acudían a mostrar su apoyo y condolencias.
Como todo, el tiempo ayudó al olvido, pero en 1881, cuando el financiero Jaime Girona y Agrafel, marqués de Estella, compró el edificio para convertirlo en sede del Banco de Castilla, que había creado junto al marqués de Vinent, y que el arquitecto Antonio Capó arrancó las obras, un nuevo escalofrío recorrió los cuerpos de los madrileños. Al parecer, cuando su cuadrilla trabajaba en el sótano, encontró entre los muros derribados un esqueleto de mujer, que hizo a todos pensar en el fantasma de la difunta Elena, más aún cuando aparecieron al lado del cadáver un puñado de monedas de oro del Siglo XVI. Y ¿adivinan con qué figura? Sí señor, la de Felipe II.
No obstante existen otras versiones que atribuyen este fúnebre descubrimiento a otras truculentas historias. Una de ellas habla de una pareja formada por un viejo rico y su joven esposa, que en la noche de bodas decidió poner fin a su vida clavándose una daga en el corazón, en el sótano de su dulce hogar, quedando así su espíritu atrapado junto a las monedas, que el propio rey le había regalado como arras para su desposorio. Otra versión habla de una hija ilegítima de Felipe II. Dicen que el rey levantó el palacio para ocultarla, provocando su locura y su posterior suicidio. Ajeno a las habladurías, el banco se mantuvo firme en su sede hasta que, en 1923, rememorando a Esquilache, fue asaltado por los acreedores debido a la suspensión de pagos.
En 1926, con la dictadura de Primo de Rivera, la Casa de las 7 Chimeneas se convirtió en la primera sede del Lyceum Club Femenino, una asociación cultural que luchaba por la igualdad de la mujer en la educación y en el trabajo. Por allí, pasaron la abogada y política republicana Victoria Kent, la pedagoga María de Maeztu o la escritora y hermana de Pío Caro, Carmen Baroja. La Guerra (in)civil acabó con la agrupación y, en 1939, el edificio pasó a la Falange. En 1948, fue declarado Monumento Histórico Artístico y en el 53 la Fábrica de Maicena compró el inmueble para establecer sus almacenes, hasta que en 1957 lo adquirió el Banco Urquijo que comenzó un nuevo lavado de cara. Los arquitectos Fernando Chueca Goitia y José Antonio Domínguez Salazar apostaron por devolver a la construcción su aspecto original, recuperando balcones y ventanas y, de paso, desenterrando nuevos espectros al descubrir otro esqueleto emparedado, el de un hombre, hasta hoy, de identidad desconocida.
¿Necesitas algo más para salir a patear por el centro de Madrid en la noche de Halloween?
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DETRÁS DE LA FACHADA (nº38):
PASEO DE LA REPÚBLiCA DE CUBA, 4
El 30 de junio de 1887, la Reina Regente y viuda de Alfonso XII, doña María Cristina, se puso sin duda sus mejores galas para acudir a la inauguración...
DETRÁS DE LA FACHADA (nº38):
PASEO DE LA REPÚBLiCA DE CUBA, 4
El 30 de junio de 1887, la Reina Regente y viuda de Alfonso XII, doña María Cristina, se puso sin duda sus mejores galas para acudir a la inauguración...
DETRÁS DE LA FACHADA (nº38):
PASEO DE LA REPÚBLiCA DE CUBA, 4
El 30 de junio de 1887, la Reina Regente y viuda de Alfonso XII, doña María Cristina, se puso sin duda sus mejores galas para acudir a la inauguración...
DETRÁS DE LA FACHADA (nº38):
PASEO DE LA REPÚBLiCA DE CUBA, 4
El 30 de junio de 1887, la Reina Regente y viuda de Alfonso XII, doña María Cristina, se puso sin duda sus mejores galas para acudir a la inauguración...
DETRÁS DE LA FACHADA (nº37):
CALLE DE RODRíGUEZ SAN PEDRO, 72
Delimitada por las calles Hilarión Eslava, Rodríguez San Pedro, Gaztambide y Meléndez Valdés, en (el barrio de Gaztambide, distrito de) Chamberí...
DETRÁS DE LA(S) FACHADA(S) (nº36):
CALLE DE HORTALEZA, 63
Por extraño que parezca, en la confluencia de los barrios de Malasaña, Chueca y Chamberí, permanece medio escondido un impresionante edificio...
DETRÁS DE LA FACHADA (nº35):
EL MERCADO DE BARCELÓ DE 1956 A 2009
Construido en 1956, siguiendo -según Almudena Grandes- “los dudosos criterios de modernidad que han logrado que tantos edificios...
DETRÁS DEL FACHÓN DEL TORO DE OSBORNE: ¡CARRETERA Y... PLAYA!
Diseñado en 1956 por Manolo Prieto, instalado en 1957 por la geografía accidentada española, tuneado en 1983 por Keith Haring...
DETRÁS DEL FACHÓN DEL TORO DE OSBORNE: ¡CARRETERA Y... PLAYA!
Diseñado en 1956 por Manolo Prieto, instalado en 1957 por la geografía accidentada española, tuneado en 1983 por Keith Haring...